Cristina García Rodero, la fotógrafa de las emociones, retratada sobre el terreno en un documental
‘La mirada oculta’, que se estrena en la Seminci antes de su lanzamiento comercial, muestra por primera vez cómo la artista retrata las fiestas y tradiciones populares
¿Quién es esa mujer menuda que, con el agua por encima de la cintura, hace fotografías en una procesión de la Virgen del Carmen con el paso entrando en el mar? Es la misma que en la fiesta del Holi, en la India, dispara con su cámara entre una multitud que amenaza con derribarla en cualquier momento. Y es la que se arriesga a recibir una coz de uno de los caballos salvajes mientras retrata una rapa en Galicia. Cristina García Rodero (Puertollano, 74 años) es probablemente la figura más importante de la historia de la fotografía española. Premio Nacional en 1996, primer español (y española, ahora son tres) en ingresar en la celebérrima agencia Magnum, autora de un libro fundamental en el arte de la imagen como fue España oculta, de 1989. Y ahora protagonista del primer documental sobre su trabajo, Cristina García Rodero. La mirada oculta, dirigido por Carlota Nelson, que se estrena este viernes en la Seminci de Valladolid, antes de poder verse en cines el 1 de diciembre. La autora recibirá además en el festival un premio especial a la Creación Artística.
Es una película de 70 minutos en la que la cámara se pega al cogote de García Rodero para ver cómo trabaja, cómo se mueve, cómo logra la mejor foto de una fiesta o romería entre los fotógrafos que buscan lo mismo. “No me gusta para nada que me filmen. Las protagonistas son mis imágenes. Si pudiera desaparecería de la cámara”, dice al comienzo del documental. Nelson, nacida en Tokio, de padre sueco y madre argentina, la conoció en la edición de 2001 del Burning Man, el evento multidisciplinar que se celebra en Nevada (Estados Unidos). “Vi a una mujer perdida en una tormenta de arena y cuando me habló vi que era española”, recuerda en conversación telefónica.
En 2010, durante una cena, Nelson le propuso hacerle un documental y lo que recibió fue una bronca, porque ella no quería ni oír hablar ello. Al final se ablandó. Así, en 2019 se puso en marcha el proyecto, que detuvo la pandemia porque se suspendieron las fiestas populares. Un reducido equipo la ha seguido durante cuatro años por aquellos lugares en los que retrata las tradiciones. Lo que se ve en pantalla es a una artista que, como dice, necesita “estar muy cerca física y mentalmente” de lo que fotografía. “Hay que ser muy rápida para captar el instante”, añade mientras se oye el “clic-clic-clic-clic” del disparador. “Lo que intento es fotografiar las emociones”.
Una fotógrafa en constante movimiento
Nelson lo ha comprobado: “Se mueve a gran velocidad, no para, es como si entrara en trance. A veces nos decía, ¿queréis que vaya más despacio? Hemos ido con la lengua fuera porque es un portento de la naturaleza”, añade esta directora de documentales. En conversación telefónica, García Rodero señala que ha intentado que esa presencia continua a su espalda no la condicionara. “Aunque a veces me volvía para ver dónde estaban porque los perdía. Lo importante del documental es que se vean las dificultades que pasan los fotógrafos, lo que cuesta sacar adelante un trabajo”.
La directora quiso que fuera la voz de García Rodero la que guiara el documental, lo que puede chocar al espectador. Nelson añade que ha huido del formato más conocido, en el que distintas voces, familia, amigos, compañeros, describen al personaje. “No me interesaba hacer una biografía, sino escuchar sus reflexiones. Además, muchos fotógrafos me decían que querían saber cómo trabajaba ella”, explica. Tampoco ha visto necesario rotular las fiestas para informar de cuáles se trata, lo que probablemente se echa en falta.
En la película se ve a otros fotógrafos trabajando al lado de ella. ¿Cómo es esa relación? “En España nos conocemos y nos respetamos. Sabemos cómo movernos y no entorpecer la fiesta. Lo peor son los que están con el móvil grabando todo el rato”. Y advierte: “El que las fiestas salgan en las televisiones las mata de éxito”. Esa atención mediática no cree, no obstante, que condicione el comportamiento de los que toman parte en el festejo. “Ellos están a lo suyo y lo que suelen es alegrarse de que vayas a su pueblo y les prestes atención”.
En esas celebraciones, ¿no tiene miedo, por ejemplo, a quemarse durante la fiesta de los escobazos en Jarandilla de la Vera (Cáceres), en la que los participantes van con escobas en llamas? ¿O a que la multitud la pisotee en la India? “¡Trágate tus miedos, niña!”, zanja. “La cámara te ayuda a superarlo”. India es, precisamente, un país al que vuelve una y otra vez: “Es tan diferente, muy duro, sin buenas carreteras. Sobrepasa tu imaginación, con religiones con muchos dioses y gentes tan devotas”.
Si echa la vista atrás ve “a una joven inexperta” que iba para pintora y que en 1973 consiguió una beca de la Fundación Juan March para empezar “a cumplir un sueño”: dejar constancia gráfica “de la riqueza de las tradiciones y costumbres populares de España”, que parecían estar cerca de desaparecer con el fin de la dictadura. Fueron 15 años de trabajo, aprovechando los meses de vacaciones como profesora en la Facultad de Bellas Artes, en Madrid. Años de autostop, de autobuses por carreteras de tercera, de trenes que de rápidos solo tenían el nombre y de subirse en el coche del panadero o del pescadero del pueblo. Más adelante compró un cochecillo en cuyo maletero metía un colchón de gomaespuma para no tener que dormir en pensiones de mala muerte o al raso. “Mi madre lo pasaba muy mal”.
Por fin, en 1989 publicó con Lunwerg España oculta y empezó el bum. Han pasado 50 años desde su inicio en el reportaje fotográfico y sostiene que para seguir retratando esos pueblos y sus gentes “hay que ir con la mirada limpia, como la de un niño pequeño”.
La película recorre algunos de sus grandes trabajos y no solo los que han tratado sobre fiestas. Como las fotos del horror que tomó a las víctimas de la guerra civil en Georgia. “Mi trabajo más querido con relación al tiempo que estuve y el resultado. Fui en 1995 con Médicos Sin Fronteras y me recordaba a la posguerra española. Intento no pasar superficialmente por esos sitios, dedico mucho tiempo”, declara.
Su conocido carácter de agotadora perfeccionista se refleja en un momento del documental, durante el revelado de una de sus imágenes en el laboratorio de Juan Manuel Castro Prieto, el alquimista que hace mejores las fotos de los grandes. “Señor, dame paciencia, ¡pero dámela ya!”, exclama él mientras García Rodero le insiste sin cesar en que deje más segundos la foto en la cubeta. Es la tenacidad que le hace proclamar que “el fotógrafo tiene que ser desobediente”. Sin embargo, es consciente de que el tiempo corre en su contra. “A partir de los 70, cada año es una losa. Ya no tengo una vida por delante, pero mientras las piernas me lo permitan, seguiré fotografiando esa necesidad del ser humano de celebrar la vida”.
Babelia
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