Itziar Castro: la máscara de una actriz imbatible
Debajo de ese humor con su figura del que ella hacía gala, había una mujer insegura, cariñosa, deseosa de trabajar y actuar
Escribo esto como no hay que escribir nunca, que es en caliente. Hay que tomar distancia y luego escribir. Pero no me da la gana. Itziar Castro ha muerto de madrugada tras un ensayo. Puedo decir que Itziar y yo éramos amigas. No puedo, sin embargo, ponerme en el papel de sus familiares ni de sus amigos más cercanos. A los únicos a los que tendría que rendir cuentas (llegado el caso) sería a ellos.
Itziar era una actriz sobresaliente. Eduardo Casanova la hizo brillar en Eat my Shit (descubierta por el director de casting José Cerqueda) y luego le regaló un papel que le valió la nominación a Actriz revelación en los Goya (por Pieles), donde derrochaba esa frágil humanidad que tan bien sabía representar. Yo pienso que ese premio tiene algo de gafe. En cualquier caso, Itziar no lo ganó y no llegó a asentar al cien por cien su carrera. Su otro mejor papel fue en Matar a Dios, de Caye Casas y Albert Pintó. Siempre dijo que fue la única vez que en la descripción del papel no venía la palabra “gorda”. Tocó el cielo de la fama con Operación Triunfo, donde se convirtió en cabeza de turco de una edición que parecía no despegar. Afortunadamente, llegó Vis a vis para concederle la fama que tanto ansiaba. Era una persona frágil, aquejada del mal de los actores: la necesidad constante de foco. La excruciante vida del cómico, con sus cuestas y curvas. Siempre juzgado, siempre en la cuerda floja.
Por la causa que fuera (tiroides, lipedema, ansiedad, genética), Itziar Castro tenía un sobrepeso llamativo, que siempre llevó con humor. Da la impresión de que los gordos tienen que destacar por algún lado para que se les respete. Se tienen que asear más, tienen que ser más simpáticos, y por supuesto tienen la obligación de reírse con quienes se ríen de ellos. ¿Por qué? Porque si no lo hicieran sería peor. Reírse de los gordos es el último bastión de los sádicos, que ya no pueden reírse de nadie. Reírse de un gordo es algo que se hace por su bien. Y por el bien de Itziar hubo miles de personas que cada día de su vida le hicieron sufrir el escarnio constante. Ha muerto joven, pero las burlas han continuado una vez muerta. No sabía yo que cuando la chusma turbamulta patea tu cadáver es por tu salud.
Debajo de ese humor con su figura del que ella hacía gala, había una mujer insegura, cariñosa, deseosa de trabajar y actuar. Era capaz de exponerse a las situaciones más estresantes con tal de hacer un buen trabajo. Las cosas que proyectamos muchas veces no son las cosas que suceden de verdad. Itziar hubiera merecido más papeles a la altura de su talento, y no sólo de su físico. Yo pude trabajar con ella en una película que finalmente no se llegó a rodar. Le di el guion el mismo día del ensayo. Captó en un par de frases aquel personaje que ahora vaga por el limbo de las películas perdidas. Desde entonces tuvimos innumerables encuentros y desencuentros. A Itziar la vida le dejó a deber muchas cosas. Espero que ahora, de algún modo, le sean concedidas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.