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Cristina García Rodero, fotógrafa: “Sueño la foto y la persigo”

La gran fotógrafa del alma humana a través de sus fiestas y ritos sigue trabajando a sus 73 años y está empeñada en ilustrar cómo ha cambiado el país desde su mítica ‘España oculta’, publicada en 1989.

Cristina Garcia Rodero, fotógrafa, en su piso de Madrid.
Cristina Garcia Rodero, fotógrafa, en su piso de Madrid.Bernardo Pérez
Luz Sánchez-Mellado

La anfitriona está apuradísima. Una tendinitis de hombro, peaje de décadas de acarrear cámaras y maletas por el mundo, la tiene impedida y baldada de dolores, casi no ha dormido, y lamenta no estar “fina” en la entrevista. Acaba de venir de retratar los carnavales de Miguelturra, en Ciudad Real, en su empeño de ilustrar cómo ha cambiado en casi 25 años el paisaje y el paisanaje desde su mítica España oculta, el libro que la catapultó a la primera línea mundial de la fotografía. Estamos en el salón de su coqueto pisazo en el acomodado barrio de Salamanca de Madrid, lleno de recuerdos de sus viajes y presidido por dos maravillosas fotos de danzantes borrachos de alegría y color en la fiesta Holi de la India, a la que quería haber vuelto este año y no ha podido por no haber recibido a tiempo el visado. García Rodero, menuda, simpática y pizpireta, cuenta todo eso, y mucho más, antes, durante y después de la charla. Luego, antes de convidarnos a un menú del día en un bar del barrio, nos muestra un vídeo de Entre el cielo y la tierra, una colección de estampas de gente celebrando la vida, la muerte, la fiesta, el sexo y la fe -desde la congoja del entierro de un bebé al desenfreno de un festival porno- y una no puede evitar que se le icen los vellos a escuadra y se le caigan los lagrimones a plomo. Qué belleza.

¿No llora al hacer las fotos?

Muchísimo. Antes, durante y después de disparar. De hipar y de moquear y todo. Pero sigo disparando. Me meto tanto en la escena que, para mí, no pasa el tiempo. Lo vivo con quienes retrato. Me olvido de mí. No pienso si va a ser portada o no. A veces, me han dicho que entro en una especie de trance, que estoy como poseída. No sé, solo sé que soy muy feliz.

¿Fue una niña observadora?

Éso decían mis padres. Mi padre tenía una joyería y mi madre era maestra. Éramos siete hermanos. Yo era la de enmedio, estaba siempre en de tierra de nadie, leyendo, dibujando. Era muy terca y muy independiente. Siempre tuve clara mi vocación artística.

Se declara enamorada de la belleza. ¿Cuál su primer flechazo?

De niña, La Alhambra. En verano, mis padres nos llevaban a Andalucía y esa hermosura me deslumbró. Luego, vi bailar a Antonio Gades, a Rafael de Córdoba y me enamoró el movimiento y el sentimiento. La belleza del ser humano es lo que más me ha impresionado. La fe, la bondad, la capacidad de entenderte sin palabras. La comunión entre personas.

¿Ve la bondad por el objetivo?

Sí. En las fiestas y en los ritos he visto héroes que se arriesgan por los demás. También cobardes que esperan a que un animal esté muerto para acuchillarlo. Todo está en los ojos de la gente. He visto tantos en mi vida que he aprendido a leerlos. La maldad también se ve, pero me interesa la bondad porque me ayuda a vivir.

¿No retrata a los malos?

Los quiero lejos de mí, y de mi objetivo. Pero sí los he retratado. Es una forma de castigarlos. Pocas veces pido publicar en prensa, no soy fotoperiodista, pero cuando he visto el mal he hecho lo posible por hacerlo visible para que se sepa quiénes son.

¿A estas alturas, hace lo que quiere o lo que le encargan por dinero?

Hace ya mucho que hago solo lo que quiero. Desde siempre he escogido lo que hago, lo que pasa es que, para poder hacerlo, he tenido que trabajar muchísimo.

Es académica de Bellas Artes desde 2006, pero aún no ha pronunciado el discurso de aceptación. ¿Tanto se hace de rogar?

Ay, qué apuro. Pido disculpas a la Academia. Lo mío no es hablar, ni escribir, ni cantar, ni bailar, ni siquiera dibujar, que fue lo que empecé haciendo. Soy fotógrafa porque quiero contar cosas, y he suplido mis carencias comunicativas con la fotografia. Era una afición y al final es mi profesión y mi pasión porque iba más con mi forma de ser. No quería estar encerrada en un estudio pintando, sino con la gente. La cámara ha sido mi llave al mundo y mi lengua propia, y creo que se entiende muy bien lo que quiero decir con cada foto.

Algo de inglés sabrá...

Entre 40 y 100 palabras. Con eso me he entendido con todo el mundo en todo el mundo. Y, más que con eso, con los ojos. En Haití, chapurreando algo de francés, me dijeron algo que me marcó: “Tú eres diferente. No te damos asco. No nos huyes. Nos tratas como a personas”. Creo que es eso lo que me abre puertas y almas.

Durante décadas, usted sería la única mujer, fotógrafa o no fotógrafa, en según qué sitios y qué situaciones.

Sí, en algunos países me llamaban “la chica sin dueño”. Cuando me veían aparecer con mi cámara, lo primero que me preguntaban era si tenía marido, o padre, o hermanos, a qué hombre pertenecía. Nunca usé las armas de mujer. Y eso no se entendía, incluso algún colega no lo entendía.

¿Vivió situaciones de peligro?

Alguna. La peor, en España, en un pueblo, haciendo autostop en una carreterilla, tuve que salir por piernas. He aprendido a tener valor, pero siempre que he pedido ayuda, la he encontrado.

Usted, que ha visto gente tan diversa: ¿somos todos iguales?

Estoy convencida. Nos diferencia la geografía, la religión, la economía y la política. Pero, como seres humanos somos iguales, tenemos las mismas alegrías, las mismas tristezas, los mismos miedos y necesitamos lo mismo.

¿Qué necesitamos?

Aparte de tener las necesidades básicas cubiertas, vivir en paz, con dignidad y libertad.

Hay quien cree que hacer fotos bellas de personas y sitios pobres es ‘romantizar’ la pobreza.

En absoluto, pero viajando te das cuenta de que la gente puede ser feliz con poco y no por tener más vas a ser más feliz. Puede que la vida te sea más fácil, más cómoda y tengas que trabajar menos, pero la felicidad no es eso.

¿Qué hilo une sus fotos de fiestas, entierros, refugiados, desfiles gay y festivales porno?

La pasión, la emoción, la humanidad. La espiritualidad y la carnalidad son dos caras de la misma moneda. Pienso que el ser humano busca las tradiciones porque las necesita. Es una forma de llenar vacíos, miedos, necesidades, y de buscar confianzas en la que depositar esperanza y consuelo para que la vida no sea tan dura.

¿Descarta muchas fotos?

Muchísimas. De mil fotos, me valen, como mucho, 10. Soy muy terca y muy perfeccionista. [Alicia, su asistente, presente en la conversación, asiente cómplice]

¿Ha hecho ya su foto soñada?

Me encanta ese verbo porque yo sueño la foto antes de hacerla. Primero la sueño, y luego la persigo hasta hacerla realidad, sin ahorrar energía, sin ahorrar peligros, sin ahorrar complicidad y luego trato mostrarla en su mayor hermosura. ¿Sabes lo que decía Robert Capa de que si la foto no es buena es que no estabas demasiado cerca? Pues eso.

¿Qué le parece, ahora, la gente fotografiándolo todo con sus móviles?

Creo que hay una ansiedad, más que de imágenes, de ser protagonista. No solo quienes hacen bien su trabajo, sino hay un exhibicionismo. Eso no está mal, pero se está abusando tanto. Eso te quita personalidad, te quita libertad y te quita esencia. Tú lo que tienes que estar contento es contigo mismo, si tengo un solo admirador, estoy contenta, porque soy yo, no necesito ser como se lleva, o como me dicen.

Yendo de fiesta en fiesta se lo habrá pasado bomba en la vida.

Lo he intentado, escojo a mis amigos, escojo mis reportajes, intento ser muy selectiva para no llevarme desengaños y disfrutar de lo que pasa. En esta vida aprendes mucho de lo bueno y de lo malo. Soy muy disfrutona.

Coqueta es un rato. Se ha teñido, peinado y maquillado especialmente para la foto.

Mucho. Ya he asimilado que no soy la Venus de Milo. Que hay que conformarse con lo que tienes y disfrutar de ello.

¿Qué edad tiene por dentro?

Yo creo que me quedé en los taitantos, como decía Lina Morgan. Seré vieja el día que no tenga ilusiones. Es ahora, con esta tendinitis, que me cuesta sujetar la cámara y estoy deseando curarme para salir a trabajar, y aunque no me cure, seguiré saliendo porque las cosas no te esperan. Y, como creo que todavía no he hecho mi foto soñada, la que me represente, sigo buscándola, persiguiéndola, trabajando.

MAGNA CRISTINA

Primera española (y español) en ingresar en la prestigiosa agencia Magnum. Premio Nacional de Fotografía. Académica de Bellas Artes. El currículo de Cristina García Rodero (Puertollano, Ciudad Real, 73 años) impresiona. Ver una foto suya basta para entenderlo. Hija de un joyero y de una maestra, García Rodero fue la "de enmedio" de siete hermanos. Estudió Bellas Artes en Madrid, con profesores como el pintor Antonio López, antes de cambiar los pinceles por la cámara como medio de expresión personal y artística. Su obra 'España oculta', publicada en 1989, de su periplo por fiestas, ritos y tradiciones españolas más o menos olvidadas, supuso su consagración nacional e internacional. Incansable trabajadora y amena conversadora, es considerada la mejor fotógrafa española de todos los tiempos y es muy apreciada por sus colegas. Ella, manchega como sus admirados Antonio López, Sara Montiel y Pedro Almodóvar, ni se quita ni se pone méritos. "El manchego es una persona particular, con muchísimo sentido del humor y muy creativo que, a veces, hace cosas que no hacen los demás. Quizá por ese horizonte plano y ese cielo tan presente, hace que pueda soñar sin dejar de tener los pies en el suelo. Quizá por eso no me importa meterme en el barro para expresar lo más bello y lo más elevado", confiesa. Su obra la avala.


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Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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