Falla y Lorca retoman su amistad en Washington para derribar estereotipos sobre España
Una obra de teatro sobre la relación del compositor y el poeta y una recreación a cargo del director Ángel Gil-Ordóñez de ‘El retablo de Maese Pedro’ conmemoran en la capital estadounidense el centenario de la pieza musical inspirada en ‘El Quijote’
Manuel de Falla y Federico García Lorca, Broadway y Hollywood, y el cante jondo y la música clásica se citaron este miércoles en Washington para conmemorar el centenario de la quijotesca ópera para marionetas El retablo de Maese Pedro, de Falla. Sucedió en una de las salas del Kennedy Center, en un encuentro de las artes auspiciado por Angel Gil-Ordóñez, director de orquesta español afincado en la ciudad.
Fue un tributo doble. Como en un díptico, titulado Entwined, se entrelazaron las dos partes de una misma historia. Abrió una obra de teatro con acompañamiento de cámara y cuadro flamenco, creada ex profeso, que recuerda la amistad entre el compositor y el poeta. Tras el intermedio, llegó la versión a cargo del PostClassical Ensemble, formación fundada hace dos décadas por Gil-Ordóñez en la capital estadounidense, de la pieza que Falla imaginó en el París de entreguerras a partir del Quijote y por encargo de la Princesa de Polignac. Esta vez, los dibujos en movimiento sustituyeron a los títeres.
El mismo espíritu didáctico que guió al músico en la fundación de su Ensemble, que se nutre de intérpretes de las orquestas de la zona, de la National Symphony de Washington a la de Baltimore, y de la de Annapolis a la de la Ópera del Kennedy Center, lo empujó a buscar la manera de ensanchar los horizontes del público estadounidense. También los de sus músicos: casi todos, como reconoció el concertino, Netanel Draiblate, se estrenaban con una pieza cuya duración (unos 30 minutos), junto al engorro de las marionetas y la dificultad de las partes cantadas por el personaje de Trujamán, el niño, la han mantenido en buena medida alejada del repertorio.
“Si Falla hubiese sido francés, habría sido tan venerado como Ravel”, había sentenciado Gil-Ordóñez el día anterior al estreno durante un paseo por el campus de la Universidad de Georgetown, espléndido en primavera. “El retablo es la obra que mete a España en el modernismo, como había hecho Las señoritas de Aviñón [de Picasso] en 1907 con la pintura”.
En Georgetown, dirige la orquesta estudiantil y celebra los ensayos del Ensemble en un coqueto auditorio. Allí también conoció al reputado dramaturgo y director teatral Derek Goldman, compañero de claustro, que se sumó al proyecto hace tres meses. Goldman es autor del texto que abrió el programa doble, Entwined: Love’s Magicians, título que juega con la traducción al inglés de El amor brujo, tal vez la pieza del compositor español más conocida internacionalmente.
Los magos son, claro, Falla y Lorca, interpretados respectivamente por (de ahí lo de Hollywood y Broadway) los actores David Strathairn, al que tal vez recuerde de la película Buenas noches, y buena suerte, con la que se quedó en 2006 a las puertas de un Oscar, y Robin de Jesús, artista de musicales de origen puertorriqueño que se dio a conocer en 1996 con el célebre montaje neoyorquino de Rent.
En uno de los camerinos del teatro, De Jesús explicó el miércoles a EL PAÍS que fue en los ensayos de aquella exitosa obra en la que, con 21 años, descubrió a Lorca. “Estaba rodeado de gente mayor, y me quería poner a su altura. Así que fui a una librería en busca de una lectura que me resultara digna de adultos y me encontré con sus versos. Para mí, como gay latino, ha sido una gran influencia. Una de las líneas de Entwined dice que es nuestra obligación venir al teatro a destruirlo. Estoy de acuerdo: siempre me ha tocado meter los codos, abrirme paso en el sitios en los que no había lugar para mí. Esa es, en mi opinión, la gran herencia de Lorca”.
Maestro y discípulo
Ambos actores se introducen en la piel de los personajes, pero también hacen de narradores de la improbable amistad, con Granada al fondo, entre el venerable compositor católico y el joven homosexual, dos artistas separados por 22 años. Strathairn y De Jesús repasan los episodios de las dos vidas cruzadas: la relación maestro-discípulo, la organización conjunta del Concurso de Cante Jondo de 1922, el asesinato del escritor al principio de la Guerra Civil o el exilio del compositor y su muerte en Argentina en 1946. También recitan y traducen los poemas que salpican el texto: los versos de, entre otros, Los cien enamorados, el Poema de la siguiriya, Nueva York (oficina y denuncia) y Gacela del niño muerto ponen los pelos de punta en español y en inglés.
Desde la esquina derecha, Gil-Ordóñez interpreta al frente de una versión reducida del Ensemble fragmentos de El amor brujo y del homenaje a Lorca de Silvestre Revueltas, a quien el director de orquesta español dedicó uno de sus proyectos. En el centro, Ismael Fernández y Sonia Olla, cantaor y bailaora en Nueva York, se arrancan con el acompañamiento de una guitarra y de un yunque por seguiriyas, una zambra de Manolo Caracol o soleares por bulerías. Y desde el otro lado, el artista sirio Kevork Mourad proyecta dibujos, sombríos a la manera de las Pinturas negras de Goya o de los telones teatrales de William Kentridge, mientras los va retocando en directo.
Al reclutarlo para el proyecto, Gil-Ordóñez hizo de la necesidad virtud: en su retablo, los amantes católicos, Don Gayferos y Melisendra, y los títeres moros no son las legendarias marionetas de madera de Hermenegildo Lanz (expuestos desde esta semana con motivo del centenario en el Centro García Lorca, de Granada), sino garabatos de Mourad sobre la pantalla. “Eso le da al conjunto un aire más moderno, que era lo que buscábamos”, explicó el director de orquesta.
En su libreto, Goldman, que también es profesor en Georgetown, parte de poemas, cartas y escritos de Lorca y Falla y rellena los huecos con textos de cosecha propia. Para escribir la pieza, relató el jueves por teléfono, viajó a Granada y visitó el Archivo de Manuel de Falla, que ha colaborado en el proyecto. Para él, dijo, fue como saldar una cuenta pendiente. “Me enamoré de Lorca hace más de tres décadas. Eran los años de la epidemia del sida y muchos de nosotros estábamos sufriendo dolorosas pérdidas; su dramaturgia me llegó muy hondo”, contó Goldman, que a los 22, una “edad muy impresionable”, se enfrentó al reto de montar en Chicago la experimental El público, “con su reflexiones, tan lorquianas, sobre el teatro, la máscara, el disfraz y la sexualidad”.
Aquello fue al principio de una carrera cuyo último éxito ha llegado con el monólogo Remember This: The Lesson of Jan Karski, escrito a partir de las memorias del héroe de la resistencia polaca (y más tarde profesor de Georgetown) que trató de alertar al mundo del Holocausto mientras se estaba produciendo. Strathairn interpretó a Karski sobre las tablas y en su versión cinematográfica posterior, y el miércoles estableció durante una entrevista en una sala de ensayo del Kennedy Center un paralelismo entre este y Falla, “dos personajes atravesados por el siglo XX, que compartieron el mismo trágico paisaje histórico”.
Strathairn reconoció que, antes de meterse en la piel del compositor español, conocía de él lo que muchos estadounidenses de su edad: la versión que ofreció el trompetista de jazz Miles Davis en su clásico Sketches of Spain (1960). En sus memorias, Davis cuenta una anécdota con el aroma de lo apócrifo según la cual cierto torero retirado le dijo que al escuchar esa música no pudo evitar correr a coger los trastos de nuevo. A moldear esa idea típica de España que encierra el recuerdo del trompetista había contribuido Falla, advirtió Gil-Ordóñez, con su obra anterior. “Pero con El retablo, todo cambia”.
En una conferencia dictada la semana pasada en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, Elena Torres, profesora titular de Musicología de la Complutense, recordó que la princesa de Polignac, poderosa mecenas, perseguía con el encargo que desembocó en El retablo que Falla repitiera sus pasados éxitos con una pieza “de aire alhambrista al estilo de Noches en los jardines de España”. Pero este andaba en busca de otra cosa, y la encontró en el capítulo 26 de la segunda parte del Quijote, en el que el caballero (que en Washington interpretó el tenor madrileño Israel Lozano) asiste a una representación de títeres.
Con esa vanguardista pieza de teatro dentro del teatro, “Falla decidió alejarse diametralmente”, arguyó Torres, “de lo que le había dado fama”. “No hay fiestas gitanas, no hay evocaciones de guitarra, no hay escenas costumbristas. En su lugar, se embarca en la búsqueda de un nuevo lenguaje sonoro, un universo por descubrir, una obra en la que mezcla la tradición con la vanguardia, lo culto con lo popular. Y en la que nos plantea una mirada a la historia”. Esa vuelta al pasado conecta al compositor español, según Torres, con los neoclasicismos del período de entreguerras cultivados por autores como Stravinski o Béla Bartók.
Ese afán surtió su efecto. En las notas que acompañan al espectáculo de Washington, el escritor Antonio Muñoz Molina emparenta a ese Falla con Picasso y el Nobel de Santiago Ramón y Cajal de dos décadas antes. “El ejemplo de esos renovadores de la cultura española se mantiene como una fuente de inspiración para nosotros. Incluso nos infunde la energía para combatir los estereotipos de nuestro país que persisten hasta el día de hoy”, escribe Muñoz Molina en un texto cuyo título (Una España diferente) parece jugar con el viejo eslogan turístico franquista (”Spain is different”).
Mucho ha cambiado la diplomacia cultural desde entonces. La representación del miércoles era el acto central de la semana Spain in DC, una iniciativa de la Embajada en Washington para celebrar el centenario del retablo que además ha contado con el montaje de sendas obras del director del Centro Dramático Nacional, Alfredo Sanzol, una charla de la escritora Irene Vallejo o una muestra de fotografías de Lorca y Falla provenientes del archivo de imágenes la agencia Efe. Se expondrán desde el lunes en el centro cultural de España en la ciudad que ha reunido a los dos amigos tanto tiempo después.
Babelia
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