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Los mundos fingidos de Escher se asoman al arte contemporáneo en Países Bajos

Dos muestras en las que creadores actuales dialogan con el artista gráfico holandés marcan el 125 aniversario de su nacimiento

La instalación 'Infinity', del dúo de artistas Gijs Van Vaerenbergh, convive con obras de Escher en el Kunstmuseum.
La instalación 'Infinity', del dúo de artistas Gijs Van Vaerenbergh, convive con obras de Escher en el Kunstmuseum.Johnny Umans HR
Isabel Ferrer

Unas abejas se convierten en peces y, luego, en pájaros que acaban formando una ciudad. Unida esta a una torre por un puente, el agua se transforma en un tablero y la atalaya muta en una ficha de ajedrez. Es Metamorfosis II, un grabado en madera realizado en 1940 por el artista gráfico holandés M. C. Escher (1898-1972). Sus mundos imposibles, plasmados con tal precisión que parecen lógicos, arropan el 125 aniversario de su nacimiento en torno a dos exposiciones simultáneas en Países Bajos. Abiertas en la ciudad de La Haya, recorren sus paisajes reales sobre papel, la geometría de sus patrones inventados y sus mosaicos de animales y humanos. La fama de Escher corre hoy pareja a la de grandes compatriotas como Rembrandt, Vermeer, Van Gogh y Mondrian. Sin embargo, la impresión causada por sus creaciones en el espectador sigue siendo difícil de catalogar.

El año dedicado a Maurits Cornelis Escher se abre en el Kunstmuseum, que posee la mayor colección del mundo de la obra del artista. La muestra está distribuida en torno al día y la noche, un contraste que atraía al artista, y se titula Escher, otro mundo. Para el visitante, se trata de los reinos animal y vegetal, múltiples juegos de espejos y una arquitectura quimérica que confunde hasta arrancar una sonrisa al espectador. Ocurre con piezas famosas, como Cascada, una litografía fechada en 1961. Se basa en el triángulo de Penrose, creado en 1934 por el artista sueco Oscar Reutersvärd y popularizado en 1958 por el físico británico Roger Penrose. Es una figura geométrica bidimensional que representa un triángulo que no puede lograrse en tres dimensiones. Supuso el reto ideal para abordar los ángulos y la perspectiva, y el holandés dibuja un edificio con un molino de agua que discurre por un acueducto. ¿Todo en orden? En realidad, no: el líquido fluye de abajo a arriba. “Es un trampantojo, lo mismo ocurre con sus escaleras hacia ninguna parte, que arrastran hacia su universo particular”, señala Judith Kadee, conservadora de la muestra. “Escher no encaja en las categorías al uso. En cierto modo, es un movimiento artístico en sí mismo”, sugiere.

Bosque de arcos blancos realizado por Gijs Van Vaerenbergh que evocan los de la mezquita-catedral de Córdoba, rodeado de obras de Escher.
Bosque de arcos blancos realizado por Gijs Van Vaerenbergh que evocan los de la mezquita-catedral de Córdoba, rodeado de obras de Escher.Johnny Umans HR

La experta ha aprovechado la luz natural del museo para colgar las obras de la primera etapa. Ahí, en la zona destinada al día, están las vistas de perspectivas vertiginosas, unas iglesias imponentes y varias callejuelas recónditas. En el ala reservada a la noche, las paredes son negras y la luz, artificial. En ambos espacios, conviven 14 instalaciones grandes y pequeñas del dúo de arquitectos y artistas belgas Gijs Van Vaerenbergh. El museo quería que entablasen un diálogo con el homenajeado, y el resultado es arrollador. En una sala, han plantado un bosque de arcos blancos en tres dimensiones que evocan los de la mezquita-catedral de Córdoba, visitada por el artista en 1936. En otra, unos espejos cóncavos y convexos reflejan la querencia de Escher por la imagen así deformada. En el suelo de una más, un nudo de acero dorado, de 800 kilos y 40 metros, simboliza la eternidad, tema vertebral de su obra, junto con el infinito. Unas escaleras truncadas, diseñadas asimismo por los socios belgas, forran, diáfanas, aun otra.

Escher era hijo de un ingeniero y tuvo la suerte de que su familia siempre le apoyó. No aprobó los exámenes de secundaria, pero sobresalía en dibujo, y en 1920 pudo matricularse en la Escuela de Arquitectura y Artes Decorativas de Haarlem. Una semana después del inicio del curso, y animado por Samuel Jessurun de Mesquita, su profesor de artes gráficas, se centró en la xilografía y el dibujo. Una vez completados sus estudios, viajó durante largo tiempo en busca de inspiración. Entre 1925 y 1935 vivió en Roma con su esposa, Jetta Umiker, con la que tuvo tres hijos. Se marcharon por culpa del fascismo y recalaron en Suiza y Bélgica antes de volver a Países Bajos. En 1922 había visitado España y regresó en junio de 1936. “Se maravilló con los ornamentos de la Alhambra de Granada y la arquitectura de la mezquita-catedral de Córdoba. Con el tiempo, su famoso teselado [patrones de motivos idénticos sin fisuras y que no se solapan] se llenó de figuras humanas y animales”, sigue explicando Kadee.

A su regreso a Países Bajos, Escher cambió los paisajes naturales por los imaginarios y pasó largas horas ideando otros mundos. En los años cincuenta consiguió dos de sus obras más conocidas: Relatividad (1953) y Belvedere (1958). En la primera litografía, las escaleras que presenta son factibles en la vida real, pero los personajes habitan leyes gravitatorias distintas. En la segunda, un edificio de tres plantas sostenido por pilares mezcla imágenes que tienen sentido por separado, pero no juntas. Un poco antes de ambos trabajos, en 1950, había expuesto en Amberes (Bélgica) junto con otros nueve colegas. Deslumbrado, el diseñador gráfico belga Mark Severin le dedicó un artículo en una publicación inglesa de bellas artes llamada The Studio. En 1951, ese texto dio pie a que las revistas estadounidenses Time y Life consagraran sendos reportajes a su trabajo. Escher, que era apreciado en su tierra, fue lanzado a la fama.

La obra 'Relatividad' (1953), de M. C. Escher.
La obra 'Relatividad' (1953), de M. C. Escher.

La otra exposición del aniversario se ubica en Escher in Het Paleis, un antiguo palacio de 1764 usado en invierno por la reina Emma, tatarabuela del actual rey, Guillermo. Tiene una colección permanente de unas 120 obras del artista, salidas del Kunstmuseum, y titula su propuesta El hombre que descubrió a Escher: Samuel Jessurum de Mesquita. Su estilo lleno de fuerza, que reducía las imágenes de personas y animales a lo esencial, brilla junto a su destacado alumno. De origen judío sefardita, De Mesquita murió con su esposa e hijo en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Los nazis se los llevaron el 31 de enero de 1944. Escher, que no había perdido el contacto, fue a su casa el 28 de febrero. La habían saqueado, pero pudo salvar gran parte de la obra del maestro. La artista contemporánea que les acompaña es la española Susanna Inglada, que ha esparcido manos de gran tamaño por los salones del palacio. Son un símbolo de fortaleza y de unión.

Escher dejó 448 litografías, grabados en madera y xilografías, y más de 2.000 dibujos y bocetos. Aunque tenía ya 70 años cuando se organizó la primera retrospectiva de su obra en Países Bajos, protagonizó en vida 319 exposiciones. Con el tiempo, la cultura popular lo ha hecho suyo y hay ecos de sus ilusiones ópticas hasta en los videojuegos. La muestra del Kunstmuseum estará abierta hasta el próximo 10 de septiembre. Escher in Het Paleis prolongará la suya hasta el 1 de octubre.

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