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¿Por qué Velázquez cuesta tan ‘poco’?

La debilidad de las subastas, la pérdida de coleccionistas, los nuevos hábitos de vida y una capacidad de especulación muy limitada desmoronan los precios de los maestros antiguos españoles frente a creadores vivos actuales

Varias personas contemplan el cuadro de Velázquez 'Las Meninas' en el Museo del Prado en marzo.
Varias personas contemplan el cuadro de Velázquez 'Las Meninas' en el Museo del Prado en marzo.JUAN BARBOSA (Europa Press)
Miguel Ángel García Vega

Y de repente la imagen fundió a negro, al igual que el final de una escena en una película. Hasta ese momento, los maestros antiguos habían sido más caros que cualquier artista contemporáneo. Hay diversas teorías que justifican el cambio, todas bajo capas socioeconómicas. La entrada del euro en 2002 (con el redondeo frente a la antigua peseta) disminuyó el poder adquisitivo de las clases más adineradas y ese dinero sobrante, que podría ir a la compra de viejas glorias, se pulverizó. Otros —más cerca de las visiones de economistas del prestigio de Thomas Piketty o Branko Milanović— ven un efecto del capitalismo de la inequidad. El aumento de multimillonarios ha sido inimaginable y quieren comprar obras-trofeos: modernas y contemporáneas o novedades. Artistas muy jóvenes. Antes, en los años ochenta, la élite estadounidense y europea cabía en un avión privado, estos días viajan en transatlántico. En 1985, de acuerdo con los cálculos del experto en arte y mercado, Thomas Gonzalez, había 15 multimillonarios. En 2023 llegarán a 2.640. Un aumento del 17.500%.

El arte ha sido sitiado por los inversores. Quieren ganar dinero a la velocidad que pintaba Luca Giordano (1634-1705), apodado Fra Presto, El rápido. Y las subastas (facturaron, según UBS, 30.600 millones de dólares el ejercicio pasado, un 2% menos que en 2021) se mueven como la aceleración de Coriolis. Giran en sentidos contrarios. “En el arte actual y moderno propulsan los precios, en el antiguo los llevan (salvo piezas excepcionales) a los suelos y las obras pierden aún más valor”, observa el marchante Nicolás Cortés. También la tecnología ha puesto las cartas sobre la mesa. Era muy habitual que un anticuario comprara una pieza barata en subasta, la restaurara, y apareciese en una feria, en bastantes ocasiones, tres, o más veces, por encima de su precio de compra. Esta práctica se ha terminado porque infinidad de aplicaciones ofrecen en el teléfono inteligente los remates reales de las obras. El coleccionista ya no admite esos márgenes desproporcionados con los que los anticuarios trabajaron durante décadas.

Todo dentro de una realidad que es lo mismo que observar una pena. Con la pandemia se perdieron coleccionistas (tradicionalmente mayores), los jóvenes —resume Thomas Gonzalez— no son religiosos y no comprenden la iconografía, la vida laboral nómada lleva de una ciudad a otra (un lastre para transportar cuadros), aumentan los divorcios y en el diseño de interiores se impone un minimalismo donde todo debe ser vanguardia y vacío. Y el regreso del dinero. Esa es la principal razón de la diferencia de precios. “El arte se compra como quien adquiere acciones. En el antiguo hay muy pocos bienes. Exige tener mucho conocimiento. ¿Qué es original? ¿Qué es taller? El estado de conservación, las exposiciones, la literatura. Todo resulta muy complicado”, desgrana Gonzalez. Solo compran museos y unos pocos coleccionistas. El arte contemporáneo está documentado y acumula infinidad de obras, compradores y capital. “Por supuesto, también hay mucha especulación, la gente confía en creadores jóvenes que podrían aumentar su valor. Nada de esto funciona con el arte de los viejos maestros”, concluye el analista.

 Obra sin título de 2014 de Kerry James Marshall, perteneciente a la colección del Metropolitan Museum.
Obra sin título de 2014 de Kerry James Marshall, perteneciente a la colección del Metropolitan Museum.Metropolitan Museum

Otra geografía del lamento, hemos visto, es la falta de piezas de gran calidad. Resulta complicado. Pero surgen. Jorge Coll —quien gestiona el posible caravaggio madrileño— tiene, asegura, tres velázquez a la venta. Uno ya ha encontrado comprador, a un precio que no revela. Pero, las escasas ocasiones que aparece un lienzo del genio en subasta, su remate —según la plataforma MutualArt.com— es ridículo comparado con infinidad de creadores contemporáneos vivos. Retrato de un caballero, vendido en 2011 (sala Bonhams), se fue por 2.953.250 libras (3.436.952 euros al cambio actual), un lienzo a dos manos (el rostro es velazqueño) con Pietro Martire Neri, que representa al mayordomo del papa Inocencio X, encontró comprador en 2018 (Sotheby’s) por 4.066.600 dólares (3.726.041 euros al cambio actual) y la imagen —con problemas de conservación— de Olimpia Maidalchini Pamphili, amante del Pontífice, alcanzó 2.495.000 libras durante 2019 también en Sotheby’s.

Hubo una excepción. En 2003, el Prado adquirió por 23 millones de euros El barbero del Papa. La tela pertenece al segundo viaje a Italia (1649-1651) del maestro y se supone que representa una obra extraordinaria. ¿O no tanto? “Dentro del conjunto de cuadros de Velázquez me parece un lienzo decididamente menor”, puntualiza Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza. Es casi el precio medio de un lienzo de 2 x 2 metros de la serie Abstraktes Bild del alemán de 91 años Gerhard Richter —quien, además, tiene una ingente producción—. Su récord de esa serie —conseguido en 2022— supera los 36,5 millones de dólares. Velázquez es un genio universal. ¿Y qué queda de Goya? Su valor más elevado (junio, 2023) es “solo” de 16,4 millones de dólares por un retrato doble de 1805. Rescoldos. Casi hay más interés por sus dibujos y grabados.

Triunfan en el mercado otro tipo de artistas. El pintor afroamericano Kerry James Marshall (Alabama, 1955) es capaz de vender por 21,1 millones de dólares (Past Times) durante 2018 y tener a la Tate de Londres cinco años esperando por un cuadro suyo. En 2014, el Museo Reina Sofía exhibió su trabajo en la muestra Kerry James Marshall: pinturas y otras cosas. Entonces, por un lienzo se pedía un millón de dólares. Inasumible para la institución española. Son artistas con esteroides. Un óleo de dos metros de Cecily Brown (Londres, 1969) costaba en 2002, en su galería Gagosian, unos 50.000 dólares. Su récord, Suddenly, Last Summer (1997) durante 2018 ya sobrepasó los 6,7 millones de dólares en subasta. Y una chica de 30 años (la británica Jadé Fadojutimi) vendió el año pasado en Philips una tela de 140 x 140 centímetros por 1.172.000 libras. Los ejemplos ocupan un manual de arte. Queda El Greco, claro. Queda Ribera. Pero El Españoleto cuesta la mitad que Fadojutimi. E incluso mucho menos. Aunque a veces sale del marco. Un excelente San Jerónimo se remató en junio en Christie’s por 2.036.000 euros. Sin embargo, tiene que ser excepcional. Hasta que el Prado no reivindicó, en la exposición Ribera. Maestro del dibujo (2016) su talento, en esa expresión, estaba infravalorado. Sus apuntes, incluso, no se vendían. Pese a todo, Velázquez, Goya o Ribera son historia del arte. ¿Qué será de Richter, Marshall, Brown, Fadojutimi, y tantos otros, cuando soplen las primeras brisas del tiempo?

Contra lienzo y marea

Los viejos maestros tienen sus lugares comunes como si se reunieran en una antigua hostería napolitana. Un gran porcentaje de las mejores obras están en museos públicos, sintetiza José Antonio Urbina, director de la galería Caylus. Los países donde se crearon gran parte de esas piezas —España, Francia e Italia— tienen limitaciones en su exportación y muchas solo se pueden vender dentro de sus fronteras, lo que reduce la cotización, y no ha habido, en los últimos años, grandes goyas o velázquez a la venta en el mercado internacional. Faltan obras, coleccionistas y, quizá, unión en el sector. Permanecen algunas certezas. Es un mercado secundario. Los artistas dejaron hace siglos de producir. “Y no debemos confundir valor y precio, ni resulta justo, ni particularmente útil, comparar el coste de un jeff koons y un murillo”, sostiene Amanda Dotseth, responsable del Museo Meadows de Dallas. Al final, el dinero lo baña todo. “Para especular, el contemporáneo; para invertir, lo antiguo, sólido y contrastado”, aconseja el galerista Artur Ramon. Contra lienzo y marea.  

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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