Las nuevas ‘locas del desván’: viaje a la paranoia de la casada desquiciada
Libros, series y películas actualizan el arquetipo enajenado de ‘Jane Eyre’ para cargar contra el desequilibrio de poder y las frustraciones del matrimonio
Copenhague, 1968: una escritora que prefiere pensar que las infidelidades de su marido “son una provocación, como cuando los niños salpican con la papilla”, cae en el abismo y encierro médico atormentada por las caras y voces de los demás. Boston, 1892: una mujer diagnosticada de depresión nerviosa “con una leve tendencia a la histeria” es confinada por su marido en una habitación y acabará enloqueciendo por el papel amarillo desconchado de las paredes de ese cuarto. Toscana italiana, 1561: a sus 16 años, la perspicaz Lucrecia de Médici vive en un delirante estado de terror, convencida de que su recién estrenado marido quiere asesinarla en la fortaleza agreste y solitaria en la que le obliga a vivir.
Existe un hilo invisible que une estas tramas. Pertenecen a Las caras, de Tove Ditlevsen (que traduce ahora de forma inédita Seix Barral); El papel pintado amarillo, de Charlotte Perkins Gilman (que acaba de reeditar Alpha Decay), y El retrato de casada, de Maggie O’Farrell (en librerías desde el 13 de marzo con Libros del Asteroide). Todas sus protagonistas, mujeres casadas aparentemente felices a los ojos de los demás, se funden en una paranoia que cristaliza las opresiones de su matrimonio. Ese estado de enajenación que ha suspendido el juicio de estas heroínas será el umbral narrativo en el que sus autoras se apoyarán para cargar sin contemplaciones contra los desequilibrios de poder de esta institución familiar.
Como Bertha Mason, aquel personaje maldito aislado en una casa del que se valió Charlotte Brontë en Jane Eyre, se podría decir que estas mujeres de ficción actualizan el arquetipo de la loca del desván. Una nueva vuelta de tuerca al concepto con el que sentaron cátedra las académicas Sandra Gilbert y Susan Gubar en los 70 en su conocido ensayo sobre las posibilidades de la imaginación femenina en la literatura del siglo XIX.
Un arquetipo que explorarían las ficciones de Jane Austen, las Brontë y Mary Shelley o la poesía de Emily Dickinson, donde la desquiciada tenía el objetivo de exponer la dualidad y lucha entre la esposa angelical y la loca, aquella que se mostraba escéptica con su condición. A esta figura también recurrirían Jean Rhys en Ancho mar de los sargazos (1966, que se leyó como una precuela de Jane Eyre) o Janet Frame con Un ángel en mi mesa (1984): ficciones donde las histéricas acababan arrinconadas, cuestionándose los desequilibrios de poder en el matrimonio y la familia.
Casadas que no están a salvo
En Las caras, la novela que Ditlevsen publicó casi simultáneamente a su trilogía de Copenhague unos pocos años antes de suicidarse, Lise Mundus es una escritora de libros infantiles que acaba de hacerse famosa por un premio, enfrentándose a un episodio de enajenación que la atará a una cama de un hospital. Siente que la fama le ha apartado “con una fuerza brutal el velo que la había mantenido a la realidad”, escucha voces y vive atormentada por las caras de los demás. Mientras los periódicos la acosan para que escriba sobre “si la minifalda va a acabar con el matrimonio”, cree que su esposo, Gert, está teniendo una aventura con su trabajadora doméstica, Gitte. Y que lo está haciendo después de que Grete, la antigua amante de él, se quitase la vida. Así que está convencida de que Gitte le está proporcionando pastillas para dormir e invitarla, también, a su propio suicidio.
Si en Las caras Lise suele abandonarse en su habitación matrimonial porque le aporta “la frágil seguridad que proporciona la ausencia de cambios”, en El retrato de casada, primera novela de Maggie O’Farrell tras el éxito de Hamnet, la audaz protagonista teme abrazar a su marido o quedarse a solas con él porque está convencida de que quiere matarla. No entiende por qué el hijo del duque de Ferrara con el que se iba a casar su hermana mayor hasta que falleció repentinamente en los preparativos del convite, el mismo que es 12 años mayor que ella y con el que la ha desposado por obligación su padre, se ha empeñado en aislarla en una fortaleza “para descansar y cambiar de aires”.
No sorprende que O’Farrell se haya refugiado en esa trama. La escritora irlandesa firma la introducción de la nueva edición de El papel pintado amarillo, el cuento que la pionera feminista Charlotte Perkins Gilman publicó en 1892 en venganza contra el médico que la postró en una cama prohibiéndole escribir por su depresión posparto, protagonizado por una mujer joven sin nombre que pasa un verano en una mansión en el campo y enloquece confinada por su marido en una habitación. “Durante siglos los escritores han estado utilizando el tropo de la mujer loca, normalmente de forma secundaria”, escribe O’Farrell en su introducción. “Lo que hace El papel pintado amarillo es dotar a la mujer loca de lápiz y papel y, en definitiva, de una voz propia [...] Lo único que podemos hacer es escuchar”, sentencia, anticipando, posiblemente, parte de lo que se ha propuesto con su nueva novela.
Preocúpate, querida
Dice la académica y crítica literaria Phyllis Rose que el matrimonio “es un asunto político tan importante que debería tomarse tan en serio como debatir acerca de las elecciones nacionales”. Así lo establece en Vidas paralelas (Gatopardo), un jugoso ensayo sobre cómo “el ser humano tiende a recurrir al amor siempre que desea camuflar aquellas transacciones que implican poder” y en el que investiga cinco famosos casamientos victorianos. Desde el de John Stuart Mill, defensor de la igualdad, al de John Ruskin con Effie Gray, a la que sacó de sus casillas y dejó virgen hasta que pidió el divorcio previo análisis médico por si el cuerpo de la mujer sufría algún desajuste que le provocase ese rechazo carnal (no lo había).
“Cada matrimonio es una ficción subjetiva, con dos puntos de vista que a menudo se encuentran en conflicto, y que, a veces, fortuitamente, funcionan al unísono”, escribe Rose en su prólogo. Curiosamente, esa teoría está en plena sintonía con la que establece Fleishman está en apuros, la serie que adapta la novela de la periodista Taffy Brodesser-Akner (traducida por Umbriel en 2021), disponible desde mediados de marzo en Disney+. Si inicialmente la trama parece centrada en empatizar con la vida de un buen médico y mejor samaritano, el recién separado Toby (Jesse Eisenberg), todo cambiará al llegar al capítulo en que descubre el punto de vista de la exmujer, Rachel (Claire Danes).
Como ya pasó con los elogios que acaparó Florence Pugh por su papel en la distopía contra el movimiento reaccionario que clama por el retorno del ama de casa tradicional de la película No te preocupes, querida, Claire Danes ya debe ir ensayando su(s) discurso(s) de cara a la temporada de premios. La crítica anda rendida con el nuevo trabajo de la que fuese protagonista de Homeland y hasta se han escrito polémicas tribunas obsesionadas con su personaje por la conexión que han sentido las privilegiadas de Nueva York con su cruda interpretación de una mujer obsesa por el estatus que desaparece sin dejar rastro. Porque en Fleishman está en apuros lo que se antojaba como una desconexión y abandono materno egoísta, en realidad resulta ser un retrato a cómo la autoexigencia femenina puede derivar en psicosis o una severa crisis de ansiedad. Una tan aguda que la hará alucinar y aislarse en su pisazo del Upper East Side.
La crisis de Rachel está narrada a través de otra desquiciada, aunque funcional a los ojos de los demás, Libby. Íntima de Toby e interpretada por Lizzy Caplan, la voz que narra la serie es una periodista de revista masculina que ha tirado la toalla ante la falta de reconocimiento. Una mujer resignada y atrapada en los suburbios de Nueva Jersey que añora la efervescencia de Manhattan y que ha abandonado su trabajo para centrarse en su faceta como esposa y madre. No es ningún spoiler aventurar que la jugada no le está saliendo bien. Aunque, como dice en un capítulo, sea la opción más fácil: “Ahora que me he quedado en casa, eso puedo decirlo en alto. Pero como ya no trabajo, nadie me está escuchando”.
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