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El Festival de Granada limita un año más con lo inefable

Un excepcional recital del Cuarteto Diotima, las experimentales ‘Goldberg’ del clavecinista Benjamin Alard y una decepcionante presentación de Riccardo Chailly marcan sus primeros compases

Integrantes del Cuarteto Diotima en el Patio de los Arrayanes de La Alhambra durante su concierto, el pasado lunes.
Integrantes del Cuarteto Diotima en el Patio de los Arrayanes de La Alhambra durante su concierto, el pasado lunes.Fermin Rodriguez

Se alegraría Wanda Landowska al comprobar lo incongruente que resulta hoy esta provocadora reflexión que publicó en su Musique ancienne (1909): “Los nativos de las Islas Fiyi matan a sus padres cuando se hacen viejos y ésta es, precisamente, la misma moral que gobierna la música”. En la 72ª edición del Festival de Granada, bajo el título genérico de Universos vocales, la moral que gobierna la música honra a los viejos (sus tres residentes suman 216 años) y el pasado tiene una presencia central en su programación, con varias conmemoraciones. Lo ha demostrado su arranque, los días 21 y 22 de junio, con un homenaje al centenario del estreno, en París, de El retablo de maese Pedro, de Manuel de Falla.

Landowska participó en aquel estreno tocando un clavecín Pleyel Grand modèle de concert. Es el mismo modelo escuchado en Granada. Un ejemplar donado hace 10 años, al Archivo Manuel de Falla, por el clavecinista colombiano y discípulo de Landowska, Rafael Puyana. Un robusto artefacto de dos teclados y siete pedales, con refuerzos metálicos y una pesada caja de madera. Un armatoste ideado por la casa francesa, en 1912, para satisfacer las necesidades musicales de la clavecinista polaca, y que utilizó en sus dos legendarias grabaciones de las Variaciones Goldberg, de Bach, en 1933 y 1945.

Benjamin Alard tocando las ‘Variaciones Golberg’ de Bach, el martes pasado en el Auditorio Manuel de Falla de Granada.
Benjamin Alard tocando las ‘Variaciones Golberg’ de Bach, el martes pasado en el Auditorio Manuel de Falla de Granada.Fermin Rodriguez

No es habitual escuchar a un especialista tocar en este instrumento tan poco históricamente informado. Pero el francés Benjamin Alard (Rouen, 37 años) ha tenido un flechazo. Lo utilizó, en febrero pasado, para tocar y grabar, junto a la Mahler Chamber Orchestra y Pablo Heras-Casado, El retablo de maese Pedro y el Concierto para clave, de Falla. Y ahora ha decidido volver a utilizarlo para registrar las Variaciones Goldberg, dentro de su exitosa integral para Harmonia Mundi de toda la obra para teclado de Bach. Su sesión fue transformada por el Festival de Granada en un recital, el pasado martes 27 de junio, en la sala de cámara del Auditorio Manuel de Falla.

Alard es un clavecinista excepcional y un músico brillante, pero su recital terminó convertido en una extraña experiencia. Nadie puede cuestionar su autoridad, pues toca de memoria y con una seguridad pasmosa, tal como demostró en Madrid, en marzo del año pasado con una copia de un clave Christian Vater de 1738. El problema fue su difícil relación con el instrumento de Landowska. Comenzó adornando con gusto el aria y las primeras variaciones. El clavecinista nos mostró las posibilidades tímbricas del instrumento, con cinco juegos de registros accionados desde siete pedales. Por ejemplo, en la danza de la variación 4 utilizó el registro nasal a la inglesa, incorporó el laúd en la variación 6 o alternó dos registros diferentes para distinguir las repeticiones de la variación 9.

Algo pasó tras su magnífica interpretación de la fughetta (variación 10). Intensificó el uso de los registros, redujo el flujo de sus ornamentos y suprimió varias repeticiones. Fueron especialmente expresivas sus interpretaciones de las variaciones en modo menor (15, 21 y 25) en las que utilizó diversos registros graves de laúd. Pero los cambios de registro terminaron por convertirse en un escollo. Y el resultado de su recital no pasó del experimento tímbrico, pues no fluyó esa regular sucesión entre una pieza virtuosística, un movimiento característico o danzable y un canon polifónico, es decir, entre lo físico, lo emocional y lo intelectual.

Todo lo contrario sucedió, el pasado 26 de junio, en el Patio de los Arrayanes de la Alhambra. El Cuarteto Diotima convirtió un denso programa de música contemporánea en una de las mejores experiencias musicales del festival. El conjunto francés, que nació en 1996, y ha soportado varios cambios entre sus integrantes (hace pocos meses relevó el segundo violín de Constance Ronzatti por Léo Marillier), es un conjunto superdotado para la música de los siglos XX y XXI. Es algo que atestigua su nutrida discografía (Pentatone, MarchVivo, Naïve, Neu Records y Kairos) pero en directo son todavía mejores. Sonaron con una nitidez admirable y sin amplificación tanto a ambos lados de los macizos de arrayanes como al otro lado de la alberca.

El Cuarteto Diotima durante su concierto en el Patio de los Arrayanes, el pasado lunes en Granada.
El Cuarteto Diotima durante su concierto en el Patio de los Arrayanes, el pasado lunes en Granada.Fermin Rodriguez

El concierto se inició con una atractiva composición, sencilla y colorista, del joven compositor Pedro Osuna (Granada, 26 años), autor de la banda sonora de Argentina, 1985. La tituló Cuatro danzas para cuarteto de cuerda (2021) y destacó la frescura y belleza de la segunda, titulada Ritual nazarí. Prosiguió el Cuarteto núm. 2, de György Ligeti, una composición, de 1968, con un admirable manejo de las texturas sonoras y las micropolifonías. Era la apertura de la serie #Ligeti100 que conmemora el centenario del compositor húngaro. Y escuchamos una interpretación fluida en cada uno de los cinco movimientos, donde ningún ruido nos distrajo del magnetismo del conjunto francés. Brillaron especialmente en el central Come un meccanismo di prezisione, un palíndromo plagado de pizzicato donde se juega con la dislocación rítmica.

La segunda parte inauguró la serie de composiciones de Tomás Marco (Madrid, 80 años) como residente en esta edición del festival granadino. Escuchamos su Cuarteto núm. 6 “Gaia’s Song”, de 2012, una composición donde integra cantos y danzas bajo el paraguas de la hipótesis Gaia. Y donde predomina el sustrato intelectual frente a los resultados musicales, aunque la precisa e introspectiva interpretación del cuarteto francés elevó cada uno de sus paisajes sonoros. La residencia de Marco incluirá el estreno absoluto de Ur Nachtmusik (Mahleriana IV), el próximo 9 de julio, con la Orquesta Nacional y David Afkham. Faltaba lo mejor de esta velada nocturna: una intensa y profunda versión del Cuarteto núm. 4, de Bela Bartók, donde destacó el tercero de sus cinco movimientos, Non troppo lento, un característico ejemplo de música nocturna del compositor húngaro que disfrutamos en un marco incomparable.

Otra de las particularidades de la presente edición del Festival de Granada es la presentación de algunas batutas tan prestigiosas como la de Riccardo Chailly. El director italiano (Milán, 70 años) actuó en el Palacio de Carlos V, el pasado domingo, 25 de junio, al frente de la Filarmónica de La Scala, que dirige como titular desde 2015. Pero su actuación no incluyó nada memorable dentro de un programa centrado en las últimas sinfonías de Prokófiev y Chaikovski.

Riccardo Chailly al frente de la Filarmónica de La Scala, el domingo en el Palacio de Carlos V de Granada.
Riccardo Chailly al frente de la Filarmónica de La Scala, el domingo en el Palacio de Carlos V de Granada.Fermin Rodriguez

En la Séptima sinfonía, del primero, nada empezó a funcionar hasta el vals enérgico, que Chailly lideró con garra frente una orquesta llena de desequilibrios e irregularidades. Tampoco mejoró en el pastoral andante espressivo, ni en el vivace final, que se escuchó escaso de chispa. Y la Sinfonía “Patética”, de Chaikovski, fue todavía peor, con un primer movimiento sin conflictos ni siquiera tras el terrible arranque del desarrollo. Un allegro con grazia donde no hubo ni un momento atractivo y con sonrrojantes irregularidades en el allegro molto vivace. Chailly lo fió todo al adagio lamentoso con una lectura más intensa y a la altura de su prestigio, aunque era ya demasiado tarde para remontar el rumbo de un mal concierto.

Pero hay mucho y bueno por delante en la presente edición del Festival de Granada, donde mañana jueves, 29 de junio, el clavecinista, organista y director de orquesta holandés Ton Koopman recibirá la Medalla de Honor. Dirigirá dos conciertos en el ciclo Solo Bach, como artista residente, al frente de la Orquesta Barroca de Ámsterdam. Y el viernes, 30 de junio, se le unirá Giovanni Antonini, como tercer residente del festival. En la sección de Conciertos de Palacio también debutarán en Granada, los directores Philippe Herreweghe y Gustavo Gimeno. Entre los Grandes Intérpretes, escucharemos al organista Masaaki Suzuki y los pianistas Javier Perianes, Daniel Trifonov e Igor Levit, sin olvidar los ciclos de Danza, Música de cámara, Cantar y tañer y las Noches de flamenco. Mucho que contar y pocas palabras para hacerlo. Se comprende que Lorca escribiera que Granada es una ciudad que “limita con lo inefable.”

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