Patricia Kopatchinskaja y Jakub Hrůša, el violín como personaje y la sinfonía como gentilicio
La violinista moldava y el director checo culminan en Zaragoza una gira española de la Sinfónica de Bamberg con grandes interpretaciones de Stravinski y Dvořák
Durante un almuerzo en un restaurante de París, a comienzos de 1931, el compositor Igor Stravinski mostró al violinista Samuel Dushkin un acorde (re-mi-la) que jamás había visto así escrito. Implicaba tres cuerdas del instrumento, pero con una extensión inmensa que incluía un intervalo de undécima entre la segunda cuerda y la primera. El violinista polaco le dijo que era imposible de tocar; “¡qué pena!”, replicó el compositor. Pero en sus memorias, publicadas en 1949 dentro del libro de testimonios editado por Edwin Corle, Dushkin confiesa que lo probó en casa y se quedó maravillado con el efecto que producía. Telefoneó inmediatamente a Stravinski y así nació el inició de los cuatro movimientos de su Concierto para violín, con ese acorde inventado por el compositor.
No es difícil imaginar historias similares entre grandes solistas y compositores no violinistas del pasado. Caso de Ferdinand David y Felix Mendelssohn, Joseph Joachim y Johannes Brahms o Louis Krasner y Alban Berg. Pero también en el presente, de Patricia Kopatchinskaja con los compositores Francisco Coll y Luca Francesconi, que escribieron para ella sendos conciertos violinísticos, en 2019 y 2020. La creativa violinista de origen moldavo (Chisináu, 46 años) trata incluso con esa familiaridad a los compositores del pasado, que parecen haber escrito también para ella sus creaciones. Lo comprobamos el jueves, 26 de enero, durante su audaz interpretación del referido Concierto para violín, de Stravinski, en el Auditorio de Zaragoza. Poco importó que su primera ejecución de ese famoso acorde sonase un tanto desmadejada o que la madera de la orquesta no sonase muy precisa en los primeros compases de la Toccata, pues la obra sonó completamente fresca y nueva.
Ficha
Temporada de Grandes Conciertos del Auditorio. Obras de Beethoven, Stravinski y Dvořák. Patricia Kopatchinskaja (violín). Orquesta Sinfónica de Bamberg. Jakub Hrůša (dirección). Auditorio de Zaragoza, 26 de enero
Kopatchinskaja convierte al violín en un personaje que da vida con admirable virtuosismo a todo el drama y humor que hay tras estos pentagramas neoclásicos. Afiló cada golpe de arco y extremó cada dinámica para plasmar esa pomposa y ridícula elegancia de salón dieciochesco de la Toccata inicial. Su capacidad para dialogar con la orquesta se elevó en el Aria I entre enfáticos burbujeos y reverencias. Pero también sonó admirablemente lírica y evocadora en la bachiana Aria II, que concluyó haciendo un bellísimo trío con las dos flautas. No obstante, lo mejor llegó en el Capriccio final donde extrajo todo tipo de gestos sonoros de su instrumento en una página que pareció escrita para un ballet. Más que tocar o acompañar a la orquesta, la violinista danzó con sus integrantes, que sonaron como un conjunto idealmente camerístico. Incluso, el propio atuendo de Kopatchinskaja era un guiño al compositor y su relación con los Ballets Rusos de Diáguilev. Se trataba de una copia actualizada del vestido diseñado, en 1921, por Mijaíl Lariónov para Lydia Sokolova en el ballet El bufón, de Prokófiev, a quien Stravinski asesoró por primera y última vez.
El egocéntrico Stravinski no dedicó su concierto violinístico a Dushkin, aunque sí reconoció su ayuda en la edición de la partitura. Tampoco le asignó una cadencia para su lucimiento e incluso hizo que compitiera con el primer violín de la orquesta en el movimiento final. Pero Kopatchinskaja tiene soluciones para todo. En su actuación en Madrid, el pasado martes, tocó como propina una cadencia para la obra inventada por ella, donde involucró al concertino de la Sinfónica de Bamberg, Ilian Garnetz. En Zaragoza no se repitió, pero volvió a homenajear a Stravinski con un guiño neoclásico. Y tocó con la misma voluntad actualizadora una pieza del compositor alemán Johann Franz Xaver Sterkel (1750-1817), a quien Mozart conoció en Mannheim. Se trataba del allegro final de su Dúo para violín y viola en re mayor StWV 203/1, escrito en torno a 1781. Kopatchinskaja implicó para su chispeante interpretación al solista de viola de Bamberg, Wen Xiao Zheng, pero también al referido violinista Ilian Garnetz, en un divertido teatrillo virtuosístico que hizo las delicias del público zaragozano.
La actuación de Kopatchinskaja se ha enmarcado dentro de una gira con Ibermúsica de la Sinfónica de Bamberg junto a su titular desde 2016, el checo Jakub Hrůša, que ha culminado en Zaragoza. Se inició en Barcelona, el pasado 19 de enero, y ha pasado por Madrid y Alicante, además de incluir dos actuaciones en el Festival de Canarias. En el programa, aparte del Concierto de Stravinski, se alternaron obras de Arvo Pärt y Ludwig van Beethoven, como apertura, y las sinfonías Octava y Novena, de Antonín Dvořák, como segunda parte. En la capital aragonesa abrieron el fuego con una imponente lectura de la obertura Leonora III, de Beethoven. Sonó con asombrosa precisión y contundencia, ya desde el primer acorde en fortísimo, que incluyó un cañonazo del timbalero, hasta la frenética coda final. Pero le faltó vuelo dramático.
La Sinfonía núm 9 “Del nuevo mundo”, de Dvořák, fue el plato fuerte del concierto. Hrůša (Brno, 41 años) es el principal director checo del momento, aparte de una batuta en ascenso que es invitada por las principales orquestas. En esta temporada va a dirigir dos programas en los prestigiosos conciertos de abono de la Filarmónica de Viena, que suelen reunir a los diez mejores directores del mundo. Incluso, en octubre pasado, Hrůša fue nombrado séptimo director musical de la Royal Opera de Londres, a partir de 2025, donde se unirá a una exclusiva lista junto a Rafael Kubelik, George Solti, Colin Davis y Bernard Haitink, además del actual titular, Antonio Pappano.
Su versión de la sinfonía de Dvořák huyó del tono grandilocuente, evocador, dramático y hasta bombástico que a veces se escucha en algunas orquestas estadounidenses. El compositor la escribió durante los años que pasó en Nueva York (1892-95) y confesó haberse inspirado en sones autóctonos norteamericanos. Pero Hrůša cambia de ubicación. Y su “Nuevo mundo” no pertenece al continente americano, sino más bien a Nový Svět (“Nuevo mundo”), el barrio de Praga por el que uno se despedía de la ciudad en tiempos de Dvořák.
El director checo cuenta, además, con una orquesta alemana cuyo espíritu también reside en Praga. Es bien sabido que la Sinfónica de Bamberg fue fundada, en 1946, con los músicos alemanes expulsados de la capital checa tras la Segunda Guerra Mundial. Un crisol musical centroeuropeo que Hrůša ha explotado en su discografía. No solo ha combinado las sinfonías de Brahms con las cuatro últimas de Dvořák (Tudor) o registrado todas las versiones y variantes de la Cuarta sinfonía de Bruckner (Accentus), sino que el año pasado debutó en Deutsche Grammophon con un brillante disco en torno a la sinfonía de Hans Rott, un compañero de estudios de Mahler en la clase de Bruckner. Por los dos últimos ha cosechado, en 2022 y 2023, el prestigioso International Classical Music Award (ICMA) en la modalidad de grabación sinfónica.
En el primer movimiento, Hrůša se fijó mucho más en la invención de melodías y texturas de la obra de Dvořák, que en cualquier evocación de canto de plantación o de retrato del líder autóctono Hiawatha; destacó su trepidante relato del desarrollo, tras la necesaria repetición de la exposición. En el famoso largo antepuso la pureza al sentimentalismo y el resultado fue memorable. El tercer movimiento fue otro hito con la monotonía de la música de los indios estadounidenses opuesta al refinamiento popular del vals bohemio, que brilló intuitivamente bajo sus gestos. Pero la construcción del finale fue lo mejor de toda la velada al dar sentido y naturalidad a ese intenso festín de melodías que Dvořák engrasa con la evocación de los movimientos anteriores.
El concierto concluyó con una propina ideal: el allegro final de la Suite en la mayor, op. 98, de Dvořák, una partitura para piano que compuso durante su etapa estadounidense y que orquestó de regreso a Praga; la obra se conoce como Suite americana. Volvimos a disfrutar de esa intuición natural de Hrůša para elevar el sabor eslavo en esta olla musical del compositor checo plagada de influencias.
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