Larry Fink, el retratista de las vanidades: “Hoy prefiero fotografiar saltamontes”
Una exposición reúne parte de la obra que el fotógrafo americano dedicó a las fiestas. Un poderoso y honesto documento social que traspasa los clichés del estatus social en busca de otras certezas
Nada más descolgar el teléfono, Larry Fink (Nueva York, 1941) toca la armónica. Es el particular saludo a este periódico de un fotógrafo de quien dicen que bandea la vida con la intensidad del abrazo de un oso y el espíritu indómito de un lobo. A sus 82 años, y desde hace cinco décadas, vive en una antigua granja, en Martins Creeks, Pensilvania, rodeado de un bosque y de tierras de cultivo; alejado de los exclusivos saraos de Manhattan, donde día a día fue dando forma a un distintivo estilo fotográfico. “Hoy la mayoría de los encargos me resultan aburridos y prefiero fotografiar saltamontes”, asegura con su habitual sorna.
El artista se dio a conocer en los años setenta a través de la serie fotográfica Social Graces. El reflejo de dos mundos opuestos dentro de la sociedad americana, donde los atrevidos y elocuentes retratos de los más pudientes en sus fiestas quedaban enfrentados a las desinhibidas y destartaladas celebraciones de la familia Sabatine, los vecinos del autor en la pequeña localidad rural del nordeste de Estados Unidos. Dos versiones de un mismo hecho que Fink conseguiría reconciliar apuntando al complejo contenido emocional que enmascaran. Componen un testimonio poderoso y honesto que traspasa los clichés del estatus social en busca de otras certezas.
Las imágenes dejarían una fuerte impresión en la comunidad fotográfica. Cinco décadas más tarde siguen cautivando al público a través de la mezcla perfecta de su fuerte componente físico y un no menos manifiesto cariz psicológico. De esta suerte, parte de la serie ha quedado reunida en una nueva exposición, Class Issues, junto a otras imágenes pertenecientes a The Vanities, la serie que el autor desarrolló entre 2000 y 2009, contratado por Vanity Fair, durante las fiestas celebradas con motivo de los Oscar. Se exhibe en la cañonera de la Fortaleza de Girifalco, en Cortona, una pequeña localidad del sur de la Toscana y conforma una de las propuestas expositivas más atractivas de la decimotercera, y contundente, edición del festival de fotografía Cortona on the Move, que bajo el lema Más o menos indaga en la desigualdad a través de 26 exposiciones.
Hillary Clinton, John Kerry, Brad Pitt, Warren Beatty, George Plimpton, Jay Z, Mark Vanderloo y Esther Cañadas son algunos de los protagonistas de este documento, tan inusual como esencial, que apunta a un sector de la sociedad poco abordado dentro de la fotografía documental, más tendente a centrarse en los desfavorecidos. “Un desequilibrio que resulta muy problemático”, destaca a EL PAÍS el también fotógrafo Paolo Woods, director artístico del festival y comisario de la muestra. “Dudo mucho que en el presente Vanity Fair se lance a publicar algo parecido a este retrato de la clase alta. No son fotografías necesariamente bellas, tampoco glamurosas. Son simplemente el reflejo de una feria de vanidades en su significado más real. Hoy, posiblemente contratarían a alguien preocupado con mostrar a la gente guapa y sin arrugas. Los ricos siempre han ejercido el control de su narrativa y en este sentido Larry ha sido una excepción. Trajo consigo una buena dosis de humanidad”, expone.
Asegura Fink que acudía a las fiestas libre de prejuicios. Con el único fin de revelar algunos de la aspectos más básicos de la condición humana. Del teatro de la existencia. Como lo hizo a la hora de documentar la intimidad de los Sabatine en su humilde entorno campestre. Y es precisamente de las confluencias entre los dos escenarios, más que de sus diferencias, de donde proviene la fuerza de la serie. No en vano el autor se describe a sí mismo como un “sensualista empático”. “Nunca me planteé fotografiar a estos dos grupos como parte de un proyecto. Simplemente fotografiaba a los Sabatine porque eran mis vecinos”, asegura Fink. La muestra incluye algunas imágenes inéditas y otras más conocidas, como la del entonces poderoso Harvey Weinstein sentado relajadamente en un sofá, en compañía de una joven que le observa con atención, parapetado por un fornido guardaespaldas. “En realidad eran desconocidos para mí”, asegura Fink. “Ni sabía quiénes eran ni me importaba. Cualquiera que se cruce en mi mirada no es más que un ser humano. Ni una estrella ni un criminal, simplemente alguien que se relaciona conmigo como un ser de carne y hueso. A veces esto me causaba problemas. Una noche alguien se me acercó para decirme que no fotografiara a Demi Moore. ‘¿Y quién demonios es Demi Moore?’, le contesté. No sabía quién era a pesar de que estaba en todas las portadas de las revistas”, relata.
“Comencé a fotografiar con 12 años”, recuerda el artista. “Procedo de una familia de izquierdas. Mi madre perteneció durante una temporada al Partido Comunista, pero al mismo tiempo le gustaba llevar pieles de visón. A mis padres les gustaba divertirse. Las fiestas, el jazz, el mundo de la cultura. De manera que mi crianza fue un poco contradictoria. Siempre fui un rebelde. Solía meterme en problemas. En una ocasión me arrestaron por contrabando de narcóticos. Mis padres hacían todo lo posible por estimular mi afición por la fotografía y de forma natural se convirtió en algo normal fotografiar todo lo que me rodeaba, y mi interés por las perspectivas sociológicas venía de familia”. En 1958, el fotógrafo recibió clases privadas de Lisette Model. “No aprendí nada fotográfico, pero sí mucho sobre cómo comportarme como un ser humano. Aprendí a estar abierto a las distintas interpretaciones que implica la existencia”, destaca. A través de Model también comprendió que la mayor fuerza procede de la empatía y de la compasión.
Se considera “político pero no polémico”: “No me interesa la política como un absoluto. Soy un ser humano y vivo bajo mi propia piel. Mi corazón late al unísono del de los otros y no está atrofiado por las creencias ideológicas. No llevo ninguna cruz a cuestas. Simplemente soy una persona curiosa”, afirma el fotógrafo. De ahí que sus imágenes estén desprovistas de cualquier elemento de sátira, y apunten a los detalles de la vida que nos universalizan independientemente de las clases sociales. “Soy un tipo dramático”, asegura aludiendo a la gestualidad de sus imágenes. “He vivido una vida dramática y sobre todo soy muy emocional. Me gusta ver las cosas de forma exagerada”.
Advierte el autor de que si bien la fotografía ha sido extremadamente importante en su vida, también lo han sido la música y la pintura. “Caravaggio, Rafael, Goya, los tres son artistas sumamente emocionales que han influido en mi obra. De ellos aprendí a mirar. Si parpadean tus ojos y cómo late tu corazón. Al fin y al cabo una buena fotografía es como una canción. Una canción que uno ve. Que mira hasta que le cuenta algo de la realidad, y adquiere una cierta melodía. La fotografía es silenciosa; la música, no. Pero ambas se basan en la improvisación espontánea. En la necesidad de interpretar desde el interior del alma”, concluye Fink, antes de despedirse tocando la armónica.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.