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Diez grandes películas que cumplen 50 años en 2024 para ver en plataformas

‘El padrino. Parte II’, ‘Chinatown’ o ‘La matanza de Texas’ son algunos de los títulos que dio el fructífero año 1974, enmarcado en la explosión del Nuevo Hollywood

Al Pacino, en un momento de 'El padrino. Parte II', de 1974.
Al Pacino, en un momento de 'El padrino. Parte II', de 1974.Agencia Getty (Getty Images)
Javier Ocaña

El cine mundial en el año 1974 estuvo marcado por el formidable estado de forma del estadounidense. Desde que en 1967 irrumpieran el estilo, la osadía y las temáticas de lo que acabaría bautizándose como Nuevo Hollywood, corrían tiempos de atrevida desmitificación y tres generaciones distintas venían desarrollando películas críticas con el sistema, protagonizadas por emocionantes personajes y reflexivas con su sociedad, marcada además por innumerables conflictos políticos. Los jóvenes procedentes de las escuelas de arte y de cine se encontraron con algunos veteranos que habían encontrado un nuevo territorio de libertad, y con los directores de la generación del compromiso, procedentes de la televisión. De ese modo, en 1974, los estrenos de trabajos de cineastas como Brian De Palma (El fantasma del paraíso), Martin Scorsese (Alicia ya no vive aquí) y Steven Spielberg (Loca evasión) convivieron con los de Billy Wilder (Primera plana), Sam Peckinpah (Quiero la cabeza de Alfredo García), Don Siegel (El molino negro) y Robert Altman (California Split), por un lado, y con los de Robert Mulligan (El hombre clave) y Sydney Pollack (Yakuza), por otro.

Fuera de Estados Unidos, Italia y Francia seguían viviendo de las grandes películas sociopolíticas y de los ecos de la nouvelle vague y sus derivas, y dos españoles ilustres, Luis García Berlanga y Luis Buñuel, estrenaban sendas bombas contra cualquier tipo de convención social, ambas rodadas en Francia: Tamaño natural y El fantasma de la libertad. En esta pieza, de propósito diverso en cuanto a los géneros cinematográficos, hemos primado las películas que se pueden ver actualmente en plataformas, por lo que han quedado fuera algunos títulos relevantes. Aun así, la competencia era tan grande que bien podría haber salido una selección mucho más amplia.

Chinatown (Roman Polanski)

Es el tiempo de Seabiscuit, el caballo de carreras que con sus inesperados triunfos se convirtió en símbolo de la esperanza para los estadounidenses durante la Gran Depresión de los años treinta. Los Ángeles se muere de sed, agua racionada, campesinos desesperados, y en plena sequía el jefe del departamento del Agua del Ayuntamiento de la ciudad muere ahogado en una presa. La cuadratura del círculo. Robert Towne, como guionista, y Polanski, como director, renovaron el cine negro con un áspero relato de traiciones y autodestrucción. Jack Nicholson, detective privado fanfarrón que mete las narices donde no le llaman y acaban cortándoselas (literal, y además lo hace el propio Polanski en un cameo); Faye Dunaway, mujer fatal con estilo de diva del cine mudo americano; y John Huston, esta vez delante de la cámara, como el feroz patriarca de oscuros secretos familiares, enarbolan la vieja bandera del cine negro, la del fatalismo y los demonios interiores de los personajes. Chinatown no es un lugar, es un estado de decrepitud. Una jungla de asfalto que te mata de sed. Disponible en Movistar+.

El padrino. Parte II (Francis Ford Coppola)

El ascenso de Vito, la caída de Michael. Ambos, de la misma edad, y en una sola película. No solo la historia de una familia, sino el relato de los orígenes de un país conformado con inmigrantes: el arraigo, el ímpetu, las esperanzas, las estrategias de supervivencia. Una doble historia de sueños y de violencia. Tras aquella puerta cerrada por Al Neri, guardaespaldas de Michael Corleone, casi en las narices de Kay en el último y demoledor plano de El padrino, y sobre todo tras su merecido éxito artístico y económico, Coppola, empujado por Paramount, y de nuevo acompañado por Mario Puzo, creó el más difícil todavía: superar a la primera con una secuela-precuela. La más oscura de las traiciones y la más cruel de las venganzas familiares. Y de ahí, a la oscuridad total, a las tinieblas en el corazón de Michael. “Me sorprendes, Tom. Si hay algo seguro en esta vida, si la historia nos ha enseñado algo, es que se puede matar a cualquiera”. Disponible en SkyShowtime y Movistar+.

La matanza de Texas (Tobe Hooper)

Profanaciones, canibalismo y un trasfondo social: los nuevos tiempos que acaban con la gente del campo. Hooper era un joven profesor de la Universidad de Austin y camarógrafo de documentales que, de pronto, redefinió el género de terror con una atroz película de bajo presupuesto. Sus encuadres imposibles, llenos de rencor y de intenciones malsanas, son los que empiezan a crear desasosiego. Y el montaje, tan cortante, rudo y cruel como la sierra mecánica de Leatherface, te acaba destrozando. Entre los planos más inolvidables, los ensangrentados ojos verdes de la final girl, el arquetipo de la superviviente en el slasher; los casi insoportables planos subjetivos alrededor de la mesa, que te colocan como espectador al borde de ser también descuartizado, y el espeluznante amanecer postrero. Costó 140.000 dólares y recaudó 30 millones solo en EE UU. Su poder de repulsión sigue vigente 50 años después, a pesar del cargamento de discípulos, sucedáneos y plagios que llegaron tras ella. Disponible en Filmin, Acontra+ y Mubi.

La conversación (Francis Ford Coppola)

En esos 365 días del año 1974, Coppola no se conformó con hacer una obra maestra, la segunda parte de El padrino. Le dio por hacer una más, La conversación, lo que le acabó llevando a los Oscar por partida múltiple, con una nominación al mejor director (por El padrino. Parte II), dos a la mejor película y otras dos al mejor guion, una en original y otra en adaptado. Catorce candidaturas en total para ambos títulos. La conversación, paranoia acerca de la vigilancia, al tiempo que obra existencial, es una obra sobre la soledad y la autodestrucción de un hombre, experto en escuchas ilegales. Sin embargo, también es una película sobre la autodestrucción de un país, convertido en esos años en una paranoia diaria. Se estrenó en abril del 74, en medio del escándalo del Watergate, y las grabaciones y las cintas privadas del presidente entroncaban a la perfección con el personaje de Gene Hackman. Como dijo Bob Woodward, del The Washington Post: “La Casa Blanca estaba llena de mentiras, caos, desconfianza, especulación, autoprotección, maniobras y contramaniobras”. Disponible en Filmin.

Una mujer bajo la influencia (John Cassavetes)

A Cassavetes no se le puede integrar en ninguna corriente. Simplemente fue el padre creativo de muchas de ellas: del cine independiente americano, de los moteros tranquilos, toros salvajes del Nuevo Hollywood de los grandes estudios, de cualquiera que quisiera agarrar una cámara, ponerla a unos centímetros de un rostro y capturar su desasosiego interior y su excitación exterior. A su lado, su mujer, la fantástica Gena Rowlands, y una corte de talentosos amigos artistas que daban la impresión de drogarse con su modo de hacer cine. “No creo que la destrucción de Mabel se deba a un problema social. Las razones hay que buscarlas en las relaciones interpersonales. Todo aquel que ama a alguien puede volverlo loco”, dijo el director sobre su personaje protagonista, una mujer con problemas mentales atada a un marido no mucho más cuerdo por su forma de tratarla. Escrita inicialmente como obra de teatro, Rowlands rogó a Cassavetes no representarla en las tablas porque interpretar semejante papel una noche tras otra la destruiría física y psicológicamente. La solución fue convertirla en una película rompedora, que les llevó a las puertas del Oscar con nominaciones al mejor director y a la mejor actriz. Disponible en Filmin y Mubi.

Lenny (Bob Fosse)

El humor subversivo de Lenny Bruce desafió todas las convenciones a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. El sexo, la raza, la política, la sociedad, la religión y las drogas, con un lenguaje soez y una extraña capacidad para hacer reír y enfadar a partes iguales, se reunían en sus actuaciones de stand-up comedy. En los setenta, sin embargo, en la época de la contracultura a la que él se adelantó, una película sobre su existencia parecía la mayor de las congruencias. Fosse, director de las sensacionales Cabaret y All that jazz, tan mujeriego, impertinente y brillante como Bruce, sabía lo que estaba contando. El esplendor del blanco y negro, y la magia del montaje, en un relato roto en mil pedazos tanto en su totalidad como en sus partes, con variados métodos narrativos, engrandecen la historia de Bruce, centrada, además de en sus actuaciones, en su relación amorosa con la stripper Honey Harlow, con la que se casó y tuvo una hija. Lenny ilustra una vida que no se vive, sino que se bebe hasta la cogorza de la risa, la lujuria, los psicotrópicos y la muerte, mientras se enfrenta a cualquier figura de autoridad. Disponible en Filmin.

Confidencias (Luchino Visconti)

Frente a la modernidad de todo lo anterior, la maravillosa decadencia de los relatos, los personajes y los ambientes de Visconti. El contraste: el joven volcán Helmut Berger (amante del director, y 40 años más joven), en vaqueros y camiseta blanca, frente al viejo Burt Lancaster, elegante profesor jubilado, en su decimonónica casona de Roma, rodeado de libros, de calma y de recuerdos, ajeno a su tiempo: “Es como si habláramos lenguajes distintos. Es trágico”. ¿Cuánto de personal en estas confidencias de Visconti? Película de intrusos, de amoralidad y de nobleza, con influencias en obras posteriores como Io sono l’amore, de Luca Guadagnino, y por qué no, en la sanguijuela del chico de Saltburn, se convierte en una obra casi fantasmal cuando una marquesa (Silvana Mangano), su hija, su yerno y su amante y mantenido se instalan casi como okupas en el piso de arriba del palacio del anciano. “Los cuervos vuelan en bandada, el águila vuela sola”, replica Lancaster. Visconti abandonó la fatal sobredosis de zooms de Ludwig y legó una obra de arte sobre el acecho de la muerte. Disponible en Flixolé.

El último testigo (Alan J. Pakula)

Parallax Corporation es sin duda una de las principales aspirantes al título no oficial de empresa más inquietante de la historia del cine. Tiene sede física en un impersonal edificio de aspecto mastodóntico y gris de Los Ángeles, y hasta hacen entrevistas de trabajo, pero su dedicación exclusiva está fuera de cualquier convención: aceptar encargos para asesinar a presidentes, a altos cargos políticos y a cualquiera que pueda amenazar el poder establecido. La conspiranoia americana de los años setenta, tras las muertes de los dos Kennedy, Martin Luther King y Malcolm X, tiene su adalid cinematográfico en Pakula, también director de las extraordinarias Klute y Todos los hombres del presidente. Con Warren Beatty como el periodista que investiga las sucesivas muertes de siete testigos del asesinato de un candidato político, y la fotografía de tonos ocres del maestro Gordon Willis, El último testigo posee además la mejor clase de montaje cinematográfico que pueda ofrecerse, en la secuencia en la que el protagonista es entrevistado en Parallax acerca de sus instintos asesinos y su americanismo, y se le enfrenta a una brutal yuxtaposición de imágenes con los conceptos amor, madre, padre, amor, enemigo y yo. La cultura del control y el juego del miedo. Disponible en Filmin.

Lacombe Lucien (Louis Malle)

Pocas cosas más peligrosas en una contienda que un zagalón sin mucho seso que deambula entre todos con mirada aviesa y sangre de horchata, en la Francia ocupada por los nazis bajo el abrazo del régimen de Vichy durante la II Guerra Mundial. Apunta a convertirse en maqui, pero acaba como chivato de la Gestapo, no por convencimiento ni ideales, sino por simple pereza. Un lerdo, apático e inconsciente que abraza al poder con la flema de los que se dejan seducir por la fachada del lujo mientras huyen de la lucha que es a veces la vida. El personaje, estomagante por su debilidad moral y fascinante por el rechazo que logra causar incluso físicamente siendo un chico de 17 años tirando a guapo, lo crearon entre Malle y su coguionista, Patrick Modiano, que entonces no había cumplido ni 30 años y que 40 después, hace justo una década, obtuvo el Premio Nobel de Literatura. En algunos sectores del país la película sentó fatal por su retrato de la indolencia y el colaboracionismo de demasiados franceses. Disponible en Filmin y Acontra+.

El jovencito Frankenstein (Mel Brooks)

El que no haya pegado una carcajada cuando el doctor Frederick Fronkonstin se ofrece a intentar arreglar la malformación en la espalda de su fiel servidor Igor, o Áigor, y este le replica simplemente “¿qué joroba?” es que está más muerto que cualquiera de los cerebros que ambos roban en el laboratorio para dar nueva vida a la criatura hecha de retales de carne. Brooks, director, y Gene Wilder, protagonista y coguionista, compusieron la parodia perfecta: absurda e ingenua, metalingüística e idiota, intelectual y cafre. Brillante en lo visual, El jovencito Frankenstein se burlaba de los clásicos de terror de la Universal creados en la década de los años treinta y cuarenta con el cariño y la devoción de un fanático. Los inviables ojos de Marty Feldman y un casi irreconocible Gene Hackman como el ermitaño ciego completaron un festín de gags que deambula con asombrosa facilidad entre lo ingenioso y lo payaso: “¡Vaya par de aldabas!”. Disponible en Movistar+.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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