La Mahler Chamber Orchestra cumple 25 años con un festín neoclásico
El programa está compuesto por obras de Manuel de Falla e Ígor Stravinski y está dirigido por Pablo Heras-Casado
La Orquesta alentada por Claudio Abbado, la Mahler Chamber, ya ha cubierto su primer cuarto de siglo. Se podría hablar casi de una orquesta Generación Z. Y para celebrarlo, han diseñado un programa denominado Iberian Return que ya han presentado en Alicante, Lisboa, Barcelona y San Sebastián. Faltaba el final consistente en una doble actuación en Girona, el pasado día 17, y en el Teatro Real de Madrid, ayer, día 18. Para esta clausura, la orquesta ha propuesto un programa compuesto por Falla y Stravinski. Y como la parte de Falla era dos de sus obras más trascendentales y más granadinas, han elegido la batuta de Pablo Heras-Casado, granadino también. Las obras son El retablo de Maese Pedro, ópera encargada al maestro por la Princesa de Polignac y estrenada hace justo cien años, primero en Sevilla en versión de concierto y, meses más tarde, en la residencia parisina de esta buena señora que, antes de ser princesa era la heredera de las máquinas de coser Singer. La otra obra, casi corolario, era el Concerto para clave, estrenada tres años después.
Este programa se completaba con la suite del ballet Pulcinella, de Stravinski, de 1920, la obra a la que muchos consideran el inicio del llamado neoclasicismo. Se trataba, en suma, de un programa que, calidad aparte, reclamaba la atención sobre uno de los fenómenos artísticos más ambivalentes de inicios del pasado siglo. El neoclasicismo se enfrentó pronto a un sinfín de sospechas, la mayoría feas. Sospecha de reaccionario frente a la supuesta revolución de la atonalidad y, pronto, dodecafonía vienesa; sospecha de retorno al pasado cuando las vanguardias pregonaban una tabula rasa, etc. Sin embargo, el neoclasicismo, o lo que cada cual quisiera entender con ello, fue abrazado por toda el área no germánica del continente y, desde luego, Falla no fue ajeno a ello. De hecho, las dos obras del concierto, tienen mucho de todo lo que se podía considerar neoclásico, aunque con una integridad y cuidado artístico memorables.
La paradoja es que Pulcinella no nació como fruto de un programa o intención alguna, fue un encargo de Diaghilev para los Ballets Rusos a partir de un puñado de partituras napolitanas, del siglo XVIII, supuestamente atribuidas a Pergolesi, y que el gran patrón de los Ballets pretendía que fuera un arreglo como ya había hecho antes con otros, como Respighi. Pero Stravinski se enamoró del proyecto y lo convirtió en su “epifanía”, como la definió él mismo.
Es evidente que la escucha de estas tres obras hoy en día pone en su lugar las verdaderas intenciones artísticas de ambos compositores; que no eran solo de estilo o de diálogo entre periodos históricos lejanos, se trataba de afirmar que la composición sobre o desde obras, fragmentos o estímulos antiguos era equivalente a abolir el estatuto de lenguaje de la tonalidad que los atonalistas/serialistas veían superado.
Naturalmente, en estos momentos todo esto está también superado, incluyendo el debate entre vanguardia y su oposición, pero quizá haya lecciones que extraer.
El concierto de la Mahler Chamber ha sido globalmente excelente, pero es un repertorio muy difícil, fundamentalmente porque se oye todo; y la excelencia ha tenido algunos lunares. El Concerto para clave tiene su prueba de fuego en el balance entre los cinco instrumentos y un clavecín que siempre da guerra. El clavecinista francés Benjamin Alard ha mantenido el pulso con brío y técnica en un instrumento histórico, el clavecín que perteneció al gran Rafael Puyana y que está donado al Archivo Manuel de Falla de Granada. Es un clavecín de los anteriores a la eclosión del clavecín histórico y, normalmente debería tener mayor sonoridad, pero aquí se ha quedado algo corto pese a una discreta amplificación.
En el apartado de la ópera El retablo de Maese Pedro, la orquesta ha dado una lección de idiomatismo, pero la versión de concierto siempre deja coja a esta obra pese a las buenas prestaciones canoras del barítono José Antonio López, que lleva varios Quijotes a sus espaldas, el tenor Airam Hernández, que compone vocalmente a un Maese Pedro muy convincente y, el niño Héctor López de Ayala que, a sus 14 años, se ha atrevido con una voz ya cambiada y muy bien llevaba al falsete con esa prueba del fuego que es Trujamán. Pero, pese a todas las virtudes, parece que falta algo, quizá sea esa endemoniada versión de concierto que le añade artificialidad a una pieza de sublime pero delicado mecanismo.
Queda Pulcinella, la suite de Stravinski de ese ballet fenomenal. Ver a los músicos, además de oír, es una fiesta, solo así se disfrutan las proezas de estos solistas, como la flautista Chiara Tonelli, el oboe Andrey Godik, la trompeta de Christopher Dicken o las prestaciones de alto voltaje del violín solista William Hagen y el contrabajista Christoph Anakker en su célebre solo. Pero también hay lunares, como algunas dudas de las trompas, especialmente en el primer número y, especialmente una cierta falta de equilibrio sonoro entre grupos y que en esta obra penaliza. A todos ellos los dirigió Pablo Heras-Casado con oficio y buen gesto, pero con la duda de si él también tiene algo que ver en esos desajustes que, aunque son pocos cobran la importancia de un pelo en una excelente sopa.
Babelia
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