Psicología de la masa española
Los partidos reunidos a la izquierda del Gobierno quieren profundizar en la democratización de la sociedad, mientras que los neofranquistas constriñen la convivencia
La vida es pura alegría y no hay que complicársela, llegó a escribir de viaje por España Roberto Arlt, un año antes de la Guerra Civil. Ya ven, este gran escritor argentino de origen austrohúngaro se sentía en ocasiones partidario de la felicidad. Su frase se encuentra en un breve texto, Psicología de la masa española, que acabo de volver a leer y que, paradójicamente, me ha animado a complicarme la vida.
A complicármela, lanzándome a una tarea insensata, pero, a fin de cuentas, parecida a tantas que encontramos en la literatura. A complicármela lanzándome a averiguar (de haber todavía puntos en común entre las “caras simétricas” españolas vistas por Arlt y las de quienes este 23 de julio decidirán en las urnas nuestro futuro) qué podría votar cada uno de los descendientes de aquellos ibéricos rostros que Arlt registró: “semblantes similares a cocinas antiguas, sin lujo, pero con el muro de piedra y el caldero de cobre”.
Rostros proporcionados, sólidos y a la vez candorosos, monstruosos cuando comían a dos corrillos. Al observarlos, Arlt decía impregnarse de inmediato de “la simetría de sus existencias”. No le preocupaban, decía, los errores ideológicos de esas masas, porque lo único que le importaba era que se trataba de gente sana que ponía por testigos de lo que decían al sol y a las estrellas, de modo que “la fuerza de sus pasiones rebasaba la simulación, es decir, sobraba por completo la psicología”.
Y se preguntaba si habría podido escribirse en España una novela como Crimen y castigo. El mundo de las nebulosas y turbias ciudades europeas neuróticas decía verlo muy lejos de aquellos españoles que estaban más allá de la psicología: “Son pasionales. En el cine les gusta algo, aplauden; les desagrada, silban a las sombras, abuchean a las siluetas”
Y de ahí que dijera, aun doliéndole admitirlo, que la “moderna literatura española” (Ramón Gómez de la Serna, Ramón del Valle Inclán) no reflejaba tanto la sencilla realidad social de la masa española como lo escrito por Pardo Bazán, los Álvarez Quintero o Azorín. Su afirmación, errada o no, dibujaba dos clases de lectores y ciudadanos y hasta de votantes: los que huían de lo retrógrado, y los conservadores.
En el fondo, dos grupos con diferencias fuertes, pero no tan insalvables, por lo que podrían estar augurándonos en julio una lucha reñida, pero equilibrada, una cierta “simetría civil”, de no ser porque, como el domingo señalaba Jordi Amat, se ha creado una “falacia de la simetría” entre Vox y Podemos, como si la coartada del PP para entronizar con normalidad a los primeros fuera aceptable cuando no lo es porque, aun con sus errores, los partidos reunidos a la izquierda del Gobierno quieren profundizar en la democratización de la sociedad, mientras que los neofranquistas constriñen la convivencia.
Las encuestas no sabrán entrar ahí, pero en las elecciones de julio puede que haya más de uno que crea que se trata de elegir entre los Ramones (Gómez, Valle) o un Azorín de frase seca y corta y sintaxis simple, doblemente doblada al gallego.
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