La máquina de buceo más antigua del mundo puede ser española y no inglesa
Una investigación resuelve que una pieza hallada del galeón ‘Santa Margarita’, naufragado en 1622, es la parte superior de una campana sumergible, un descubrimiento que colocaría a España en un lugar de mérito en la historia del submarinismo
A veces los hallazgos arqueológicos más sorprendentes no requieren de largas y costosas excavaciones, sino de una habilidad especial para mirar desde otro ángulo lo que ya está a la vista de todos. Durante 40 años se pensó que una de las piezas encontradas en el galeón español Santa Margarita, hallado en 1980 por el famoso cazatesoros estadounidense Mel Fisher (1922-1998), no era más que una gran olla de cobre utilizada para hervir pescado a la tripulación de ese buque. Algunos arqueólogos que participaron en aquel descubrimiento y que no terminaban de ver que aquella gigantesca pieza fuera un utensilio de cocina se han dedicado a investigar el asunto desde otro punto de vista. Su conclusión es que esa extraña pieza de cobre, de 147 cm de diámetro y con muchos remaches, es la parte superior de una campana de buceo; quizás la máquina submarina más antigua de la que existe prueba física. Los resultados de la investigación se publican ahora en el último número de la revista Wreckwatch, especializada en arqueología y tecnología submarinas. Si la hipótesis de los investigadores es cierta, el descubrimiento colocaría a España en un lugar meritorio en la historia del submarinismo, que hasta ahora ha concedido casi todo el crédito a los inventores ingleses.
La pieza de cobre ha estado expuesta durante todo este tiempo en los museos de Mel Fischer en Florida, primero en Key West y luego en Sebastian, como parte de los restos del Santa Margarita, uno de los galeones de la Flota de Indias naufragado en 1622 junto con el famoso Nuestra Señora de Atocha y el Nuestra Señora del Rosario, tras un huracán devastador en los cayos de Florida. El tesoro de aquel convoy fue la causa de una disputa legal de años que enfrentó a España con el conocido cazatesoros y que se saldó con la victoria de este último. Los funcionarios españoles aún señalan con enfado la cantidad de fotos que Fisher se hizo exhibiendo los medallones de oro colgando de su cuello. Pero esa es otra historia.
En cualquier caso, la campana de cobre en cuestión, según los investigadores, no habría viajado nunca en ese convoy, sino en uno de los barcos de salvamento enviados para recuperar la carga. El promotor de esa expedición fue el militar y político español Francisco Núñez Melián, residente en La Habana y tesorero de las Islas de Barlovento cuando ocurrió el naufragio. Según un documento de 1630, consultado en la investigación, Melián conocía las riquezas perdidas y obtuvo el permiso real para enviar, en agosto de 1625, una fragata al lugar del naufragio pilotada por un tal Francisco de la Luz. El destino de esa embarcación, cuyo nombre se desconoce, es todavía un misterio, pero todo hace pensar que se perdió frente a las mismas costas de Florida con el equipo de buceo que transportaban para tratar de extraer la carga.
Sí se tiene constancia de que el pertinaz Núñez de Melián volvió a la carga ese mismo invierno. En ese mismo documento de 1630, se señala que el promotor de la expedición de salvamento fundió una nueva campana de buceo de bronce de 700 libras de peso, 1,21 metros de alto y 0,91 metros de diámetro. Probablemente esa campana se construyó según los prototipos de 1606 de Jerónimo de Ayanz, que se habían llegado a probar en el río Pisuerga. La presión del aire mantenía una cámara de aire dentro de la campana. El aire fresco en el interior se conseguía a través de un tubo conectado a la superficie que permitía trabajar a dos buceadores en seco y suministrar aire a otro buceador.
El resultado de aquella segunda expedición sí fue exitoso y Núñez de Melián pudo recuperar 350 lingotes de plata, 74.700 pesos en reales y ocho cañones. En los dos años siguientes consiguió recuperar otra parte. Y en los siguientes se dedicó a reclamar a Felipe IV una compensación que finalmente le llegó cuando el rey decidió nombrarle gobernador de Venezuela. Quince años después moriría al caerse del caballo en un desfile militar.
El grueso del tesoro que Núñez Melián buscó con ahínco no aparecería hasta siglos después, cuando Mel Fisher y su equipo encontraron los restos del Nuestra Señora de Atocha y del Santa Margarita, entre ellos, una enorme pieza de cobre de metro y medio, que tomaron por la cacerola de guisar pescado. La deducción de los arqueólogos es de una lógica aplastante. Si Núñez de Melián mandó una segunda expedición es porque en la primera perdió el equipo de buceo. La cacerola era en realidad la parte superior de una campana de buceo, similar a la usada en el segundo viaje, pero mucho más grande y que probablemente estuviera hecha de otro material. Si hubiera sido de bronce o de cobre no habría escapado al magnetómetro que se usa en las expediciones de búsqueda de restos submarinos. “Por esa razón me inclino a pensar que la primera campana fuese de madera con un accesorio de cobre en forma de cúpula”, señala Sean Kingsley, uno de los investigadores y fundador de la revista Wreckwatch.
Kingsley, doctor de la Universidad de Oxford y arqueólogo submarino que ha explorado unos 350 pecios, da la mayor parte del crédito de la identificación de la campana de buceo a Jim Sinclair y a Corey Malcom, dos de los expertos del equipo de Mel Fisher que llevaron a cabo la exploración de los pecios del Nuestra Señora de Atocha y el Santa Margarita. Ninguno de ellos se había quedado satisfecho con la teoría de la cacerola.
Durante la época colonial España fue una potencia naval que organizó unos 17.000 viajes de regreso, casi todos ellos cargados con miles de millones de monedas de oro y plata cuyo destino eran las costas de Andalucía. Algunas estimaciones señalan que un 16% de esos barcos se fue a pique por el mal tiempo. Es lógico pensar que España hizo de la necesidad virtud y que ocupó un lugar en la historia de la tecnología submarina, hasta ahora poco reconocido. Hasta este momento Edmond Halley, el descubridor del cometa Halley, era el que se había llevado todo el crédito como el inventor de la campana de buceo en 1691 y precursor del buceo moderno.
En el artículo la revista, cuyo último número está dedicado a la tecnología submarina, Sinclair y Kingsley recorren otros intentos del ser humano por respirar bajo el agua. “Ir al espacio interior –las profundidades del mar– fue durante mucho tiempo una de las grandes pruebas de la humanidad”, señala Sean Kingsley desde el municipio de Virgina Water, a 40 minutos de Londres. “Como muestra la tragedia del Titán, todavía no hemos dominado las profundidades. Es duro y peligroso. A pesar de todos los muchos dibujos de campanas de buceo históricas que existen, no existe ni un solo rastro de una máquina de la vida real. Por eso la campana salvavidas de Margarita es el tesoro tecnológico más raro. Aún queda por resolver una gran pregunta: ¿dónde se fabricó y cómo era todo el dispositivo? Queda mucho por investigar”.
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