_
_
_
_
Café Perec
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hemos oído cómo hablaban de política

Sabemos que solo hay dos cosas infinitas: la estupidez y el universo, aunque de lo segundo aún no estamos seguros

Gueorgui Gospodínov
Gueorgui Gospodínov, el pasado 4 de junio en Madrid.Moeh Atitar
Enrique Vila-Matas

Al despertar, hormigas y dinosaurios seguían allí. Y era como si el silencio reclamara, con crueldad, el regreso de la cháchara política. Para desviarme de la avalancha mediática, abrí al azar la genial Las tempestálidas, de Gueorgui Gospodínov: “Tras la dictadura del futuro llega el turno de la dictadura del pasado”. No me desvié demasiado, porque, al pensar en el pasado —ese que no está muerto, que ni siquiera es pasado, y que nunca termina de pasar— me acordé de cuando Flaubert advirtió lo injusto que era criticar el embrutecimiento de la plebe. ¿Criticarla? Pero si lo que había que hacer, dijo, era ilustrar al embrutecido Poder, en alarmante situación de ignorancia supina.

Y no pudo ser más explícito en una carta veraniega: “Esta mañana me he presentado ante el príncipe Napoleón, pero había salido. He oído cómo hablaban de política. Es algo inmenso. ¡Ah! ¡Que vasta e infinita es la Estupidez humana!”.

Sabemos que solo hay dos cosas infinitas: la estupidez y el universo, aunque de lo segundo aún no estamos seguros. Si de algo creo estarlo es de que la estupidez tiene a veces un atractivo irresistible. De ahí que la gran literatura se haya sentido fascinada por lo estúpido en el sentido más extremo de la palabra. Y es que una persona especialmente estúpida puede resultar muy seductora para el observador agudo. De eso habló Robert Musil en Viena en su última conferencia. En ella, habló de “hombres inteligentes, e incluso ingeniosos” que se complacían en el trato con los estúpidos y los toscos. Y habló de cómo todo esto las mujeres, enemigas declaradas de la tosquedad, no lo entendían y acostumbraban (incluso las casadas con un merluzo) a acusar a los hombres de ese trato solo para ampliar su superioridad intelectual.

Y, sin duda, algo de cierto había en la acusación. Pero veo una razón mejor para justificar que se espíe y analice lo estúpido: la morbosa curiosidad que uno puede sentir por las personas singulares, por las grandes individualidades. La formidable estupidez mundial provoca que a veces seamos indulgentes con las individualidades, con genios que no representan a nadie más que a ellos mismos. Aunque algunos de éstos se atrofian porque, cuando les llega el inefable día en el que se sienten amenazados por la estupidez, no saben ver que ésta es una simple etapa en el desarrollo del pensamiento, al que la propia estupidez amenaza desde dentro para conseguir que el pensamiento se eleve.

Y ahí se quedan tirados, como tantos representantes de multitudes a los que estos días hemos visto inmersos en la sonora no conversación de los partidos. No conversación, porque hemos oído cómo hablaban de política y cómo brillaba por su ausencia una forma de hablar que mínimamente se pareciera al lenguaje político. ¿Reaparecerá por fin ese lenguaje el 10 de julio en el espectacular cara a cara? ¿Hablarán ahí los invitados como dos individualidades que se representan a sí mismas, o como representantes de dos colosales partidos cuya suerte paradójicamente depende de otros?

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_