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Semana Santa
Tribuna
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El grito de Jesús en la cruz que nunca ha sido descifrado: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”

Los teólogos todavía discuten sobre uno de los momentos más significativos e intrigantes de los Evangelios. Los textos sagrados del cristianismo ofrecen versiones diferentes

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Recreación de la crucifixión de Jesús en Ciudad de México, el 15 de abril de 2022.HENRY ROMERO (REUTERS)
Juan Arias

Los estudios bíblicos siguen sin conseguir descifrar las páginas de los Evangelios que narran la crucifixión de Jesús, el personaje central del cristianismo. Cada año la Semana Santa plantea una serie de preguntas, todavía sin respuesta. Sabemos que la narración de la crucifixión y muerte de Jesús, así como su resurrección, son el centro de atención de los cuatro Evangelios que la Iglesia ha aceptado como auténticos para distinguirlos de los apócrifos. Pero ninguna otra narración evangélica presenta tantas divergencias y contradicciones como la de la condena y muerte del profeta judío.

Ello revela que el tema fue muy polémico ya entre las primeras comunidades cristianas. De ahí la polémica, que se prolonga hasta hoy, de si fueron los romanos o los judíos quienes mataron al profeta Jesús. Y hay hasta quien culpa a la Iglesia Católica de haber reforzado la barbarie del nazismo y del Holocausto al alimentar rencores inútiles entre dos religiones que nacen de la misma cepa bíblica. Hasta la llegada del papa ecuménico Juan XXIII, la Iglesia Católica rezaba en los ritos de la Semana Santa “por los pérfidos judíos”, que habrían sido los culpables de la muerte de Jesús.

Cada año el cristianismo celebra la muerte y resurrección de Jesús, sin duda el personaje que más resonancia ha tenido en el mundo occidental, que ha condicionado desde la religión hasta la cultura y las costumbres. Sobre pocos personajes se han escrito tantos libros eruditos, que ya superan el millón. Y, a pesar de ello, los teólogos siguen sin descifrar totalmente las narraciones de la última semana de vida del profeta que revolucionó el judaísmo.

Y entre todas las preguntas sin respuesta tenemos el grito desgarrador pronunciado por Jesús en la cruz con el que se queja a Dios de haberle abandonado a su suerte. El grito que narra el Evangelio de Mateo: “Hacia las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerte voz: “¡Elí, Elí!, ¿lemá sabactani?”, que en arameo significa: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”.

Si es verdad que la Semana Santa culmina con la gloria y la esperanza de la resurrección de Jesús, que la teología moderna interpreta como más simbólica que real, el grito de desesperación e incredulidad de Jesús, que se siente abandonado por Dios, supone un momento culminante de aquel drama que sigue resonando dos mil años después. El grito de abandono pone en tela de juicio que Jesús se viera a sí mismo como Dios, lo que hace resucitar cada año la pregunta que asusta a la Iglesia de que Jesús se sentía no como un dios sino, como él mismo decía, un “hijo del hombre” que en arameo, su lengua, significa que era un humano como todos.

Lo que Jesús refleja con su grito de desesperación y abandono por parte de Dios en la hora de su muerte, mientras los presentes se burlaban de él, es que se veía como un judío fervoroso, conocedor de las Escrituras y de la historia de su pueblo. Esto queda en evidencia cuando se confronta su desgarro vital en la cruz con el Salmo 22 de la Biblia, un texto que reza: “A pesar de mis gritos no acudes a salvarme”. Y añade: “Dios mío, de día te llamo y tú no me respondes, de noche y tú no me haces caso”.

La recitación del salmo bíblico en boca de Jesús, en el momento de su agonía, es la mejor prueba de que él murió no solo como un héroe o un Dios, sino como alguien a quien hasta Dios, su padre, parecía haber abandonado.

No cabe duda que el domingo de Pascua o de Resurrección ha sido siempre visto como el momento cumbre y glorioso de Cristo que intenta olvidar su grito de angustia y desesperación del viernes de pasión. Responde al ansia humana de rescate del dolor y de la muerte. Y, sin embargo, la imagen plástica que ofrecen los Evangelios de un Jesús que no se siente un héroe o un Dios en la cruz, sino un abandonado por todos a su suerte, de algún modo lo acerca más a nuestra realidad y fragilidad humana.

Vivimos justamente en un momento de incertidumbres sobre nuestro futuro y hasta de nuestro presente, marcado por el grito de guerras y amenazas de destrucción total, de miedos tecnológicos que ponen en duda nuestra misma inteligencia como Homo sapiens, con millones de humanos abandonados a su suerte.

Vivimos un momento de enigmas imposibles de descifrar y hasta de puesta en duda de nuestra identidad como seres humanos. En medio a ese torbellino de incógnitas, dudas y zozobras, de angustia por lo que les puede esperar a nuestros hijos en un mundo en convulsión, el Viernes Santo, cuando muere el justo crucificado, se presenta mucho más cercano a nosotros, más que la propia resurrección.

A mis 90 años cumplidos, sigo estando convencido de que, a pesar de nuestros miedos y gritos de desesperación ante un futuro que nos espanta con sus cambios de paradigmas, seguimos viviendo mejor que nuestros antepasados y con mayor esperanza potencial en que un mundo nuevo y más justo, menos desigual, pueda llegar justamente de manos de lo que hoy nos espanta por su rabiosa novedad.

Entiendo, sin embargo, que ante las convulsiones de todo tipo de zozobras a las que nos arrastra el mundo nuevo e incierto que nos acecha, los creyentes se sientan hoy más cerca del grito desesperado, de los sentimientos de angustia y de abandono de Cristo en la cruz que al mito de la resurrección.

Sí, el grito de dolor y abandono de Cristo en la cruz sigue siendo triste y rabiosamente real para los millones de seres humanos, a los que la ambición de unos pocos condena a muerte y dejan la vida preguntándose por qué Dios, el que sea, les ha abandonado a su suerte.

Así y todo, feliz Pascua de Resurrección para todos los lectores creyentes o no, ya que somos todos hermanos, buscadores de sosiegos y de felicidad y no de las guerras y de las amenazas de nuevos holocaustos que hacen pensar que los dioses, los que sean, nos han abandonado a nuestra suerte.

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