El último gran héroe
En cierta ocasión le preguntaron a Auguste Renoir si se sentía satisfecho por el alto precio que alcanzaban sus cuadros y el pintor respondió: "Nadie le pregunta al caballo si se siente satisfecho por haber ganado el Gran Premio". En efecto, nadie le preguntó nunca a Seabiscuit si estaba contento por haber conseguido por fin el Handicap de Santa Anita o por haber derrotado en duelo singular al ganador de la triple corona americana, el gran War Admiral. Pero por la majestuosa quietud que adoptaba en las sesiones fotográficas ante la prensa, se diría que Seabiscuit era bastante consciente de que había llegado a transformarse en un héroe popular capaz de robarle el protagonismo de las primeras páginas a contemporáneos como Franklin Delano Roosevelt o Adolf Hitler. ¡Y no era más que un caballito de origen discreto, de mediocre talla y cola de ratón, con manos algo torcidas, que carecía de glamour hípico... pero que a partir de cierto día, a finales de los años treinta, en plena Gran Depresión, decidió mostrar al mundo el tamaño de su corazón indomable!
SEABISCUIT. UNA LEYENDA AMERICANA
Laura Hillenbrand
Traducción de Isabel Payno
Debate. Barcelona, 2003
486 páginas. 24 euros
De la nada a la cima más gloriosa, a base de puro esfuerzo: Seabiscuit fue la versión cuadrúpeda del gran sueño americano. Un sueño con cuatro patas y tres soñadores que se confabularon para hacerlo real: un mecánico de bicicletas que apostó por el automóvil cuando aún era visto con desconfianza comercial, un niño abandonado en un hipódromo que creció para convertirse en yóquey y vivía acomplejado por ser tuerto del ojo derecho y un misántropo semi autista que había aprendido de los indios a entenderse con los caballos y evitar a las personas. Entre ese trío huraño y entrañable se tramó la complicidad vigorosa que devolvió al maltratado Seabiscuit las ganas y las fuerzas para dar en las pistas lo mejor de sí mismo. Muchísimas más personas creyeron luego en él como en la prueba sencilla y gloriosa de que existen los milagros. Y así nació una leyenda...
La leyenda tuvo cientos de
miles de seguidores, radioescuchas, coleccionistas de fotografías de las victorias del héroe y numerosos productos bautizados Seabiscuit, desde jabones y naranjas hasta aviones de caza en la Segunda Guerra Mundial. Hubo numerosos artículos de prensa y hasta algún folleto, pero a la leyenda le faltaba el libro, su gran libro. Para eso tuvo que esperar hasta ayer mismo, cuando apareció el cuarto personaje del sueño, una joven apasionada por los caballos que se ha pasado catorce años inválida por culpa de una extraña dolencia psicosomática. Durante su calvario, Laura Hillenbrand acumuló todos los materiales posibles sobre Seabiscuit y escribió la crónica de sus victorias y fracasos, de las ilusiones y desesperanzas que acompañaron su trayectoria, retratando con mano delicadamente segura las personas y los ambientes de ese momento histórico singular antes de que Estados Unidos se involucrara en la gran contienda. El resultado es un reportaje extenso y casi hipnótico, más emocionante que la mayoría de las ficciones del día, una muestra perfecta de ese "nuevo periodismo" en cuyo drama e ironía se han ejercitado con el sabido provecho Truman Capote, Tom Wolfe y otros. Ya sé que muchos de ustedes creerán que les hablo desde la pasión turfística, pero les juro por las santas espuelas de Lester Piggott que no hace falta ser un aficionado a las carreras de caballos y ni siquiera haber pisado jamás un hipódromo para disfrutar con esta auténtica obra maestra.
El libro de Laura Hillenbrand ha sido recientemente llevado al cine, en una película interpretada por Tobey MacGuire, Jeff Bridges y William H. Macy, en la que debuta como actor el yóquey campeón Gary Stevens. Ha obtenido un notable éxito en Estados Unidos y en el Reino Unido (donde ocupa el tercer lugar en recaudación de taquilla, tras Matrix Revolution y Buscando a Nemo). Podremos verla en España a partir de febrero. Esta aventura cinematográfica es por el momento el último episodio de la saga heroica protagonizada por
... Bueno, por alguien a quien su taciturno preparador, preguntado por excitados reporteros qué era para él Seabiscuit, definió con sólo dos palabras: "Un caballo".
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