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Yo La Tengo: cuatro décadas de ‘indie rock’ como terapia de pareja

La banda, fundada en 1984 por el matrimonio formado por Ira Kaplan y Georgia Hubley, presenta en España su último disco. “Con los años aprendes que pelear es divertido, pero solo empeora las cosas”, dice Kaplan en una entrevista

Yo La Tengo
La banda de rock Yo La Tengo, en Nueva York. Desde la izquierda, Georgia Hubley, James McNew e Ira Kaplan.CHERYL DUNN
Iker Seisdedos

A Ira Kaplan, guitarrista y cantante de la banda estadounidense de indie rock Yo La Tengo (YLT), le encantan las pruebas de sonido, ese rato antes de un concierto que los músicos suelen odiar y que consiste en hacerse con la acústica de la sala en la que van a tocar por la noche. Es un ritual tan repetitivo y exasperante que a uno le da por pensar que Kaplan (Hoboken, Nueva Jersey, 66 años) lo dice solo por deporte, su deporte favorito: ofrecer al mundo una imagen de tipo modesto, lejos de la cansina mitología del rock. No es que haya vuelto de un paseo por la vida salvaje, es que ni siquiera salió de casa. “YLT lo fundó un matrimonio, así que nunca pasamos por nuestra época de excesos”, se excusa. “Qué le vamos a hacer si nos gusta la monotonía”.

Kaplan está en un camerino en Charlottesville, ciudad universitaria de Virginia en la que a mediados de marzo recaló la gira de presentación de su nuevo y estupendo álbum, This Stupid World (Matador / Popstock!), que defenderán desde el sábado en cuatro ciudades españolas (por este orden: Barcelona, Murcia, Madrid y Bilbao). Afuera se lo está pasando en grande (probando sonido, se entiende) el resto de la banda: la baterista Georgia Hubley, su esposa desde hace 36 años, y James McNew, que se convirtió en miembro permanente en 1992, después de que la pareja probase antes con otros 15 bajistas. Y del mismo modo que todos los marines son fusileros, los tres integrantes de YLT son vocalistas.

Su historia tan aparentemente falta de conflicto, la fidelidad del matrimonio, la paciencia del tercero en discordia y la longevidad del conjunto convierten a YLT en una rara avis en el rock estadounidense, y en un enigma para los amantes de las dobleces. Ellos, supervivientes de la explosión del rock alternativo de los años ochenta, de la quinta de Sonic Youth, R.E.M. o Dinasour Jr., parecen cómodos alimentando esa intriga a base de guardarse información en sus encuentros con la prensa, a la que casi siempre atiende Kaplan o tal vez McNew, muy raramente Hubley. “Explicarme no es mi pasatiempo favorito”, dirá el guitarrista en un momento de la entrevista. En otro, responderá “no” a la pregunta de si echaba de menos la vida en la carretera durante la pandemia. “Mi personalidad y la de la banda no es de las que desean lo que no pueden conseguir”.

Todo ello tal vez obedezca a una jugada maestra para centrar la atención en la música, un sonido inconfundible en el que conviven la melancolía y la dulzura con el ruido y la furia, y los susurros y el talento para las canciones de pop con las letanías de distorsión experimental.

Este 2023 marca dos aniversarios en la historia del trío: cuatro décadas del debut en el escenario de Georgia and Those Guys, primera encarnación de YLT, y 30 años desde que firmaron con el sello independiente Matador, otra prueba de la personalidad fiel de la banda.

Gerard Cosloy, copropietario de la discográfica, dijo a EL PAÍS hace un par de semanas en un correo electrónico que aún se asombra de “su ética de trabajo, de su determinación y de su voluntad de confiar en el público para orientar su carrera”. Y describió la relación entre YLT y Matador con un chiste con manual de instrucciones, solo apto para (muy) aficionados al béisbol: “Cuando dicen ‘salta’, decimos ‘¿cuán alto?’ Lo cual nos ha funcionado mejor que a Edwin Díaz (mejórate pronto, etc.)”. Díaz es un lanzador puertorriqueño de los New York Mets; en marzo se lesionó de gravedad mientras celebraba el triunfo de su selección ante República Dominicana.

En eso también se entienden. Kaplan es seguidor de los Mets y, si se estaba preguntando por qué unos músicos de Hoboken, cuna de Frank Sinatra, se hacen llamar Yo La Tengo, el motivo de nuevo tiene que ver con el béisbol. Había una vez un jugador llamado Richie Ashburn que en la temporada de 1962 chocaba sin parar cuando iba a por la pelota con un compañero venezolano, Elio Chacón, que no sabía inglés. Para evitarlo, Ashburn aprendió tres palabras en español: “yo la tengo”.

Las muchas confusiones que el nombre provocaba en los inicios (Wo La Tango, Yo lo Tengo, Yo Lo Tango) sirvieron al periodista Jesse Jarnow para abrir en 2012 su biografía de la banda, que es también un retrato de la escena en la que surgieron y de las amistades que forjaron. La tituló Big Day Coming, igual que una de las canciones más bonitas del grupo.

El libro, repleto de anécdotas en las que el lector se queda esperando un giro de guion que nunca llega, es a una de esas biografías del rock llenas de excesos lo que una prueba de sonido al concierto de tu vida. Pero eso es precisamente lo que lo hace relevante, su relato de cómo el matrimonio contribuyó a construir el molde indie como una derivada sosegada de la ética del punk rock.

“[A mediados de los ochenta] Usaban Converse All-Stars, tocaban movidas ruidosas, a veces cantaban en voz baja, editaban siete pulgadas, sonaban en las emisoras universitarias y grababan en sellos independientes. Con el pasar de las décadas, el término se convirtió en cada vez más borroso”, escribe Jarnow en Big Day Coming, que en España editó Libros del Ruido (en la traducción del periodista Ignacio Julià). En su caso, el tiempo también contribuyó a su grandeza; no brillaron inmediatamente con un fogonazo, como otros, pero su fidelidad a un sonido modesto pero importante, una propuesta que eclosionó a mediados de los noventa, los convirtió en una de esas raras bandas al compás de cuyos discos uno sabe que podrá seguir cumpliendo años.

Georgia Hubley e Ira Kaplan, de Yo La Tengo en Wetlands, en 1990.
Georgia Hubley e Ira Kaplan, de Yo La Tengo en Wetlands, en 1990.Steve Eichner (WireImage)

“Lo que más me interesó de su historia, y lo que creo que los hace diferentes”, contó este jueves Jarnow en una entrevista telefónica, “es lo mucho que tardaron en encontrar su voz y en aprender a ser ellos mismos. Desde que lo lograron, se han mantenido firmes en esa postura, pero adaptándose a los tiempos. Tras esa apariencia de timidez hay un fuerte sentido de confianza en su apuesta artística. No me interesaba escribir la historia de un grupo como Fleetwood Mac, con sus rupturas y todo el drama, quería escribir un libro en el que la música fuera lo importante. YLT son antes que nada unos grandes melómanos. Y se inscriben en un linaje que tiene que ver con el sonido de Nueva York. Ira siempre estuvo allí; entre el público y luego sobre el escenario. Formó parte de todo eso desde muy joven”

La inspiración del punk

Kaplan achaca la longevidad de su relación con Hubley (Nueva York, 63 años) a que la idea de ponerse a tocar y la de formar una pareja fueron en el fondo la misma. “No soy original: me decidí a intentar ser músico cuando vi un concierto de punk, y pensé: ‘Yo podría hacerlo’. Fue con ella que me convencí de probarlo. Lo nuestro funcionó desde el principio. Y mejoró a medida que lo hacía nuestro sonido”, recuerda el guitarrista.

En 2024, la pareja, que se conoció “en un bolo de los Feelies”, celebrará 40 años de YLT. Caerá en diciembre, mes en el que practican otro de sus rituales: la semana de conciertos de Hanukkah, con los que celebran la festividad judía con cómicos, bandas y solistas invitados a subir con ellos al escenario de un club de Nueva York. Las entradas se agotan rápido, pese a que quienes las compran no saben hasta el mismo día del espectáculo quién completará el cartel.

Las decisiones sobre quién tocará con ellos esos días se toman como las demás que afectan al trío, que, advierte Kaplan, “no funciona como una democracia”. “Si hay algo que queremos hacer dos de nosotros, pero no el tercero, no pasamos por encima de sus deseos. No somos como esos grupos en los que cada cual compone su canción y pasan a la siguiente. Con los años he aprendido que pelear, explotar, soltar una bordería, puede ser divertido, sí, pero es una emoción muy temporal, que, en realidad, solo empeora las cosas”, añade.

Además de un monumento al entendimiento, This Stupid World, su decimoséptimo álbum de estudio ―“a medida que envejeces no es que el mundo se haga más estúpido”, bromea Kaplan, “tal vez es que tú te vuelves más inteligente”― suena como un compendio de todas las edades de YLT. Lo grabaron durante el confinamiento en el local de ensayo de la banda en Hoboken. Ellos lo tenían más fácil que otras: las dos terceras partes del grupo compartían núcleo familiar. “Y el resto podía ponerse lejos”, explica con ironía Kaplan.

El de “ensayo” es un concepto “amplio” para YLT. “Puede consistir en hablar de lo que hicimos durante el fin de semana durante un buen rato y luego tocar por el placer de tocar durante 10 minutos”. Cuando llega la hora de la parte musical, McNew (Baltimore, 53 años) siempre tiene listos sus micrófonos, que registran lo que hace el trío, a menudo, una pura improvisación. A partir de cierto momento, supieron que todo ese material pandémico acabaría siendo algo, por ejemplo, This Stupid World, primer álbum para el que no han contado con productor externo.

Una vez estuvieron listas las canciones ―cuyas letras, mayoritariamente de Kaplan, hablan sobre sobre jugar al yo-yo, mirar al cielo o prepararse para morir― salieron de nuevo de gira, una ceremonia en el que también imponen sus reglas: siempre dividen el espectáculo en dos partes y el repertorio de una noche no se repite en el mismo orden en la siguiente. Ese afán por ofrecer algo distinto en cada plaza les ha valido una de las parroquias más fieles del indie rock.

Aquel día tocaron en una historiada sala de conciertos de Charlottesville, que es la clase de ciudad en la que germinó ese estilo musical conocido como college rock del que fueron ídolos. McNew, además, estudió en su universidad y formó una banda llamada Ectoslavia, junto a Stephen Malkmus y David Berman, que luego fundarían, respectivamente, Pavement y Silver Jews, lo que convierte aquel experimento en una especie de supergrupo de la nación alternativa, pero antes de tiempo.

El quinteto NRBQ en el estadio de los Yankees, en Nueva York, en 1978.
El quinteto NRBQ en el estadio de los Yankees, en Nueva York, en 1978.Michael Ochs Archives

Por la tarde, un tipo interceptó a Kaplan de camino a la tienda de discos de la esquina a comprar singles de rock y de soul para decirle que había visto a YLT en directo 27 veces. En la entrevista, el guitarrista, que antes de pasar al otro lado del espejo fue a finales de los setenta y principios de los ochenta periodista musical en Nueva York, no parecía muy impresionado. “Hay grupos a los que he visto muchas más de 27 veces”. ¿Por ejemplo? “Por ejemplo, [la veterana banda estadounidense de rock] NRBQ. Ellos siempre consiguen sonar diferentes”.

Dos días antes, YLT había tocado en Nashville, donde saltaron a las noticias porque Kaplan y McNew tocaron travestidos en el segundo set para protestar por una ley de Tennessee que persigue prohibir los espectáculos de drags. “Las cosas se están poniendo muy feas en este país”, explica Kaplan para justificar esa decisión. “Tengo 66 años, no digo que sean peores que cuando era joven. Pero al menos teníamos la sensación de que iban a mejorar. No me pasa eso ahora… me resulta complicado ser optimista cuando veo, por ejemplo, las noticias sobre [el juicio por difamación entre ] Fox News y Dominion. Esa gente sabía que estaba mintiendo. No creían esas tonterías, pero aún así las decían en antena. No sé si encuentro más deprimente eso, o el hecho de que la gente no se escandalice al enterarse”.

El cantante del grupo Yo la tengo, Ira Kaplan, durante su actuación en la primera noche del Mad Cool, el 12 de julio de 2018.
El cantante del grupo Yo la tengo, Ira Kaplan, durante su actuación en la primera noche del Mad Cool, el 12 de julio de 2018.Victor Lerena (EFE)

El guitarrista relató después una visita con Hubley a la biblioteca presidencial Lyndon Johnson, en Austin, donde le vino a la cabeza “la idea del bien y del mal”. “Más allá de los tremendos errores que cometió y de los feos compromisos políticos que adquirió, Johnson estaba tratando de mejorar el mundo. Creo que Richard Nixon también lo intentó. Me temo que [el presentador ultra, ex de Fox News] Tucker Carlson no está tratando de mejorar el mundo”.

Esa reflexión pareció retomarla el guitarrista cuando, a los pocos días, paró en su concierto de Washington a mitad de una de sus canciones más juguetonas, Periodically Double or Triple, protagonizada por un cretino, y dijo: “En estos tiempos, en los que tanta gente dice cualquier cosa estúpida en la que no creen para llamar la atención, os pedimos que no nos metáis en ese saco por cantar esta letra”.

Yo La Tengo actúan el 29 de abril en Barcelona (sala Apolo), el 30, en Murcia (Festival Warm Up Estrella de Levante), el 2 de mayo en Madrid (Warner Music Station Príncipe Pío) y el 3 en Bilbao (Santana 27).

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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