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Crítica | Clásica
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mitsuko Uchida, discípula de Mozart

La gran pianista anglo-japonesa culmina en el Kursaal una gira por la península ibérica con la excelente Mahler Chamber Orchestra que celebra su 25º aniversario

La pianista Mitsuko Uchida dirige en el inicio del ‘Concierto núm. 25’ de Mozart a los integrantes de la Mahler Chamber Orchestra, el pasado viernes en Kursaal Donostia.
La pianista Mitsuko Uchida dirige en el inicio del ‘Concierto núm. 25’ de Mozart a los integrantes de la Mahler Chamber Orchestra, el pasado viernes en Kursaal Donostia.Iñigo Ibañez - Kursaal Eszena

Arnold Schönberg se definió pomposamente como “discípulo de Mozart”, en 1924, tras el estreno de su Suite para piano op. 25, la primera de sus creaciones dodecafónicas. La obra fue alumbrada al calor del emergente neoclasicismo y en ella se escucha, dentro de su movimiento final (Gigue. Rasch), un eco expresionista de la Pequeña giga en sol mayor K. 574 del compositor salzburgués. Pero muchos se tomaron entonces a broma las palabras de Schönberg. El compositor les respondió, dentro de su libro El estilo y la idea, explicando lo que había aprendido en sus partituras: esa maestría para acoplar la música a cada cambio de ambiente o acción sin caer nunca en la incoherencia o el aburrimiento.

Schönberg ejemplifica sus palabras comentando el final del segundo acto de Las bodas de Fígaro. Pero igualmente podría haber utilizado el inicio del Concierto para piano núm. 25 K. 503. Mozart lo escribió pocos meses más tarde que la ópera y ayer viernes abrió el concierto de Mitsuko Uchida y la Mahler Chamber Orchestra en el Kursaal de San Sebastián. Gloriosos acordes con trompetas y timbales en do mayor, temporalmente ensombrecidos por el cosquilleo terrenal de la cuerda en do menor, que desembocan en un elaborado diálogo imitativo con dos motivos opuestos. Prosigue una marcha triunfal, cuya melodía se adelanta a La Marsellesa (recordemos que no fue compuesta hasta después de la muerte de Mozart), pero con ecos victoriosos que arrancan entre susurros y en un oscuro do menor. Y todo esto nos lo cuenta Mozart sin que haya empezado a tocar el piano.

Uchida (Tokio, 74 años) volvía a ponerse por séptimo año consecutivo al frente de la Mahler Chamber Orchestra para tocar y dirigir conciertos para piano de Mozart. Una gira por la península ibérica que empezó en Alicante y ha culminado en San Sebastián, tras pasar por Lisboa y Barcelona. Pero que ahora proseguirá por diversas ciudades europeas, incluida Salzburgo y su Mozartwoche o Semana Mozart, y terminará el mes que viene en el Carnegie Hall de Nueva York. En los programas dos conciertos del salzburgués , entre el núm. 5 K. 175, el núm. 25 K. 503 y el núm. 27 K. 595 (para su actuación en Kursaal Eszena optó por los dos últimos), y la Sinfonía de cámara núm. 1 op. 9, de Schönberg.

Tras marcar a la orquesta el inicio del núm 25 K. 503 de pie frente al teclado, con los brazos en alto y los ojos cerrados, Uchida inició su intervención solista con encanto y sutileza. Pronto llegaron algunas imprecisiones en los difíciles pasajes donde decora a la orquesta con escalas y arpegios. Pero la pianista no perdió en ningún momento la fluidez del discurso. Lo demostró en el desarrollo, que fue el primer pasaje glorioso de la noche. Aquí parece probar el tema de la seudo-Marsellesa en diferentes tonalidades a las que invita a unirse a los instrumentos en un fascinante festín imitativo y camerístico. Y pudimos admirar la calidad de la flautista Chiara Tonelli, del oboísta Kyeong Ham y del fagotista Guilhaume Santana.

La pianista anglo-japonesa optó por tocar su propia cadencia, ya que Mozart no dejó ninguna escrita para este concierto. Y convirtió, a continuación, el andante central en otro momento relevante. La orquesta aportó el ambiente de nocturno y Uchida enriqueció la parte solista con pequeños adornos propios. En el allegretto final, que Mozart elaboró a partir de una gavota de su ópera Idomeneo, volvió a brillar la música frente a las imprecisiones. Ya el grupeto del inicio fue un problema, pero la pianista supo elevar la música desde el teclado con admirable solvencia. Quedó claro en el pasaje más bello del movimiento: un episodio en fa mayor donde el piano canta una melancólica melodía acompañada por un violonchelo y un contrabajo. Uchida lo convirtió en pura poesía, aunque alterase levemente su dibujo.

Antes del descanso, la Mahler Chamber Orchestra mostró su calidad en la dificilísima Sinfonía de cámara núm. 1, de Schönberg, para 15 solistas. La tocaron sin director y por esa razón tuvieron que colocarse sobre el escenario con una disposición levemente diferente a la indicada por el compositor. Esta obra, de 1906, que Schönberg siempre consideró entre sus principales logros tempranos, esconde una riqueza inusitada. Para empezar, combina una forma sonata a gran escala con la estructura normal de una sonata o una sinfonía. Cinco movimientos que escuchamos como uno solo, de unos veinte minutos, pero donde el primero es la exposición de una forma sonata, el tercero es su desarrollo y el quinto la recapitulación, mientras que el segundo actúa como scherzo y el cuarto es el preceptivo movimiento lento.

Saludo al final del concierto de Mitsuko Uchida (de pie en el centro), el concertino José Maria Blumenschein (a su izquierda) y otros integrantes de la Mahler Chamber Orchestra, el pasado viernes en San Sebastián.
Saludo al final del concierto de Mitsuko Uchida (de pie en el centro), el concertino José Maria Blumenschein (a su izquierda) y otros integrantes de la Mahler Chamber Orchestra, el pasado viernes en San Sebastián.Iñigo Ibañez - Kursaal Eszena

La interpretación fue admirable de principio a fin. Ya en el arranque quedó claro el liderazgo musical del concertino, el violinista alemán José Maria Blumenschein (Friburgo de Brisgovia, 37 años), bien conocido por su tiempo como concertino de la Filarmónica de Viena (pudimos verlo en el primer atril del Concierto de Año Nuevo de 2018). Pero los 14 músicos restantes no se quedaron atrás, entre ellos varios españoles, como el trompista José Vicente Castelló, el contrabajista Rodrigo Moro Martín y el clarinetista Vicente Alberola. El primero impulsó el inicio de la obra, con su famoso tema ascendente de cuartas, al segundo le escuchamos su repetición (con armónicos y en un registro extremadamente agudo), en el inicio del movimiento lento, y el tercero protagonizó varios pasajes líricos e imitativos a lo largo de la obra. Destacó la exhuberancia del movimiento final, etwas bewegter, que mantuvo toda la tensión hasta la salvaje coda final. Pero lo más sobresaliente fue la capacidad del conjunto para escucharse y hacer música juntos: la seña de identidad que le inculcó su fundador, Claudio Abbado, hace ahora 25 años.

Faltaba lo mejor de la noche, que llegó en la segunda parte con el último concierto pianístico de Mozart, el núm. 27 K. 595. Fue redactado al inicio de su último año de vida y está teñido del lirismo, la sencillez y la melancolía que caracterizaron sus últimas composiciones. Uchida encontró ahora un tono más camerístico que la orquesta elevó desde la introducción, con esa mezcla de lo cantable y lo dramático: una extensa melodía entonada por los violines que es interrumpida una y otra vez por una floritura de los instrumentos de viento. La pianista tocó ahora muchísimo mejor que en la primera parte e intensificó el diálogo con la orquesta. Lo demostró en el desarrollo que hizo partir casi desde el silencio y preparó a conciencia con varias pausas retóricas.

Uchida convirtió el larghetto central en expresión sonora de esa melancolía que destilan las últimas cartas del compositor. Lo hizo con una radiante sencillez, aunque sin renunciar a algún adorno ocasional. El cambio de ambientación, en el risueño rondó final, donde Mozart seguramente utilizó la melodía de su canción Anhelo de primavera K. 596, permitió hacer brillar el mejor Mozart de Uchida con unas radiantes cascadas de notas y un constante departir con la orquesta.

La ovación final de los mil quinientos espectadores que casi llenaban el Kursaal fue premiada con una propina. La pianista dudó entre tocar algo muy breve y otra pieza más larga. Preguntó al concertino y trató de explicarlo al público en inglés. Pero finalmente abordó el bellísimo andante cantabile de la Sonata en do mayor K. 330 con todas las repeticiones y un admirable dominio del claroscuro. Fue otra forma de proclamar que Mozart también era su maestro.

Kursaal Eszena. Programa 2022-23

Obras de Mozart & Schönberg. Mitsuko Uchida (piano y dirección). José Maria Blumenschein (concertino). Mahler Chamber Orchestra. Auditorio Kursaal, 13 de enero.

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