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Jorge Edwards
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Persona muy Grata

Edwards era de estilográfica antigua y altos vuelos, heredero del encanto que explica que no pocos chilenos son como ingleses del Cono Sur

Jorge Edwards, en su casa de Santiago.
Jorge Edwards, en su casa de Santiago.SEBASTIÁN UTRERAS

La grata persona de Jorge Edwards con la elegante discreción de morir en un sueño, durante una siesta de media tarde que es casi siempre como morir al pardear para el día para resucitar en la conversación nocturna o navegar las lecturas de madrugada. La grata persona de Edwards se ha ido como eco o murmullo de la musical manera con la hablaba, acariciando sílabas y entonando consonancias donde el chileno parece clonar paisajes tan íntimos de monumentales y pasajes históricos tan gloriosos como sus dolores.

Lo vi entre estanterías de una vetusta librería, tomando ejemplares de aquí y de allá como quien recorre el bosque de su propia memoria. Hablaba con la mirada y sugería evocaciones de cada uno de los autores inmortales que pasaban por su manos, las novelas ejemplares, los cuentos sin tiempo y todo ese rato parecía una maestría académica en improvisada universidad. La elegante figura que salió de la librería como quien parte plaza, con su bastón trazando el hilo de los tiempos sobre arena impalpable, debe quedar como la imagen de esta misma tarde: el escritor diplomático que se aleja de tanto ruido para entregar sus cartas credenciales ante la Eternidad.

Jorge Edwards no merece quedar signado por su libro Persona non grata, aunque esas páginas premonitorias consignan el desencanto que se volvió contagio ante los abusos y contradicciones de la Revolución Cubana, propensa desde entonces a la majadería de cancelar voluntades, encarcelar ideas e ideales, censurar conciencias… hoy que se va resulta irónicamente ilustrativa la necia sobreviviencia de totalitarismos de pacotilla ya en la isla o en la estrecha Nicaragua; peor aún, hoy que se va Jorge Edwards —declarado no grato por la ingratitud de la cerrazón— persiste el pueril y descarado adoctrinamiento falaz. Y Edwards no merece que su memoria sólo quede ejemplar por ese libro donde narra su desventura diplomática en la isla verde olivo porque su obra literaria es aún más ancha y grande: autor de por lo menos dos libros entrañables donde plasmó su estrecha relación con el Poeta Pablo Neruda, no sin negar diferencias nodales con la militancia obnubilada del estalinista de Isla Negra y tiene además cuentos con lo que abrió brecha desde el principio de sus tintas y otras no pocas novelas donde destiló el alto oficio de enaltecer el lenguaje con la ponderad prosa, puntuación y pausa de un caballero andante. Edwards era de estilográfica antigua y altos vuelos, heredero del encanto que explica que no pocos chilenos son como ingleses del Cono Sur y al mismo tiempo, aunque alejado del paisaje ruralista o de tramas típicas, se interiorizaba en el alma de sus personajes en diálogos silentes, situaciones nodales de dolor o goce universal.

Lo veo alejarse con todo el altero de libros que ha pergeñado entre todos los estantes de su memoria para releer y releerse ya para siempre. Se queda un ligero brillo que iluminaba su mirada y esa discretísima sonrisa de sarcasmo y sabiduría que suelen proyectar los arcángeles más gratos desde la cúpula. Cabalga ya de noche un Premio Cervantes al encuentro de sus pares y del hombre de la triste figura que da nombre a ese máximo galardón de nuestra lengua común, afilada y tipluda estela de palabras con las que contribuyó a ensanchar la imaginación y conservar la memoria de todos los que hablamos y leemos con la letra Eñe… y ante su gratísima sombra no queda más que escribir sincera gratitud.

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