Clara Sánchez: “A los 60 una mujer ya no se deja mangonear emocional ni sentimentalmente”
La escritora, de 68 años, flamante académica de la RAE, presenta ‘Los pecados de Marisa Salas’, una novela sobre los entresijos de la industria editorial, las trampas del éxito y la conquista de la libertad personal
La flamante titular del sillón X de la RAE cita en casa, es decir, la imponente sede de la Real Academia Española en Madrid, a las 6 de la tarde del pasado martes. Se nota que es nueva porque ella misma se pierde por las magníficas estancias por donde nos conduce una asesora para meternos, finalmente, en el barroco despacho con mucha madera y poca cobertura en el que charlamos las dos a solas. Al salir de esa burbuja, como fuera del tiempo y del espacio, nos topamos, a la vez, con la noticia de que Luis Mateo Díez acaba de ser galardonado con el premio Cervantes y con Luis Mateo Díez, propiamente dicho, acudiendo en carne mortal a la RAE a agradecerlo. Carambola.
Estrena novela y sillón de la Academia. ¿Qué le hace más ilu?
Las dos cosas. Pero el sillón de la Academia es una novedad, una sorpresa maravillosa, y novelas ya he publicado unas cuantas.
Además, el sillón es vitalicio.
Las novelas también. Los escritores podemos caducar, pero las novelas quedan. Yo misma he tenido la experiencia de que alguna mía no ha tenido el recorrido que yo esperaba, lo que me ha hecho sufrir mucho, y, de repente, ha resurgido en otro país. Siempre hay alguien en alguna parte que puede descubrirte en un libro tuyo.
¿Por qué caduca una escritora? ¿Ha tenido crisis creativas?
Claro que sí. Y se puede salir de una crisis, esperar que pase, esforzarse, tener fe en una misma, pero quizá lo peor de soportar para mí es la sensación de depender de todo el mundo. La fragilidad y vulnerabilidad de que dependes de gustar: a la editorial, a los libreros, a los lectores. Es agobiante. Cuando llegas a las librerías, ya estás hecha trizas.
Lo dice alguien que ha ganado el premio Nadal, el Alfaguara y el Planeta. Si eso no es gustar...
Pero, fíjate, yo no he tenido éxito siempre ni me he sentido exitosa nunca. Lo que he tenido siempre es ambición, empeño, abnegación. La ambición literaria de querer escribir algo mejor que lo anterior. Y, esto me ha hecho perder mucho tiempo, también la ambición de estar al nivel de otros.
¿Se compara con sus colegas?
Claro. No diré cuáles. Pero con contemporáneos míos a los que admiro y otros a los que no. Los escritores nos movemos en la comparación.
Otros no, o no lo dicen.
Pues qué suerte, porque nunca tendrán que renunciar a la idea del éxito, ni a la ansiedad que conlleva.
¿Tan ansiosa es usted?
Sí, soy débil en ese sentido. Todo me afecta mucho. No soporto mucho el mundo editorial. Este mundo mío tan apasionante, que me ha dado tanto, y que me hace sufrir. Tanto que, a veces, he pensado no volver a publicar nunca.
¿Y por qué sigue publicando?
Porque de un libro a otro se te olvida. Y te lo dice alguien a quien nunca se le olvidó el parto de su única hija y nunca más parió.
¿Siempre fue hipersensible?
Sí, empecé a escribir para anclarme al mundo. Mi padre era ferroviario. Vivimos en varias ciudades diferentes. De niña tuve que estar adaptándome constantemente, y escribir me daba estabilidad.
¿O sea, que el éxito, para usted, no son ni los premios ni las ventas?
Hoy por hoy, no hablo de hace 10 ni 20 años, para mí el éxito es una esclavitud. El éxito esclaviza a quien lo persigue denodadamente, mantenerlo es un esfuerzo tremendo, y te pierdes cosas mucho más importantes. El éxito es lo que ven los demás de ti, de tu vida. Pero no te están mirando a ti, no te ven, no te escuchan. Tú no existes.
Eso entronca con su protagonista, Marisa Salas, una escritora de 60 años que se siente invisible.
Los 60 son una edad extraordinaria para una mujer porque ya no te dejas mangonear ni emocional ni sentimentalmente por nada ni nadie. Marisa se da cuenta de que el éxito es mentira, de que es lo que los demás envidian de uno, pero no es lo que uno quiere hacer. Y decide hacer lo que quiere.
Pero se conforma con no estar muy enamorada del hombre con quien vive ni reivindicar la autoría usurpada de su obra con tal de no liarla y mantener una vida relativamente cómoda. ¿Eso no es vivir a medias?
Lo que creo es que la resignación y el conformismo están muy devaluados. Las pocas veces que estuve enamorada apasionadamente, la vida se me escapaba y estaba deseando que esa pasión desaforada desapareciera para empezar a vivir. La pasión te esclaviza y secuestra emocionalmente, no ves nada más que eso. No es que Marisa renuncie, sino que elige vivir como desea.
Y se resarce echando un polvo con su pareja en el bosque de vez en cuando para sentirse viva.
Sí, por él, y por ella, también. Ella crea esa fantasía, pero es perfectamente consciente de ella. Es una mujer que no ha tenido una vida fácil emocionalmente y por fin se ha hecho consciente de sí misma y de lo que realmente quiere [me mira]. Sé lo que estás pensando. Sé que esto se entiende mal. Me ha costado peloteras tremendas en charlas literarias, sobre todo con mujeres, defender esta idea. Incluso entre nosotras parece que tengamos que estar siempre enamoradas apasionadamente. ¿Por qué? ¿Y si no aparece ese amor? ¿Entonces tu vida queda coja? ¿No podemos apasionarnos con otras cosas? Las mujeres aún tenemos que conquistar mucha independencia emocional.
Vayamos a su faceta académica. ¿Le gustan los monosílabos?
Me encantan. Mi nieta se llama Sol. Son claros, directos, como dardos en la diana, que decía Lázaro Carreter. Mar, sol, luz, pan, sal... Fíjate la cantidad de conotaciones. No cabe más en menos. Una palabra es como una bombona de butano, que si está contenida es inofensiva, pero si la mezclas con otras determinadas, puede estallar.
¿Cuál es su palabra preferida?
Tristeza. Porque no está de moda, porque es sonoramente muy bonita y porque define muy bien un estado de ánimo. Es redonda.
Estos días, un manifestante decía que salía a la calla a “putodefender” España. La RAE ha reconocido ese “puto” como un prefijo enfático. ¿Qué le parece?
Me gusta y me divierte muchísimo ese retorcimiento del habla. Todo lo que sirva a alguien para sacar lo que lleva dentro, que ayude a desahogarse, me parece perfecto. Ojalá tener más palabras para desahogarse. Mejor palabras que palos.
Otra gran palabra es señoro.
Tiene su gracia. Es un señor que va de señor, un ultraseñor.
¿Y se ha encontrado a mucho señoro en la RAE?
Jajaja. De momento, no. Estoy empezando, y lo que me he encontrado son señores magníficos a los que admiro. Entre otros, algunos de mis maestros, como José Manuel Blecua, o Emilio Lledó. Pero sé por dónde vas. Ya te contaré.
LA SEÑORA EQUIS
Cuando, en marzo de 2023, Clara Sánchez (Guadalajara, 68 años) fue elegida por el pleno de la Real Academia Española como titular de la silla X mayúscula, tras la muerte de su antiguo titular, Francisco Brines, en 2021, sintió una especie de justicia poética. Toda su vida literaria la ha dedicado a intentar despejar enigmas de la condición humana en sus novelas, desde que empezara a escribir, de niña, como forma de echar raíces en su nómada vida de hija de ferroviario. Ganadora de los tres premios más cotizados de las letras españolas -el Alfaguara (en 2000), el Nadal (2010) y el Planeta (2013)-, Sánchez piensa que el éxito es un cuento. De todo eso, y de la edad, la importancia de la imagen, las apariencias, los tejemanejes de la industria editorial y los pactos que establecemos con nosotros mismos para seguir vivos y relativamente felices, trata su última novela, Los pecados de Marisa Salas. Siempre dice que no volverá a escribir otra. Siempre vuelve.
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