Pires, Pinnock y el ‘Júpiter de Fidias’
Una fiesta de Mozart y Beethoven con la pianista portuguesa, el director británico y la Orquesta del Mozarteum de Salzburgo está de gira por varias ciudades españolas
En mayo de 1805 se informaba, dentro de la sección de noticias del Allgemeine Musikalische Zeitung, de la presentación ante el público vienés del “hijo de 13 años de Mozart como pianista y compositor”. El joven Franz Xaver Wolfgang Mozart fue “llevado al escenario por su madre y recibido entre fuertes ovaciones”. Tocó “muy lento” el Concierto para piano núm. 21 de su padre y estrenó una cantata propia dedicada al 73º cumpleaños de Haydn que “probablemente no había sido instrumentada por él mismo”. El cronista terminó formulando un deseo que terminaría siendo una maldición: “¡Que el incipiente artista siga los pasos de su gran padre!”.
Aquel debut del hijo menor de Wolfgang Amadeus Mozart, en el Theater an der Wien (Viena), se abrió con una de sus más admiradas sinfonías: “Un cuadro colosal, pero de las más bellas proporciones; un Júpiter de Fidias que inspira tanto reverencia como afecto”. Podría pensarse en la Sinfonía núm. 41 en do mayor K. 551, bautizada póstumamente como “Júpiter”, pero el cronista se refiere a la anterior: la núm. 40 en sol menor K. 550. Ambas obras se convirtieron en referentes canónicos en los conciertos vieneses tras la muerte del compositor, en 1791. Y fue el propio Franz Xaver quien explicó el origen del apodo de “Júpiter” para la núm. 41: una idea de Johann Peter Salomon para promocionar sus famosos conciertos londinenses.
Pero la sombra de Mozart fue una pesada losa para Franz Xaver. Lo demuestra la inscripción que hizo grabar en su tumba, en 1844: “Que el nombre de su padre sea su epitafio, ya que su veneración por él fue la esencia de su vida”. Una mediocre trayectoria como profesor y compositor que terminó vinculada a cargos honoríficos a la gloria de su progenitor, como Kapellmeister del Dommusikverein und Mozarteum, que había creado su madre en Salzburgo, en 1841. Este es el origen de la orquesta que estos días recorre varias ciudades españolas con el director y clavecinista británico Trevor Pinnock.
Una gira de ocho conciertos que arrancó en Girona, el pasado domingo, 5 de febrero, y que culminará en Valladolid, el próximo día 14. Pasará el 9 por el Auditorio Nacional de Madrid, tras Barcelona, Zaragoza y San Sebastián, y después proseguirá todavía hacia Sevilla y Oviedo. Todos los programas se abren con la obertura Coriolano, de Beethoven, y alternan su Concierto para piano núm. 3, donde actuará la legendaria Maria João Pires como solista, con el Concierto para violín, de Mendelssohn, que contará con Viviane Hagner. Pero la referida Sinfonía núm. 41 “Jupiter” acapara la segunda parte en todas las ciudades, a excepción de San Sebastián y Oviedo, donde se tocará la núm. 39.
No es difícil encontrar un programa similar al escuchado el martes, 7 de febrero, en el Auditorio de Zaragoza, entre los conciertos programados en Viena en la primera década del siglo XIX. Cada novedad de Beethoven se sometía al escrutinio del último Mozart, como sucedió en los conciertos agosteños de 1804, en el Palacio Augarten. En aquella ocasión, el alumno de Beethoven, Ferdinand Ries, tocó como solista en el entonces reciente Tercer concierto para piano de su maestro en una velada que se abrió con la obertura de La flauta mágica de Mozart. En la capital aragonesa, Pinnock optó por la beethoveniana obertura Coriolano, de 1807, en una lectura equilibrada y narrativa. El director británico retrató sin excesos al impulsivo patricio romano, en do menor, pero también subrayó su contraste con la melódica súplica, en fa mayor, de Volumnia y Veturia, la madre y la esposa. Al final, despejó el camino hacia el suicidio de Coriolano, pues la obra no está inspirada en Shakespeare, sino en la poco exitosa tragedia de Heinrich Joseph von Collin.
Pinnock trató de inculcar a la Orquesta del Mozarteum algo del sonido nítido, homogéneo, bien articulado y sin vibrato de su antiguo conjunto historicista The English Concert. Y el resultado cristalizó en un interesante híbrido con el sonido tradicional del conjunto salzburgués. Lo comprobamos en el mullido arranque en do menor del Concierto para piano núm. 3, de Beethoven. Se anunció por megafonía que la pianista Maria João Pires tenía problemas de movilidad, aunque iba a poder tocar. Y salió al escenario ayudada por el director de orquesta en medio de una sonora ovación del público zaragozano que llenaba la sala Mozart.
Pires se transformó sentada al piano. Y, al igual que en Granada, en julio pasado, su interpretación del Tercero beethoveniano volvió a ser excepcional. Las tres escalas en do menor con las que irrumpe en el allegro con brio sonaron convenientemente explosivas. A continuación, salió airosa de las vertiginosas cascadas y toboganes de notas, aunque afloraron algunos escollos en la cadencia. Pero su forma de elevar la travesía tonal del desarrollo resultó otra vez inolvidable. Prosiguió su magia, en el largo central, conversando con el flautista Bernhard Krabatsch y el fagotista Álvaro Canales Albert, un brillante instrumentista alicantino, de 24 años, que es el único español del conjunto salzburgués. Y Pires recuperó la vivacidad en el rondó con esa cadencia final donde Beethoven parece querer superar el modelo mozartiano del Concierto núm. 24 en do menor K. 491. Pero la pianista portuguesa acudió a Bach para despedirse del público y elevó con sugestivo fraseo el largo del Concierto en fa menor BWV 1056.
La segunda parte se centró en la impresionante sinfonía “Júpiter”. Antes de su bautismo divino, la obra era conocida en Viena simplemente como “la sinfonía con la fuga final”, pues Mozart había añadido varios pasajes imitativos en el último movimiento de la obra. Pinnock evitó cargar las tintas y amasó una versión nítida y bien proporcionada. Escuchamos el allegro inicial con ese leve tono belicista, en do mayor, con trompetas y timbales, quizá relacionado con el arranque de la guerra austro-turca, en febrero de 1788. Fluyeron las transiciones y los contrastes, pero también las interconexiones: oposiciones melódicas, choques en do menor, guiños populares y hasta una teatral falsa recapitulación. El director inglés encontró un tono ideal, algo más opaco para el elaborado andante cantabile, y mostró el artificio que se esconde detrás de la cáscara cortesana del menuetto. Pero el finale fue lo mejor de la obra, a pesar de algunos leves desajustes entre la madera y la cuerda en la exposición. Y los pasajes fugados eclosionaron con todo su mordiente virtuosístico en la coda, cuando Mozart crea un quíntuple contrapunto y combina cinco motivos en un canon simultáneo: una traducción musical colosal y crisoelefantina —de oro y marfil— del referido “Júpiter de Fidias”.
Pero Pinnock no escatimó en la propina final. Y terminó trasladándonos a la localidad natal de Mozart con los dos movimientos finales de su breve Sinfonía núm. 23 en re mayor K. 181, redactada en 1773 tras regresar de su tercer viaje a Italia. Un bello andantino grazioso a ritmo de siciliana, con la exquisita intervención solista de la oboísta Isabella Unterer, y un alocado presto assai que puso fin a esta fiesta de la música clásica con mayúsculas.
Temporada de Grandes Conciertos del Auditorio
Obras de Beethoven y Mozart. Maria João Pires (piano). Orquesta del Mozarteum de Salzburgo Trevor Pinnock (dirección). Auditorio de Zaragoza, 7 de febrero.
Babelia
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