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CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mitsuko Uchida y el estornino de Mozart

La pianista japonesa inicia una gira junto a la Mahler Chamber Orchestra, tocando y dirigiendo conciertos del compositor salzburgués

Mitsuko Uchida (en el centro) dirigiendo desde el piano a la Mahler Chamber Orchestra, este miércoles en Pamplona.
Mitsuko Uchida (en el centro) dirigiendo desde el piano a la Mahler Chamber Orchestra, este miércoles en Pamplona.Iñaki Zaldúa-Baluarte

MAHLER CHAMBER ORCHESTRA.

Obras de Mozart y Widmann.

Mitsuko Uchida, piano y dirección.

Fundación Baluarte. Temporada 2019-20. Pamplona. Baluarte, 8 de enero.

Mozart tuvo un estornino como mascota. Lo adquirió en mayo de 1784, en una tienda de pájaros cerca del palacio imperial de Hofburg, en Viena. En el Ausgaben-Buch o libro de gastos del compositor podemos leer su precio junto a las notas musicales del tema del allegretto final de su Concierto para piano núm. 17. Una versión levemente alterada que, al parecer, había escuchado cantar al estornino y que acompaña con la anotación “eso estuvo bien”. La anécdota aparece en varias biografías y ha servido para discutir la fecha del estreno de ese concierto. Incluso ha sido objeto de una extensa monografía de la ecofilósofa Lyanda Lynn Haupt titulada El estornino de Mozart (Little, Brown and Company, 2017). Pero esta historia también alude a la naturalidad del fluir musical mozartiano que pocos interpretes han reflejado mejor que la pianista japonesa Mitsuko Uchida (Tokio, 71 años). Este miércoles en Baluarte, en Pamplona. casi parecían escucharse cantos de pájaros durante su exquisita interpretación del referido concierto que dirigió desde el teclado.

La pianista iniciaba en la capital navarra otra gira internacional con la Mahler Chamber Orchestra consagrada a conciertos de Mozart. Proseguirá con dos actuaciones en el 36º Festival Internacional de Música de Canarias (10 y 11 de enero), pero también en Lisboa (el día 13) y Valencia (el 15), para seguir hasta final de mes en Dortmund, Salzburgo, Hamburgo y Londres, y culminar en marzo con cuatro conciertos en Estados Unidos. Uchida viene de dedicar dos años a tocar las sonatas de Schubert por todo el mundo y va camino de Beethoven. Este emblemático año de su 250º aniversario parece que retomará su grabación de las Variaciones Diabelli, en Decca, que será el centro de sus recitales la próxima primavera.

Cada concierto de esta gira con la excelente orquesta de cámara que fundó Claudio Abbado combina dos conciertos de Mozart, entre los números 13, 17 y 22, con una breve incursión en la música actual: el Cuarteto de cuerda núm. 2, Coral (2003), del alemán Jörg Widmann, en un arreglo para orquesta del compositor. En Pamplona se optó quizá por el mejor programa: los dos conciertos más distanciados a nivel orquestal, como son el núm. 17 y el núm. 22, pero también más próximos cronológicamente y con toda la intensidad concentrada en el movimiento lento. Uchida ha creado su propio Mozart, perlado y vienés, sutilmente adornado, aunque al margen de cualquier corriente historicista. Y lo escuchamos antes incluso de poner sus manos sobre el teclado. Con esa forma tan poco ortodoxa como efectiva de activar musicalmente a la orquesta.

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La pianista dispone unos tempi que parecen más lentos de lo habitual, aunque terminan encontrando la dosis ideal de humor y melancolía. Quedó claro en el arranque del allegro del Núm. 17, con esa forma de combinar la socarronería del fagot de Higinio Arrue y el canto de la flauta de Chiara Tonelli. Uchida insistió desde el teclado en la claridad y la articulación, con su forma de enunciar los bajos Alberti, pero enseguida echó el vuelo en el desarrollo y elevó la cadencia que el compositor escribió para su alumna Barbara Ployer. Pero lo mejor llegó en el andante central. La Mahler Chamber mostró su excelencia en la sección de viento madera, con el oboe de la japonesa Mizuho Yoshii-Smith junto a las referidas flauta y fagot. Pero también con esas pausas retóricas que Uchida supo convertir, una y otra vez, en sorpresa y escalofrío. Por su parte, el allegretto final, con el referido tema del estornino, sonó con admirable fluidez en cada una de sus variaciones, pero le faltó chispa al final, en esa especie de stretta que convierte tantas veces a los conciertos de Mozart en una suerte de ópera traspuesta.

Antes del descanso, compareció la sección de cuerda de la Mahler Chamber junto a sus solistas de flauta, oboe y fagot, ahora sin Uchida, para abordar el Segundo cuarteto de Widmann en su arreglo orquestal. El compositor parte de un motivo de Las siete palabras, de Haydn, y un verso de Tasso (“In questo sacro legno”) para ofrecer un retrato tan estático como terrorífico de la crucifixión. Alexi Kenney lideró la obra como concertino y consiguió dar coherencia a su inmensa paleta dinámica y tímbrica, tanto a las técnicas extendidas, en la cuerda, que reflejan el roce de la piel sobre la madera, como al refuerzo de los tres instrumentos de viento para su perfil melódico. La tenue iluminación o la disposición mayoritariamente en pie de la orquesta hicieron el resto. Y, al final, la tensión acumulada en quince minutos de música cristalizó en 30 segundos de silencio, tras ese impactante ascenso nada consolador que termina la obra: un trémolo que se difumina hasta la nada más absoluta (al niente, escribe el compositor en la partitura).

La segunda parte se centró en el Concierto para piano núm. 22, de Mozart. Una composición que abunda en la cordial relación que mantuvo con Salieri. Ambos compositores no solo colaboraron, en octubre de 1785, en la composición de la cantata para la recuperación de la voz de la soprano inglesa Nancy Storace, sino que compartieron escenario en el concierto de la Tonkünstler-Societät, el 23 de diciembre, día en que Mozart estrenó este concierto. En aquella velada, Salieri dirigió la reposición del oratorio Esther, de Dittersdorf, y quizá también el concierto de Mozart con el compositor al piano.

La pianista Mitsuko Uchida (de espaldas) tocando y dirigiendo a la Mahler Chamber Orchestra, este miércoles en Pamplona.
La pianista Mitsuko Uchida (de espaldas) tocando y dirigiendo a la Mahler Chamber Orchestra, este miércoles en Pamplona.Iñaki Zaldúa-Baluarte

La obra destaca por su colorido orquestal al ser la primera en disponer de una pareja de clarinetes, en lugar de oboes, motivada seguramente por la presencia de los hermanos Stadler. Uchida remarcó ese diferente colorido en la introducción orquestal. Y no solo con más intensidad que en la primera parte, sino también azuzando los diálogos que establece la flauta con las parejas de clarinetes y fagotes. Pero le costó un poco entrar en el concierto desde el teclado. Eso sí, cuando lo hizo, escuchamos algunos de los mejores momentos. Como ese arrebato expresivo de Mozart en si bemol menor, en la exposición del allegro inicial. O después, en las travesías armónicas que emprende en el desarrollo, mientras la madera conversa aristocráticamente. Y tampoco renunció la pianista a poner su granito de arena creativo con su propia cadencia.

Pero el andante fue lo mejor de la noche. Uchida aportó vuelo y fantasía desde el teclado, añadió interesantes adornos y elevó esta emotiva especie de tema con variaciones. Y la orquesta no se quedó atrás. Mozart convirtió la tercera variación en una especie de serenata, casi como vaticinio de la futura escena en el jardín a la orilla del mar de su ópera Così fan tutte. Y aquí destacaron los clarinetistas Vicente Alberola y Mariafrancesca Latella, al igual que Tonelli y Arrue en el bello dúo de flauta y fagot subsiguiente. El allegro final parece un rondó convencional, pero Mozart vuelve a sorprender al insertar un andantino cantabile que fue otra maravillosa serenata en manos de la Mahler Chamber, con la madera conversando con la cuerda y el piano actuando como maestro de ceremonias. Esta vez Uchida encontró la chispa necesaria para concluir la obra. Pero para terminar prefirió acudir a Bach. Y regaló al público como propina una maravillosa y refinada versión de la zarabanda de la Suite francesa núm. 5.

Mozart enterró a su estornino en el jardín de su casa, en julio de 1787. El compositor, que no había asistido dos meses atrás al funeral de su padre, enterró a su mascota con invitados, pompa y música. Hasta escribió un poema a modo de obituario que leyó solemnemente (“Un pequeño tonto yace aquí / a quien tenía cariño…”). Parecía una farsa infantil, pero para él resultó catártica. Y no era difícil recordar esta anécdota, ayer a la salida del concierto, tras escuchar esa ideal mezcla mozartiana de humor y melancolía a Mitsuko Uchida y la Mahler Chamber Orchestra.

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