Amiram Reuveni, editar en pocas palabras
El fundador y director de la editorial Ponent Mon supo anticipar el ‘boom’ del manga en España y fue pionero en publicar a autores como Jiro Taniguchi o Yoshihiro Tatsumi
No es casualidad que Amiram Reuveni fuera el editor del grueso de la obra de Jiro Taniguchi en España. El fundador y director de la editorial Ponent Mon, fallecido el pasado sábado a la edad de 72 años a causa de una enfermedad, compartía una manera de ver la vida similar a la del genio japonés: como él, encontraba inspiración y placer en las pequeñas cosas del día a día. Apartado del ajetreo habitual del mundo de la edición, la escasa información online que uno puede encontrar sobre Amiram data de 2012, cuando un incendio asoló Rasquera y el editor concedió una entrevista a EL PAÍS en calidad de vecino del municipio. En ella, como quien no quiere la cosa, revelaba que dirigía la editorial allí mismo, rodeado de animales y vegetación, desde el único punto de su finca con conexión a internet.
Años antes del boom editorial del manga, Amiram publicaba a un desconocido Inio Asano que apenas vendería entonces 600 ejemplares en toda España. Hoy es un éxito en ventas y uno de los autores de referencia para las nuevas generaciones de lectores de manga. No es el único autor nipón al que Amiram publicó antes de tiempo: Kazuo Umezz, Hideo Yamamoto o Yoshihiro Tatsumi son algunos de los artistas japoneses que hoy se reeditan con cierta holgura y que, tiempo atrás, pasaron por Ponent Mon sin pena ni gloria. Paralelamente, con la línea nouvelle manga, la editorial ponía en el mapa, ya en la década de los 2000, las primeras confluencias creativas entre Europa y la estética manga. Con todo, las obras de Jiro Taniguchi fueron siempre las únicas que vendían lo suficiente —publicadas en sentido occidental a petición del propio Taniguchi— como para mantener cierta cadencia de publicación en la línea manga.
Además del manga, Amiram apostó en gran medida por el cómic europeo y el wéstern, publicando obras de historietistas clásicos españoles como Antonio Hernández Palacios o Vicente Segrelles, y de maestros del fumetto italiano de la talla de Toppi, Serpieri o Battaglia. También dio espacio al talento joven. La cordobesa Rosario Villajos, Premio Biblioteca Breve de este año por La educación física, publicó Face, su primera obra, en Ponent Mon. “Fue la primera persona que creyó en algo de lo que yo hacía. Así que imagínate. Le debo mucho a Amiram”, me dice Rosario por correo.
Víctor Illera Kanaya, hoy uno de los traductores de manga de referencia en nuestro país, empezó “en esto gracias a él”. En una ocasión, Víctor le escribió alarmado a Amiram para decirle que una serie que habíamos elegido y él estaba traduciendo era muy mala. En pleno 2017 la línea manga seguía sin funcionar, así que pusimos ciertas expectativas en aquella obra, popular entre un sector de público, con la idea de que serviría para empujar otros lanzamientos más minoritarios. “Le he dicho que, como lo bueno vende tan poco, a ver si lo malo vende más”, bromeó Amiram al contármelo. Los últimos correos que compartimos respectivamente con él, ya durante su enfermedad, versaban sobre nuevas obras que planeaba editar. Su incansable trayectoria perdura hoy a través del grupo Catarata, que adquirió Ponent Mon en 2019. Amiram, liberado por fin del peso de la rentabilidad y las ventas, siguió dirigiendo la línea editorial hasta el final.
Además de descubrirme algunas de mis obras favoritas durante la adolescencia, Amiram me dio uno de mis primeros trabajos cuando solo tenía 20 años. Me dejó elegir títulos, escribir solapas y hasta poner mi nombre, pero yo aún tardaría años en descubrir que lo mejor que me estaba dando era una lección sobre cómo a veces la mejor forma de estar es, en realidad, sin que te vean. Cuando Jiro Taniguchi falleció, a Amiram lo invitaron a una charla-homenaje dedicada al autor nipón. “Piensan que soy la encarnación de Taniguchi en España, pero tú sabes que tengo poco de decir, y aún menos en público”, me dijo por correo. En un mundo en el que todos hablamos y hablamos sin llegar casi nunca a decir gran cosa, Amiram sabía que su mayor obra, su mejor legado, era dar voz a los demás.
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