Entre la provocación y la contrición: el nuevo ‘caso Houellebecq’
El novelista francés evita una demanda de la Gran Mezquita de París por incitación al odio tras rectificar unas declaraciones sobre los musulmanes
No hay ninguna novedad de Michel Houellebecq en las librerías francesas en este inicio de año, fecha por la que suele publicar sus novelas, que diseccionan con crudeza y lirismo los malestares profundos de nuestras sociedades. Pero todo lo sucedido en las últimas semanas, desde que el autor de Aniquilación publicó una larga conversación con el filósofo Michel Onfray en la revista Front Populaire, perfectamente podría ser la trama de uno de estos libros. Contiene los ingredientes: declaraciones explosivas, denuncias de odio a los musulmanes, polémica intelectual y, finalmente, una escena en la que el escritor acusado y el líder musulmán que le ha denunciado fuman la pipa de la paz. Un final feliz abierto a interpretaciones.
El nuevo caso Houellebecq estalla a finales de noviembre, cuando la revista soberanista Front Populaire, codirigida por Onfray, publica la entrevista-río entre el propio Onfray y Houellebecq. Es un encuentro entre el filósofo más popular de Francia, antiguamente identificado con la izquierda libertaria y ahora acusado de haber derivado hacia el nacional-populismo, y el novelista quizás de más talento, y sin duda impacto, de su generación, además de un polemista feroz, con posiciones calificadas a menudo como reaccionarias. El título de la portada lo dice todo: “¿El fin de Occidente?”
Desde las primeras líneas, Houellebecq demuestra su talento para provocar. Ataca al general Charles de Gaulle, auténtico tótem en su país, excepto para la extrema derecha, por haber abandonado, tras la independencia de Argelia de 1962, a los harkis, soldados argelinos que lucharon con Francia. “Por su comportamiento con los harkis, De Gaulle mercería ser fusilado”, dice el novelista. Defiende la pena de muerte. “¿Acaso el Estado no debe vengarnos un poco?”, sugiere. Y, cuando el filósofo le objeta que ejecutar a un asesino no devuelve el asesinado a la vida, él replica: “No, no devuelve a nadie, pero sé que el culpable ha muerto. Esto restablece un equilibrio”.
Cuando aborda con Onfray la posibilidad de una guerra civil en Francia, Houellebecq pronuncia las palabras que han estado a punto de llevarle a los tribunales. Hay dos declaraciones en disputa. La primera: “Cuando la Reconquista empezó, España estaba bajo dominio musulmán. Todavía no estamos en esta situación. Lo que ya podemos constatar es que la gente se arma. Se hacen con fusiles, toman clases en centros de tiro. Y no son zumbados. Cuando territorios enteros estarán bajo control islamista, pienso que habrá actos de resistencia. Habrá atentados y tiroteos en las mezquitas, en los cafés frecuentados por musulmanes, en resumen, un Bataclan [sala de fiestas de París donde en noviembre de 2015 el Estado Islámico mató a 90 personas] a la inversa. Y los musulmanes no se limitarán a poner velas y ramos de flores. Entonces, sí, las cosas pueden ir bastante rápido.”
Houellebecq dice en la segunda declaración: “Creo que el deseo de la población francesa de pura cepa, como se dice, no es que los musulmanes se asimilen, sino que dejen de robar y agredir, en resumen, que su violencia disminuya, que respeten a la ley y a la gente. O bien, otra buena solución, que se vayan”. No era el novelista el que hablaba; era el ciudadano. Y había poca ambigüedad. La entrevista provocó debates en las redes sociales y en círculos intelectuales.
“La virulencia de [sus] palabras marca una etapa suplementaria en la radicalización hacia la extrema derecha de un autor de éxito”, escribió Le Monde. Sin referirse a la entrevista, la Nobel de literatura, la escritora de izquierdas Annie Ernaux, había opinado sobre su colega en Le Parisien: “Tiene ideas totalmente reaccionarias, antifeministas”. Y, a la pregunta sobre la candidatura de Houellebecq al Nobel, respondió: “Francamente, mejor que haya sido yo”.
“El deseo de la población francesa de pura cepa no es que los musulmanes se asimilen, sino que dejen de robar y agredir (...). O bien, que se vayan”, ha dicho Houellebecq
El 28 de diciembre, la Gran Mezquita de París anunció una denuncia contra Houellebecq por incitación al odio contra los musulmanes en las dos declaraciones citadas. “La Gran Mezquita de París recuerda que, en una sociedad democrática, la ley permite la crítica de las religiones, y acepta totalmente este debate, en el cual cada uno puede contradecirse”, justificó el rector de la mezquita, Chems-Eddine Hafiz, un abogado franco-argelino identificado con posiciones moderadas y amenazado por los islamistas. Y añadió: “En este caso, sin embargo, se trata de un llamamiento al rechazo del componente musulmán en su conjunto. De esta forma, el debate no es posible, y ahora hay que pedir la estricta aplicación de la ley”.
Había un antecedente. En el año 2000, Hafiz denunció a Houellebecq tras declarar: “El islam es sin duda la religión más estúpida”. El tribunal declaró inocente al escritor. Le amparaba la libertad de expresión y el derecho a criticar una religión. En el caso de las declaraciones en Front Populaire no estaba tan claro que ocurriese lo mismo. Según la Gran Mezquita, lo que estaba en cuestión no era el insulto a una religión, sino a unas personas concretas, los musulmanes de Francia.
“Por una vez, la denuncia de la Gran Mezquita de París no parece irrazonable”, escribió en la revista Franc-Tireur la periodista Caroline Fourest, defensora destacada de la laicidad y el derecho a la libertad de expresión en su sentido más amplio. Fourest considera que la nueva denuncia es “comprensible”. Dice que “los del Batacán a la inversa” a los que se refiere Houellebecq ya han golpeado, de hecho: el 23 de diciembre un hombre con antecedentes xenófobos mató a tiros a tres kurdos en París. Y señala que existe una línea entre la libertad de expresión y el odio, y que esta línea es, precisamente, “la que generaciones de dibujante y profesores se han matado, literalmente, por explicar”. Alude a los dibujantes del semanario satírico Charlie Hebdo, asesinados en enero de 2015 por dibujar a Mahoma, y al profesor de instituto Samuel Paty, decapitado en octubre de 2020 por mostrar estas caricaturas en clase.
Otros intelectuales discrepan, como el conservador Alain Finkielkraut, que en Le Point recuerda que Houellebecq “se ha convertido en una diana [de los islamistas]” y que “cuando habla de Bataclan a la inversa, contempla lo peor, pero no lo desea”. Ese es el debate: si en sus declaraciones, el autor de Plataforma estigmatiza a un colectivo e incita a odiarlo. O si solo expresa su percepción de la realidad, sus miedos personales, y hace una esas predicciones que le han dado fama de visionario, aunque él mismo admita: “Como profeta siempre me ha parecido que estoy sobrevalorado”.
Todo parecía que iba a dirimirse en un tribunal cuando, el jueves, la historia dio un giro. Chems-Eddine Hafiz y Michel Houellebecq se reunieron por iniciativa del gran rabino de Francia, Haïm Korsia. Houellebecq se comprometió a modificar sus palabras en la versión de su conversación que Onfray que aparecerá en formato de libro. En la nueva versión, que Le Figaro ha adelantado, el escritor pone en condicional la idea de que vaya a haber una guerra civil y, al hablar del deseo de una parte de los franceses de que los musulmanes dejen de “robar y de agredir” o “que se vayan”, lo circunscribe a delincuentes y criminales. A cambio, la Gran Mezquita ha retirado la denuncia. La conversación entre Hafiz y Houellebecq, de seis horas y por ahora confidencial, podría dar para otro volumen.
Babelia
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