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Marraquech, la ciudad herida por el terremoto, tiene un patrimonio de edificios, pero también de historias y palabras

Los cuentacuentos de tradición oral que llevaron a la Unesco a declarar patrimonio de la humanidad la plaza de Yemaa el-Fna, que ahora acoge a refugiados, envejecen sin apenas relevo y arrinconados por el turismo

Centenares de personas han dormido esta semana en la plaza Yemaa el-Fna tras el terremoto.
Centenares de personas han dormido esta semana en la plaza Yemaa el-Fna tras el terremoto.YOAN VALAT (EFE)
Juan Carlos Sanz

Marraquech, cuyo centro histórico ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, ha sufrido en sus viejas callejuelas las consecuencias del mayor terremoto registrado en Marruecos. Decenas de edificios de la medina se han venido abajo e incluso un minarete de la emblemática plaza de Yemaa el-Fna ha colapsado. Los daños han sido particularmente intensos en la Mellah, el antiguo barrio judío de la medina, que se encontraba cubierto de escombros y cascotes en la medianoche del viernes, poco después de la sacudida sísmica. Pero la Unesco no solo recogió en su declaración de patrimonio de la humanidad los edificios y las calles de la ciudad marroquí, ahora sacudidas por el terremoto, sino algo inmaterial, una costumbre que recoge siglos de palabras y de historia: la tradición oral de los cuentacuentos, que también se encuentra en peligro, desbordada por el turismo.

“Dos chicas crecieron en el mismo barrio y ambas se casaron el mismo día. Al poco tiempo, tuvieron descendencia el mismo día”. Ataviado con la capa de los cuentacuentos tradicionales, el septuagenario Mohamed Sghir (pequeño) Erguibi iniciaba recientemente, poco antes del terremoto, su relato al atardecer en la terraza de la azotea del Gran Café Glacier, que se abre sobre la plaza de Yemaa el-Fna de Marraquech. Los halka, los corros que se formaban en la legendaria explanada en torno a músicos gnawa, grupos de saltimbanquis y adivinos o de algún encantador de serpientes apenas acogían ya narradores de tradición oral. Su voz parecía haber sido acallada por el estruendo de la plaza y su público se había quedado sin espacio ante la expansión de los puestos de comida. Este fin de semana, además, el lugar se ha convertido en dormitorio comunal donde han pernoctado al raso centenares de familias que se han quedado sin casa tras el seísmo. En Marraquech se han registrado solo 15 muertos entre los más de 2.000 provocados por el seísmo.

Marraquech se había convertido en uno de los destinos turísticos de moda. Las visitas de españoles a Marruecos, por ejemplo, se habían incrementado en un 80% durante los seis primeros meses de 2023 respecto al mismo periodo de 2019, de acuerdo con los últimos datos oficiales disponibles. Pero Erguibi ya no tiene quien escuche su cuento en Yemaa el-Fna. Llegaba con una carpeta con recortes de prensa y certificados que le acreditaban como cuentacuentos autorizado. También con los recuerdos del escritor español afincado en Marraquech Juan Goytisolo, quien a partir de 1997 impulsó la declaración de la plaza como patrimonio inmaterial de la humanidad, reconocida por la Unesco en 2008 por la Unesco.

La conservadora Hanae Jerjou en el Museo del Patrimonio Cultural Inmaterial de Marraquech.
La conservadora Hanae Jerjou en el Museo del Patrimonio Cultural Inmaterial de Marraquech.J. C. S.

“Una de las madres se quedó en el barrio y su hijo se convirtió en imán de la mezquita. La otra se marchó a un lugar lejano, tras ser abandonada por su marido. Su hijo trabajó como vendedor ambulante en un mercado, hasta que un día se encontró una bolsa con 10.000 dirhams (unos mil euros, una fortuna para la época)”, proseguía su relato el veterano cuentacuentos. “La gente que viene ahora a la plaza ya no tiene interés en las historias antiguas”, lamenta, “y ahora nos ganamos la vida como podemos en hoteles y festivales con historias cómicas cortas”.

“Solo quedan siete contadores de cuentos que sigan siendo capaces de ofrecer una narración tradicional en público, y todos se están acercando a los ochenta años”, advertía Hanae Jerjou, conservadora en el Museo del Patrimonio Cultural Inmaterial de Marraquech, inaugurado este mismo año en la antigua sede del Banco Al Magreb, el banco central de Marruecos. En este edificio singular rehabilitado en Yemaa el-Fna ofrece un recorrido por la plaza a través del tiempo y de las artes, como los cuadros del pintor orientalista francés Jacques Majorelle o carteles de películas que hicieron célebre a la Ciudad Ocre, como El Hombre que sabía demasiado, de Alfred Hitchcock.

El cuentacuentos Zouhair Jazanaui, Zouhair The Storyteller, en un hotel de Marraquech.
El cuentacuentos Zouhair Jazanaui, Zouhair The Storyteller, en un hotel de Marraquech.J. C. S.

“El riesgo de desaparición de este patrimonio inmaterial es real. Sobre todo porque ha sido transmitido de padres a hijos, que desde pequeños escuchaban los relatos en la plaza”, abundaba Jerjou. En los últimos años han surgido escuelas de aprendizaje, en asociaciones y cafés de la Medina, para una nueva generación que intenta recuperar el legado de los cuentacuentos tradicionales. Hay eventos como el Festival Internacional de Cuentos de Marraquech que están contribuyendo a recuperar el interés por la narración oral tradicional.

“Con el millón de céntimos (los 10.000 dirhams) que se encontró, el joven compró lujosos regalos para su madre y hasta para el padre que les había abandonado”, recuperaba Erguibi el hilo del cuento. “Su antigua amiga fue a visitarlos con su hijo, el imán. Ambos se sorprendieron al observar sus riquezas”. Tras la pandemia, que vació el corazón de Marraquech, los viejos cuentacuentos no han vuelto a la emblemática plaza, herida hoy por el peor terremoto que haya sufrido marruecos. El público marroquí, mientras tanto, parece haber olvidado el perdido por la tradición de los halka. Una de las señas de identidad de Yemaa el-Fna se estaban perdiendo.

Zouhair Jaznaui, más conocido por su alias en Instagram de Zouhair the Storyteller, se expresaba en fluido inglés. A los 25 años dirige en Marraquech la compañía artística de cuentacuentos Fanus (candil). “Mantengo una estrecha relación con los viejos contadores de historias”, explica en la parte nueva de la ciudad, lejos de una plaza de Yemaa el Fna que ve más como un centro de negocios que un lugar para artistas, de donde procede su nombre original. Estudió con Haj Ahmed Ezargani, hoy nonagenario, y otros narradores tradicionales.

“Ya no quedan cuentacuentos. Antes de la pandemia, la plaza tenía su propio ecosistema en el que se desenvolvían más de 30 narradores especializados con sus zonas asignadas”, sostenía Jaznaui, quien aspiraba a renovar la narración oral en Marraquech. “La institucionalización marcó el declive de los halka. Yo aprendí la narración tradicional, pero ahora trato de innovar la forma de contar, hacer una reinterpretación, incluso con las nuevas tecnologías”, aseguraba Jaznaui, “con la idea de contar de un modo más estructurado, pero respetando la esencia de las fuentes originales, no la teoría académica”. Una misma historia puede encandilar o adormecer, en función del contador de cuentos que le da vida con su voz.

Zouhair the Storyteller no cree que los cuentacuentos se estén extinguiendo. “Se están transformando. Ahora no hay lugar ni público en la plaza para la antigua fórmula”. Piensa que los turistas, como los viajeros de las antiguas caravanas, siempre seguirán acudiendo a Marraquech. “Vienen por Yemaa el-Fna. Pero si acabamos con el espíritu de la plaza, ¿quién vendrá?”.

‘Las mil y una noches’

Hace ahora un lustro, la cantante Madonna escribió su propio cuento de Las mil y una noches para celebrar su 60º cumpleaños por todo lo alto en Yemaa el-Fna junto con decenas de amigos. Juan Goytisolo pasó más de dos décadas en la misma casa de la medina en la que murió en 2017. Forma parte la historia que vivió al proclamarse con orgullo “hijo de la plaza”.

El cuentacuentos Mohamed ‘Sghir’ Erguibi,, en la plaza de Yemaa el-Fna de Marraquech.
El cuentacuentos Mohamed ‘Sghir’ Erguibi,, en la plaza de Yemaa el-Fna de Marraquech. Sofia Català

Mohamed Sghir Erguibi, que guarda una memoria viva del escritor español, cuenta todo tipo de cuentos. “Son historias mías, como las dos amigas que se casaron el mismo día”, explica tras interrumpir su relato mientras Yemaa el-Fna guarda silencio durante la oración del atardecer y el sol se pone tras el alminar de la Kutubía, modelo de la Giralda. Ese emblema de la ciudad osciló durante el terremoto y de ella se desprendieron algunos cascotes, pero aparentemente no ha sufrido daños estructurales.

La madre del vendedor ambulante le dio mucho dinero a la amiga que había venido a visitarle. Esta se lo contó todo a su hijo, el clérigo islámico.

– Deja la mezquita y vete al mercado. Allí la gente encuentra bolsas con dinero y se hace rica–, le animó a cambiar de vida.

– ¿Nadie piensa en la persona que perdió la bolsa y que ahora puede estar sufriendo la pobreza? En realidad, es como si todos le hubiéramos robado– zanjó el joven imán.

Erguibi enciende un cigarrillo al finalizar el cuento mientras saborea un estudiado silencio para que la audiencia sopese la moraleja del dinero fácil. El curtido cuentacuentos señala con el dedo su lugar ancestral en Yemaa el-Fna. “Nuestro tiempo se ha acabado”, reconoce. “Nos han prometido que el año que viene van a colocar un pequeño escenario en un lugar alejado del ruido. Pero los jóvenes ya no cuentan cuentos en la plaza. Van a los cafés y los hoteles”, lamenta. “Y es una pena, porque esta plaza es en sí misma un cuento incomparable”.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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