Los dioses del Monte Nemrut resisten frente a los terremotos
Se cumplen 70 años desde que la arqueóloga Theresa Goell emprendió las principales excavaciones en el yacimiento arqueológico turco
La primera referencia de Nemrut Dag que solemos tener los europeos, los que se fijan en ella entre mordisco y mordisco a un döner kebab, es una fotografía o una talla de madera que muestra unas cabezas de personajes tocados con extraños gorros, de águilas y leones y que cuelgan en las paredes de innumerables locales de cocina turca en las calles de nuestras ciudades. Además, muchos de ellos pueden llamarse Nemrut Kebab, al ser kurdos sus propietarios.
Terraza, altar o montaña de los Dioses, como se lo denomina, el enclave arqueológico de Nemrut Dag, a más de 2.000 metros de altura sobre la cima de un monte que se eleva sobre el Kurdistán turco, es uno de los monumentos de los primeros siglos antes de nuestra era más impresionantes de Asia Menor, que ya es mucho decir.
Aislado durante más de 20 siglos, los últimos tramos de la carretera que conduce al Monte Nemrut desde la pequeña ciudad de Kahta, a 60 kilómetros del recinto arqueológico y a 200 al norte de la frontera siria, quedan cerrados por la nieve generalmente desde octubre hasta bien entrada la primavera. Los 600 metros finales de ascensión hasta alcanzar la cumbre han de hacerse a pie, trepando por una empinada ladera. Pero la primera recompensa que brinda el esfuerzo es el espectáculo apabullante que aparece de pronto a los ojos del viajero al hollar el yacimiento por la llamada terraza oeste, en la que reposan desde el siglo I antes de Cristo las grandes cabezas de piedra de unos dos metros de altura de divinidades persas y griegas —son las mismas que, según revelan las inscripciones en los cuerpos, quedaron descabezadas quizá en una posterior revolución iconoclasta—, de un rey y varias esculturas y estelas que representan águilas y leones.
El gran túmulo de piedras que supuestamente contiene los restos del rey de Commagene Antíoco I Epifanes, que murió en el 34 antes de Cristo a los 35 años, se halla escoltado por grandes estatuas que, en dos terrazas casi idénticas, dispuestas en las caras este y oeste de la cima, representan al propio monarca, el dios del Sol persa y griego Mitra, o Helios (Apolo para los romanos), tocado con un gorro frigio; Tyche, diosa helénica de la Fortuna, y Ahura Mazda o Zeus, además de dos leones y sendas águilas y el semidiós Hércules. Alrededor, un buen número de estelas con inscripciones en griego y persa.
En ambas plataformas, las enormes cabezas de los personajes, en bastante buen estado, se han desprendido de los cuerpos, que permanecen sentados en sus tronos, un poco al modo de los colosos de Abu Simbel.
Si la primera impresión que recibe el visitante es que reyes, héroes y dioses parecen observarlo con profunda indiferencia, al completar el giro que conduce hasta la terraza oriental, la sensación es que en su Olimpo particular contemplan los desolados valles, indiferentes al paso del tiempo, también del atmosférico, pues en invierno y otoño la soledad del lugar, rodeado por la nieve, es absoluta.
Por fortuna, quizás gracias a la intervención de la diosa Tyche, el devastador terremoto que en febrero laminó ciudades casi en su totalidad en las cercanías del monte, como Andiyaman, no afectó a las estatuas y estelas del Monte Nemrut.
Este 2023 se cumplen 70 años desde que Theresa Goell, la arqueóloga norteamericana que llevó a cabo los principales descubrimientos del yacimiento, emprendiera unas excavaciones a las que dedicó tres décadas de su vida, hasta poco antes de su muerte en 1985.
El monumento fue mandado construir en el año 63 antes de Cristo por Antíoco I, como un espléndido mausoleo que coronara el túmulo donde reposarían los restos de este monarca del reino Commagene, situado en el sureste de la actual República Turca, que se había independizado del Imperio Seléucida 100 años antes.
Debido a su situación entre Siria, Partia —en lo que hoy es Irán—, Armenia y las fronteras orientales de Roma, Commagene se caracterizó por una notable impronta multicultural, sobre todo persa y helenística, por lo que las primeras y rudimentarias excavaciones de 1881, dirigidas por el arqueólogo prusiano Otto Puchstein y el ingeniero alemán Karl Sester, llevaron a la sospecha de que esas cabezas desprendidas de unos tronos donde se asentaban los cuerpos de unas divinidades eran los restos de un templo persa sobre un gran túmulo de rocas.
Pero el hallazgo de una inscripción en griego en uno de los zócalos de la terraza oriental que rezaba: “Yo, Antíoco, he hecho construir este recinto en mi honor y en honor de mis dioses”, agrandó el misterio de la cumbre del Monte Nemrut.
Dos años más tarde, Osman Hamdi Bey, director y fundador del maravilloso Museo Arqueológico Imperial de Estambul, se sumó a las excavaciones al mando de un grupo de investigadores turcos, trasladó algunas de las efigies al museo y manifestó su extrañeza sobre las razones que llevaron a Antíoco Epifanes a agotar las arcas del tesoro real para construir un impresionante mausoleo en la cima de una montaña y no se preocupara de que se habilitara un camino de acceso. ¿Se debió a un intento de proteger el cuerpo del rey de los saqueadores de tumbas?
Pero fue Theresa Goell, neoyorquina, hija de judíos rusos emigrados, quien merece el honor de haber sacado a la luz gran parte del misterio de este enclave que hoy pertenece a la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
La arqueóloga puso manos a la obra en 1953, seis años después de su primera visita al yacimiento, y en las tres décadas siguientes descubrió estelas con más inscripciones o imágenes de dioses, reyes, de héroes reales o mitológicos y el que se considera el horóscopo griego más antiguo hasta hoy: un relieve que muestra varias estrellas de la constelación de Leo grabadas sobre la imagen de este felino, en una estela que puede verse en el yacimiento. Sin embargo, ni la misma Goell logró hallar la tumba del rey bajo el túmulo, y el destino que pudo sufrir el cadáver y el tesoro funerario parece perpetuar el misterio del Monte Nemrut.
Pero no es únicamente Nemrut Dag el tesoro arqueológico de la zona, aunque sea el más valioso. En los escasos 60 kilómetros de ruta desde Kahta hay media docena de monumentos situados a pocos metros de la carretera rural que en algunos tramos discurre entre hermosas plantaciones de pistachos. Puentes romanos y selyúcidas (no confundir con los seleúcidas), tumbas reales, fortalezas mamelucas o los restos de la antigua capital de Commagene anticipan la maravilla que aguarda al final del camino.
Así, a apenas 15 kilómetros en dirección a la montaña de los dioses, aparece el Túmulo de Karakus o del Pájaro Negro, llamado así por el águila que corona una de las columnas de nueve metros de altura que se yerguen ante una tumba imperial bajo un montículo que pudo ser lugar de reposo de tres mujeres de la realeza, según una inscripción en uno de los pilares.
Las columnas que han resistido el paso del tiempo y que rodean el mausoleo sostienen estelas, como la que muestra al rey Mithridates II de Commagene y su hermana Laodice, esfinges descabezadas o la que sirve de apoyo a una fantástica águila de piedra. Y en sus pilares pueden verse algunas inscripciones en griego.
Fue este monarca quien ordenó la construcción del mausoleo hacia el año 30 antes de Cristo para acoger las tumbas de su madre Isias, su hermana Antiochis —”la más bella de las mujeres”, según la inscripción citada— y su nieta Aka.
Tanto a este como a su antecesor Mithridates I de Comagene no hay que confundirlos con los reyes partos del mismo nombre y que dominaron esta región en el siglo II antes de nuestra era o los del Reino de Ponto, que tantos quebraderos de cabeza causaron a Roma, porque Mithridates, en la antigua lengua de los medos, significa “otorgado por Mitra”, la divinidad zoroastriana predominante entonces en aquella región del mundo.
A 10 kilómetros al norte de Karakus, el impresionante puente romano sobre el río Cendere, que va a desembocar en la presa de Atatürk, fue tendido en el siglo II en honor del emperador Septimio Severo, como puede leerse en la inscripción latina sobre una estela de piedra. En la época de la construcción del puente, Commagene ya no era un Estado vasallo de Roma, sino una provincia, desde que el emperador Vespasiano se lo anexionara en el año 72.
Más adelante, por el mismo camino se encuentran un delicioso puente selyúcida del siglo XII, la fortaleza mameluca Yeni Kale y los restos de la fabulosa Arsameia, una de las capitales de Commagene, donde una sublime estela muestra a Mithridates I, o según algunos expertos, a su hijo Antíoco I, que estrecha la mano con un desnudo semidiós Hércules y lo mira fijamente a los ojos. Es una dexiosis, cuando una obra en el arte romano y griego muestra a dos personajes que se dan la mano derecha. “¡Choca la pala!”, parece decir el rey a Hércules.
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