Roger Casamajor (‘La Mesías’): “Es muy difícil superar que quien te debía cuidar te destruya”
El actor, premiado por su personaje atormentado y herido en la serie de Javier Ambrossi y Javier Calvo, explica cómo esta ficción, que define como “catártica y sanadora”, ha cambiado profundamente su forma de actuar
Los ojos de Roger Casamajor (Sant Julià de Lòria, Andorra, 47 años) atraviesan la cámara, te desgarran y se quedan dentro. Quizá por eso ha interpretado muchos personajes al límite. Como el adolescente torturado de su primera película, El mar, que rodó con 22 años; o el padre lleno de oscuros secretos de la aclamada Pa negre; o el marino despiadado que lucha por sobrevivir de El vientre del mar, las tres del recientemente fallecido Agustí Villaronga. El 16 de diciembre de 2021, un día antes de su cumpleaños, hizo un cásting para encarnar a un adulto roto con una infancia rota y una madre incapaz de protegerlo que acaba refugiándose en el fanatismo religioso. Y justo dos años después, otro 16 de diciembre, recibió el premio Forqué a la mejor interpretación por este papel. Es el Enric de La Mesías, la celebrada serie de Javier Calvo y Javier Ambrossi que Casamajor asegura que le ha cambiado la vida y su forma de trabajar; que no es el mismo antes y después de esta ficción.
Nos recibe en su casa de Sant Pau d’Ordal, un pueblo de 600 habitantes en el Alto Penedés, en Barcelona, en el que vive desde hace nueve años con su familia, su gata Puça, su perra Boni y cuatro olivos. Y un piano en el que practica las composiciones de Hysteriofunk, su grupo de rock instrumental, con el que ha publicado seis discos. Tiene la misma mirada fija e intensa de sus personajes, desborda pasión por su trabajo y mantiene intacta la humildad de quien conoce bien un oficio con altibajos en el que no siempre hay papeles llamando a la puerta.
P. ¿Quién es Enric?
R. Es difícil esa pregunta. Enric soy yo. Lo somos un poco todas aquellas personas que hemos tenido una infancia complicada.
P. ¿Su infancia le ayudó a construir este personaje?
R. Sí. Hay muchas cosas mías personales en la serie.
P. ¿Los dolores de la infancia nos condicionan para siempre?
R. Por supuesto. En el caso de Enric, necesita el amor de su madre. Y su redención. Que le diga que él no hizo nada malo, que fue ella la que le jodió la vida. Cuando eres pequeño siempre te echas la culpa a ti mismo. Es muy difícil aceptar, y superar, que quien te debía amar y cuidar sea quien te destruyó. Por eso es tan perturbadora la escena en la que se reencuentra con su madre de adulto.
P. En ese momento se espera un estallido que no ocurre.
R. Lo bonito de Enric es la contradicción. Tiene dos polos muy poderosos que le tiran para un lado y para el otro: odia a su madre, pero también la ama. Y ambos son sentimientos muy fuertes. Cuando entra en esa casa siente que, a pesar de todo, quiere estar ahí dentro. Fuera es un alcohólico. Ha tenido una vida desgraciada. Está solo. No tiene amigos. ¿Qué es mejor?
P. No lo sé. Lo que hay dentro es una madre monstruosa.
R. Por eso luego sale corriendo. Porque todo es inmanejable, doloroso.
P. No es la primera vez que aborda las infancias rotas. Lo hizo en El mar en el año 1999. ¿Cómo se afronta un personaje tan herido con 22 años y con 45?
R. De forma muy distinta. El mar fue mi primera película. No tenía ni idea de lo que era una cámara, ni un travelling, ni las luces. No sabía nada. Y el personaje era muy difícil, así que lo viví como una aventura en la que puse toda mi energía. Ahora trabajo desde un lugar más reposado, aunque este rodaje fue muy intenso. Hubo días que llegaba a casa y me ponía a llorar. Tenía que sacar todo esto por algún lado para no volverme loco.
P. ¿Fue duro crear a Enric?
R. Fue complicado. Mi padre murió en medio del rodaje y en enero de este año murió Agustí [Villaronga], a quien considero como un segundo padre. Los tuve muy presentes a los dos y creo que me ayudaron a entender a este personaje. Yo no creo en movidas del universo ni nada así, pero sí creo que ciertas cosas que no sé ni cómo describir me han inspirado. Después del estreno me ha escrito mucha gente mensajes muy profundos agradeciéndome el trabajo, diciéndome que se ven reflejados en Enric y que les ha ayudado a entender un poco lo que les ha pasado a ellos. Creo que es una serie especial, catártica y sanadora para muchos espectadores y víctimas de abusos. Esto es algo que en sí mismo da sentido a mi profesión. Es un regalo de verdad.
P. ¿Y para usted personalmente qué ha supuesto?
R. Para mí también ha sido catártica y sanadora.
P. En Pa negre era usted quien provocaba una infancia llena de heridas a un niño, a su hijo Andreu.
R. Cuando interpreto un personaje intento entender por qué hace las cosas, sin juzgarlo. No lo abordo desde una cuestión ética del bien o del mal, que no me interesa. Siempre hay motivos para ciertos comportamientos, contradicciones, complejidad.
P. ¿Cuáles son los motivos de Montserrat, la madre de Enric y la causante de tantos traumas ajenos?
R. Es una enferma mental que además tiene la desgracia de encontrarse con el fanatismo religioso a través del personaje de Pep. Desde su enfermedad sí se puede entender lo que hace y lo que le pasa. Y la importancia de que salten las alarmas con las patologías mentales y se aborden con seriedad, algo que no ocurrió en su caso.
P. La serie habla de cómo hay traumas tan profundos que no se pueden compartir y acaban generando un bucle de soledad. ¿Cómo se sale de ahí?
R. Es muy difícil. Porque realmente no se pueden compartir. Aunque lo intentes, muchas veces los otros no lo van a entender. Pasa mucho en casos de abuso. Te toman por loco o te desmienten salvo que el interlocutor haya pasado por una experiencia parecida. Se ve en la serie con el personaje de Montserrat. Ella misma había sido víctima de abusos por parte de un familiar que años después sigue tranquilamente teniendo relación con sus padres como si lo que pasó no hubiera sido terrible.
P. ¿Qué universo le descubrieron los Javis?
R. Trabajar con ellos ha sido una revelación, un cambio de paradigma.
P. ¿En qué sentido?
R. Yo siempre iba un poco encorsetado con el texto, estaba muy pendiente de lo que tenía que decir. Probablemente por haber hecho mucho teatro. Y Villaronga, con quien he trabajado mucho, también era muy estricto con eso. Pero Ambrossi y Calvo quieren otra cosa. Que te dejes ir, que te tires a la piscina, que improvises. Para mí ha supuesto un cambio muy profundo, y duro también.
P. ¿Por qué?
R. Cuando empezamos a rodar, no fluía. Y fue muy doloroso. Yo veía que ellos no estaban contentos. Siempre me han tratado muy bien, nunca ha habido ni media mala palabra por su parte… pero yo notaba que estábamos atascados y que no les estaba dando lo que buscaban. Hasta que un día peté.
P. ¿Qué pasó?
R. Rodando una escena con Rossy de Palma me di cuenta de que por ahí no podía seguir, que no estaba yendo a ningún sitio. A partir de ese momento empecé a cambiar de forma radical mi forma de trabajar. Fue un proceso de reaprendizaje completo. La Mesías ha sido como subir un peldaño más a lo que sabía hacer. Permitirse el error en este oficio es muy difícil, y es lo que he aprendido con ellos: que te tienes que atrever a equivocarte porque solo así llegas al límite de tus posibilidades.
P. Es curioso que fomenten ese grado de improvisación cuando por otro lado planifican todo hasta el mínimo detalle.
R. A nivel técnico lo tienen todo muy planteado, con un mimo increíble. Las posiciones de cámara, la luz, los objetos. Cada plano tiene detrás muchísimo trabajo. Por ejemplo, hay secuencias que toman el punto de vista de los niños pequeños y eso les lleva a cortar las cabezas de los actores adultos porque lo que les pasa a los mayores no interesa y eligen contarlo todo desde abajo. Son cosas que a mí me maravillan. Pero, por otro lado, en cuanto a la actuación, quieren fijar lo que surge en el momento del rodaje. Y para eso generan un clima especial en todos los sentidos.
P. ¿En qué se diferencia de un rodaje con otros directores?
R. En un montón de cosas. Por ejemplo, hay silencio en el set. Nadie habla. Siempre tienes contacto visual con el otro actor o actriz. Si no puedes tenerlo porque la cámara está en una posición que lo impide, se cambia la posición aunque eso lleve una hora más, que en un rodaje es muchísimo tiempo. Si tú tienes que mirar hacia una ventana y resulta que detrás hay un camión de eléctricos, se quita para que estés más concentrado. Evidentemente, sale muchísimo mejor. Todo está al servicio de crear una verdad.
P. Como la rave, que fue real.
R. Fue una fiesta que duró dos días en la que los actores entrábamos y salíamos de vez en cuando mientras la gente bailaba y bebía. Creo que ese ambiente tan de verdad fomentó la actuación maravillosa de Macarena García en esas secuencias. Y algo parecido pasó con la ceremonia de ayahuasca. La rodamos durante cuatro horas seguidas, sin parar, con una chamana de verdad. Yo apenas tenía instrucciones en el guion. Había que concentrarse en lo que estaba pasando y dejarse llevar. Otro ejemplo: antes de rodar la escena familiar de reencuentro con la madre nos pusieron villancicos para que nos colocáramos en el estado mental que genera la Navidad.
P. ¿Han sacado lo mejor de usted?
R. Ellos te ponen las condiciones idóneas y luego te exprimen como a un limón, sí. Y el resultado es excelente. A mí me han dado un premio por esta actuación y estoy muy contento. Pero se lo podrían haber dado a cualquiera. Todo el elenco artístico está brillante: Ana Rujas, Lola Dueñas, Carmen Machi, Macarena García, Albert Pla, los niños y las niñas, los adolescentes... Y si todo el mundo brilla es porque Calvo y Ambrossi están detrás contigo. Te ayudan, te reconfortan, te abrazan.
P. Es bonito que busquen la excelencia desde el amor, no desde el conflicto.
R. Desde las hostias no lo vas a conseguir nunca. Yo he estado en rodajes muy complicados, con directores muy complicados y con mucha tensión, y el resultado no tiene nada que ver.
P. ¿Cómo definiría La Mesías?
R. Para mí es una obra maestra. Igual estoy un poco flipado porque participo en ella, pero creo que abre un camino a hacer ficción, al menos aquí en España, de una manera muy distinta. Para mí es como una película de ocho horas en la que todo está perfecto: la música, el vestuario, la dirección artística… ¡Hasta los platos y los vasos! Ambrossi y Calvo se rodean de gente con mucho talento y con muchas ganas de trabajar. Es una serie muy especial, que toca mucho el corazón de las personas y que está pensada para cambiar a la gente.
P. ¿Cambiarla en qué sentido?
R. En el sentido de que nos entendamos los unos a los otros, de que nos miremos a los ojos sin prejuicios. Es un canto a la diversidad y al amor.
P. ¿Hay salvación para Enric o sus traumas son demasiado profundos?
R. Creo que sí, que lo que se ve al final es solo un primer paso. Se ha sacado el monstruo que tenía dentro y empieza un camino nuevo que, aunque pueda parecer que de alguna forma es igual, o parecido, creo que en futuro le llevará a lugares más luminosos y libres. Enric ya sonríe. Está acompañado. Ya no siente el rechazo que ha sentido toda su vida. A partir de ahí, quién sabe dónde le llevará su nueva vida. Yo me lo imagino viajando por el mundo.
P. ¿Perdona a su madre?
R. Creo que sí. A pesar de todo, él se relaciona con ella hasta el final desde el amor. Sigue siempre buscando que le quieran, que le abracen.
P. ¿Esto es en el fondo lo único que queremos todos, que alguien nos quiera?
R. Exactamente. Es así de sencillo.
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