El premio Goncourt choca con los ‘lectores sensibles’, desminadores de discursos incorrectos en la industria editorial
El uso de un editor encargado de evitar ofensas a minorías por parte de un nominado quebequés aviva en Francia el temor a prácticas culturales de EE UU
Es un choque cultural —una fractura transatlántica— y quizá generacional. Como si el fantasma de lo políticamente correcto, que en Francia se identifica a menudo con lo anglosajón, amenazase uno de los santuarios del espíritu francés y su literatura: el Goncourt.
Cuando a principios de mes los miembros del jurado del más prestigioso de los premios de las letras francesas seleccionaron la novela Que notre joie demeure (Que nuestra alegría permanezca), del quebequés Kevin Lambert, para la primera lista de candidatos, seguramente ignoraban lo que se avecinaba. Lambert es un autor que reivindica el uso de sensitivity readers o lectores de sensibilidades o sensibles, una práctica que prolifera en Estados Unidos y Canadá, pero que en Francia suscita recelos y sospechas de censura y de americanización de la cultura autóctona.
Los sensitivity readers ―también llamados desminadores editoriales, como si una novela fuese un campo de minas― releen, antes de su publicación, un manuscrito en busca de posibles ofensas a minorías, raciales o sexuales. Proponen cambios. Desactivan polémicas potenciales, ofensas que pueden arruinar la reputación de un autor y de una editorial. Para sus defensores, hacen lo que han hecho los editores de toda la vida: perfeccionar el texto. Para sus detractores, atentan contra la libertad creativa. Y su llegada al Goncourt es, para algunos, una prueba más del peligro de las modas ideológicas norteamericanas.
Todo empieza con un mensaje en la red social Instagram de Le Nouvel Attila, la editorial francesa de Lambert, el 4 de septiembre: “Kevin Lambert ha trabajado con un sensitive reader para, de nuevo, pegarse lo máximo a la realidad, ser lo más acertado posible”.
El mensaje incluía una cita de Lambert en la que este explicaba que la poeta de origen quebequés y haitiano Chloé Savoie-Bernard había contribuido a editar el libro. A Lambert le había interesado sobre todo su punto de vista respecto al personaje de Pierre-Moïse, un arquitecto de origen haitiano. Lo justificaba así: “Chloé se ha asegurado de que yo no diga demasiadas tonterías, que no caiga en algunas trampas de la representación de las personas negras por autores/as blancos/as”. Y concluía: “La lectura sensible, al contrario de lo que dicen los reaccionarios, no es una censura. Amplifica la libertad de escritura y la riqueza del texto. Para mí no hay ninguna duda y tengo la intención de trabajar de esta manera en todas mis próximas novelas”.
Al día siguiente de publicarse este mensaje, los diez miembros de la Academia Goncourt seleccionaban su novela entre las 16 nominadas en la primera ronda del premio (la lista se irá reduciendo hasta la elección del ganador en noviembre). Y un día después, el 6 de septiembre, Nicolas Mathieu, Goncourt en 2018 por Sus hijos después de ellos, respondía con otro mensaje en Instagram: “Convertir en la brújula de nuestro trabajo a profesionales de las sensibilidades, a expertos en estereotipos, a especialistas en lo que se acepta o se osa en un momento dado: he aquí algo que, como mínimo, nos deja circunspectos. Que uno se jacte de ello, he aquí algo que, a lo mejor, es divertido, pero en verdad lamentable. Que se desacredite con una palabra a quienes piensan que la literatura no tiene nada que ver con las aduanas de un nuevo género, y dar a entender que hacer el juego de las opresiones actuales, simplemente es una putada”. Mathieu, que es de izquierdas y autor de novelas con profunda carga social, acababa llamando a los “escritores y escritoras” a “trabajar” y “arriesgarse, sin tutela ni policía”.
Y así quedaba servido el duelo literario de esta rentrée. Lambert y Mathieu se comunicaron después en privado y enterraron el hacha. Requeridos por EL PAÍS, ni uno ni otro quisieron hacer más declaraciones. Que la polémica ha proyectado públicamente a Lambert, es indudable. También es posible que lastre sus posibilidades de llegar lejos en las sucesivas eliminatorias del Goncourt.
Philippe Claudel, secretario general de la Academia Goncourt, declaró a Le Monde: “Olvidemos esta polémica. Los perros ladran, luego la caravana del Goncourt cabalga”. Y defendió que los sensitivity readers no son algo novedoso. “Los editores siempre han releído los textos con atención, sobre todo aquello que podía causar polémica. Hay manuscritos que pueden ser revisados por abogados, trabajados por editores, y esto no choca a nadie. Lo interesante es el texto final”.
Tahar Ben Jelloun, jurado del Goncourt, opina por teléfono que las lecturas sensibles “son buenas para las cartas diplomáticas, pero no son posibles para crear literatura”. Ben Jelloun no duda de que, en la próxima reunión del jurado, “habrá debate”.
Aflora, con la polémica de los sensitivity readers, una diferencia entre generaciones: “No es el espíritu francés”, afirma otro miembro del jurado, Pierre Assouline. “Pero el espíritu francés está cambiando: los jóvenes están muy influidos por todo esto”.
Reflexiona Assouline: “Un autor que necesita este tipo de censura, para mí no es un escritor. Jamás en la historia de la literatura escritores se han comportado así”. Y añade: “Hacer leer [el libro] a un amigo para tener su opinión, todo el mundo lo ha hecho, y hacérselo leer a su editor para que lo edite, también. Pero hacérselo leer a alguien por razones étnicas, raciales o comunitarias, esto no es posible. Es como si se le pidiese a Javier Cercas que un sensitivity reader catalán leyese el manuscrito de Terra Alta para que le dijese si lo que ha escrito ofenderá a los catalanes”.
Assouline recuerda que Hervé Le Tellier, Goncourt en 2020 por La anomalía, le contó que, al traducirse la novela al inglés, recibió una llamada de un sensitivity reader de la editorial en Nueva York. “Aguanté y finalmente no pasó nada”, le dijo Le Tellier. Lo mismo explica Élisabeth Roudinesco en el posfacio de su ensayo El yo soberano: un día recibió un mensaje de un sensitivity reader de la editorial que publica el libro en inglés. Su misión, escribe Roudinesco, era “proteger[la] de eventuales insultos que podían perjudicar al libro”. Entre otras sugerencias, figuraba suprimir una alusión a un antepasado suyo que participó en masacres de nativos en Tierra de Fuego en el siglo XIX, y la crítica al cambio de título, en ediciones modernas, de la novela Diez negritos de Agatha Christie.
Roudinesco se negó a los cambios y el editor lo asumió. Ahora explica: “No es obligatorio obedecer a las tonterías. No cambia nada a las ventas del libro. Y no tiene nada que ver con un verdadero trabajo editorial: yo escucho siempre al editor. ¡Cuántas veces me habrán corregido cosas! Pero no tiene nada que ver”. Concluye la historiadora: “Hay que luchar contra estas costumbres que, en Francia y en Europa, no funcionan”.
“Francia sigue muy apegada a la figura del escritor solitario, soberano y genial”, señala el diario quebequés Le Devoir. Y cita a Chloé Savoie-Bernard, la lectora sensible de Lambert, quien dice: “Yo no veo la figura del escritor como monumental. Contemplo el trabajo literario en la discusión y el diálogo”. Añade Le Devoir: “Y la escritura, como algo colectivo, no sacralizado en la individualidad. ¿Hay ahí una diferencia cultural?”
“En Quebec es algo bastante normalizado, que se hace desde hace años y no choca a nadie”, dice Kevin Lambert en la revista Les Inrockuptibles. “Hay que saber que no es sistemático, es a petición de los autores y las autoras”. Que no es sistemático lo demuestra el hecho de que Michel Houellebecq, quizá el escritor francés más susceptible de ser sometido al desminado políticamente correcto en sus traducciones en EE UU, responda a una pregunta escrita sobre la cuestión: “Como todo el mundo, he oído hablar de los sensitivity readers (...), pero personalmente nunca me he visto confrontado a ellos”.
Babelia
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