¿Qué es ser adolescente? Fotografías que rompen tópicos sobre los jóvenes de hoy
La fotógrafa brasileña Angélica Dass expone imágenes tomadas en institutos madrileños en busca de los sueños y miedos de la llamada “generación de cristal”
¿Dónde te ves en los próximos cinco años? “Debajo de un puente por culpa de la crisis”. ¿Qué haces cuando te olvidas de comer? “No sé, tengo TDA” [Trastorno de Déficit de Atención]. ¿Qué soñabas de niño? “Con mis padres abandonándome”. ¿Con qué sueñas hoy? “Con que mi novia supere su depresión”. ¿Qué te gustaría cambiar del mundo? “El capitalismo porque necesitamos algo que estimule la inteligencia emocional y no forme cabezas de plástico”. Estas son algunas de las respuestas con las que la fotógrafa brasileña Angélica Dass (Río de Janeiro, 44 años) se ha encontrado en su último trabajo. Una exposición y un libro que recogen retratos y objetos con los que 150 jóvenes se identifican y que trata de contestar una pregunta: ¿qué es ser adolescente?
Dass no ha encontrado una respuesta concreta más allá de que los adultos cuentan con una imagen muy estereotipada de lo que es la adolescencia. Kio Lumbreras (17 años) explica que cada adolescencia es distinta y que el resumen de todas es el caos: “Es una etapa llena de altibajos y cambios”. “Un periodo de transición para saber quién eres y quién quieres ser”, añade Ariel Moreno (18 años). Creen que las decisiones que tomen ahora les condicionarán para siempre. Marta Fernández (de 19) se atreve a definir esta etapa en una frase: “Tener las capacidades de un niño y las responsabilidades de un adulto”. La fotógrafa señala que se pone “la responsabilidad de transformar la sociedad en ellos porque son el futuro, pero no, son el presente y, aunque tienen voz, pocas veces les miramos o les escuchamos”.
Dass se internó en varios institutos y pidió a los alumnos que respondieran un formulario en torno a su identidad. Después hizo fotos según sus respuestas, les retrató e hizo bodegones con los objetos que les representan. Todo ello conforma la exposición Soy adolescente, ¿y qué más?, que se muestra de manera itinerante en gimnasios y patios de sus institutos. A partir de hoy, lunes 8 de mayo, se podrá ver en IES Siglo XXI de Leganés. Antes, en diciembre, el proyecto se alojó en el espacio Un cuarto en llamas, del Centro Cultural Conde Duque de Madrid, un lugar en el que las fotografías, que estaban tendidas como sábanas que se secan, se mezclaron con los bailes y las improvisaciones de los colectivos que esos días usaban esa sala para ensayar.
En los bodegones de los jóvenes hay de todo. Desde biblias acompañadas con bloques del videojuego Minecraft hasta abanicos con la bandera LGTBI. Pero sorprenden los peluches, junto a vendas y botes de pastillas. “Ellos hablan sobre autolesiones y algunos conocen el significado de la palabra suicidio”, relata Dass. La salud mental es una de sus máximas preocupaciones. Por ejemplo, Marta Fernández tiene claro que una de sus responsabilidades es conseguir una estabilidad emocional, además de ayudar en casa y cuidar de su hermana. “Como persona que ha estado dos años en ciencias, sacando malas notas y estudiando más de cinco o seis horas al día, y se ha cambiado a artes, la salud mental es una de mis prioridades. Saber qué cosas no me convienen”, sentencia.
En la salud mental repercuten las redes sociales. Los adolescentes bombardean internet con selfis y fotos de su día a día, pero no es posible hacerse una idea de cómo son únicamente entrando en Instagram. “Las redes reflejan vidas falsas”, cuenta David Manzanares (16 años). Marta Fernández confiesa que es incapaz de hacerse una foto sin filtros, que modifican su cara. “Si tienes un mal día el filtro te lo quita y parece que acabas de salir de Hollywood”, asegura. Siente una gran presión social para tener el cuerpo de las Kardashian o una nariz perfecta, aunque la experiencia con Dass la ha animado a dejar de hacerlo. Manzanares cree que las redes también tienen un efecto positivo: “Nos han ayudado a romper tabúes como hablar de sexo y salud mental o para aprender de feminismo o del colectivo LGTBI”.
El bodegón de Manzanares sorprendió a su padre y hermano. “¿Tú eres así?”, le preguntaron al verlo. Un abanico rosa palo sirve de fondo a una caja con uñas postizas, varios anillos, un collar de perlas, dos pintauñas, un mechero con la bandera LGTBI y unos auriculares. Una declaración de intenciones, como el maquillaje que lleva durante la entrevista o los guantes rojos y negros con corazones con los que posó para su retrato. Tanto Manzanares como Kio Lumbreras piden que se les trate con los pronombres él y ella.
Dass insiste en que ha aprendido mucho de ellos, sobre todo, “de la manera que tienen de lidiar con el género, las diferentes capacidades, la orientación sexual...”. Lumbreras explica que se identifica con el género fluido —persona que no se reconoce con una única identidad de género—: “El nombre que se me puso fue Nuria y me parecía bastante ligado al femenino, así que utilizo Kio, que es un nombre más neutro”. Sin obviar que existe gente que les obliga a pasar por situaciones incómodas, Kio cree que su generación está más abierta a la comprensión mutua.
No es la única diversidad sobre la que Dass reflexiona con su trabajo. Entre los padres de los adolescentes fotografiados suman más de 30 nacionalidades y están representadas diferentes clases sociales. “Hay coles donde el poder adquisitivo les permite reflexionar sobre su identidad, pero en otras escuelas hay otras urgencias con las que los niños tienen que lidiar al salir de clase”, comenta.
En los bodegones hay también paquetes de tabaco, algo que la fotógrafa achaca a que en muchas ocasiones se les exige que se comporten como adultos cuando todavía son adolescentes: “Vienen de ese momento donde no elegían ni la camiseta con la que iban a clase y saltan al instante en el que deben escoger lo que quieren hacer en el futuro”. Una decisión que se convierte en presión y que causa, en palabras de Dass, “algo tan negativo como los trastornos alimentarios o un estado de agotamiento”.
Estos jóvenes no se muestran como poseedores absolutos de la verdad, son conscientes de que no son los primeros en pasar la adolescencia, pero sí de vivirla en su contexto. “Los adultos tienen una idea clara del camino que debemos tomar para crecer”, explica Cristina Lozoya (17 años). Una senda en la que ellos, igual que sus padres, se pueden encorsetar y que “no les permite conocerse”. Este proyecto, según esta alumna, es la oportunidad para “encontrar a la persona que ha estado viviendo dentro de ellos y que no ha conseguido salir”. Son la generación más consecuente con su identidad, más abierta a la diversidad y a la que los adultos se empeñan en acuñar como “la generación de cristal”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.