‘El visitante’, un retrato introspectivo a las diferencias de clase y al fenómeno evangelista en América Latina
La cuarta película del director boliviano Martín Boulocq, ganadora del premio a Mejor Guion en Tribeca, otorga una mirada sobre cómo funcionan estas instituciones en un contexto sociopolítico a través del reflejo de la búsqueda de un hombre por reconectar con su familia
Enrique Aráoz es cantante lírico de profesión. Su voz es la de un tenor y cuando cantó un solo en una pequeña ópera a la que el director Martín Boulocq asistió, al ver cómo usaba la voz y la expresión corporal, se sintió conmovido profundamente. Ese primer momento fue la semilla, el detonante, para crear un personaje herido que, a través de su voz, exprese sus sentimientos. Aráoz fue la musa para la escritura de un largometraje que se mezcló con las inquietudes del realizador, de querer retratar el tema de las iglesias evangélicas en Bolivia y explorar las relaciones entre padres e hijos. “No quería una película triunfalista, así que le añadí la adicción al alcohol y una doctrina que combata duramente a ese vicio. Me pareció interesante meter el evangelismo anglosajón, que es un fenómeno social muy fuerte hoy en Latinoamérica”, le explica Boulocq a EL PAÍS.
La combinación de estos elementos, un trabajo de cuatro años, dio como resultado en El visitante, el cuarto largometraje del director —que se encuentra disponible en la cartelera de Bolivia desde el 2 de marzo—, en el que mete el bisturí para desentrañar el tema de las iglesias evangélicas en Bolivia y Latinoamérica; y construir un retrato sobre las estructuras de poder, sobre cómo funcionan estas instituciones en un contexto sociopolítico, sus jerarquías, desde una mirada instrospectiva e íntima a través del reflejo de la búsqueda de un hombre por reconectar con su familia.
La sinopsis del filme presenta a Humberto (Aráoz), un cantante de velorios y ex alcohólico que acaba de salir de la cárcel. Su mayor deseo es recuperar el vínculo con su hija Alina (Svet Mena) y ofrecerle una vida digna. Pero los abuelos de la niña, pastores evangélicos adinerados (César Troncoso y Mirella Pascual), no están dispuestos a ceder la custodia de su única nieta. Humberto deberá enfrentarse a sus propios fantasmas y a la poderosa iglesia que alguna vez perteneció.
Para plasmar el guion, Boulocq junto a Rodrigo Hasbún pasaron por un proceso de inmersión e investigación de las iglesias evangélicas, un fenómeno que se ha afianzado y ha avanzado en América Latina hasta tomar distintos lugares de poder. Sin embargo, el director explica que con El visitante no busca cuestionar la fe, si se es creyente o no, sino más bien conocer cómo funciona y qué influencia tiene. El también director de Eugenia admite que entró con muchos prejuicios a ese mundo, pero se encontró con una “realidad dura”.
“Mucha gente que asiste a esas iglesias necesita desesperadamente consuelo, hay mucho dolor ahí, muchas necesidades. Son personas que están dispuestas a someterse a cambio de una promesa y esperanza. Estas iglesias han logrado capitalizar ese sufrimiento. Desde el punto de vista moral, es dificil reprochar su existencia, entonces la pregunta pasa a otro campo, al orden de lo político”, afirma Boulocq.
En ese sentido, siguiendo la estela de sus anteriores trabajos como Lo más bonito y mis mejores años y Los viejos, en El visitante aborda las diferencias de clase sociales, desde situaciones como el abandono, el exilio o la exclusión familiar. Este nuevo filme sigue su propia estela de estos hilos, y plasma lo que conmueve al realizador a la hora de mostrar cómo estas condiciones sociales afectan a los lazos emocionales. “Me interesa mucho retratar los vínculos entre padres e hijos, pero tambien la relación entre lo marginal y la norma, y los contextos en los que se dan esos vínculos. Me inquieta entender cómo las condiciones, sociales, económicas y políticas determinan o no las decisiones más intimas de los personajes. En otras palabras, me interesa retratar esa tensión irresuelta entre lo que se considera determinismo social y el autonomismo”, dice Boulocq.
El Visitante obtuvo el principal galardón en competencia internacional a Mejor Película en el Festival de Cine de Antalya (Turquía), y en el Festival de Cine de Mar del Plata (Argentina) ganó el premio a mejor Realización Técnica y Tratamiento de Temáticas Sociales, además de haber obtenido en su estreno mundial el premio a Mejor Guion en el Festival de Tribeca (EE UU) y en el Festival de Cine de Lima el pasado 2022. Las temáticas que Boulocq aborda en su más reciente filme, a pesar de ser planteadas desde el contexto boliviano —más en concreto de su natal Cochabamba—, han conectado positivamente con diferentes públicos en distintos países para sorpresa del realizador.
“Me gustaría creer en la universalidad del cine, en un extraño poder que tiene para conectar y dialogar entre culturas en cierta igualdad de condiciones. Por supuesto que el cine que ahora reina, que se lo considera el ‘universal’, es todo lo opuesto a eso, intenta imponer sus formas y valores. Me gusta pensar mi cine en relación a la resistencia frente a ese otro cine”, explica el también guionista.
El visitante es uno de los referentes de la cinematografía boliviana actual, junto a coproducciones como El gran movimiento (2021, Kiro Russo) y Utama (2022, Alejandro Loayza Grisi), que en el transcurso de 2021 y 2022 marcaron un año de oro para el cine del país andino, con decenas de festivales e importantes premios, entre las que se incluyen citas de renombre como Sundance, la Mostra de Venecia y La Habana, por mencionar algunas. Las producciones comparten el haber sido beneficiarias de las ayudas económicas gubernamentales por parte del Programa de Intervenciones Urbanas (PIU), promovido por el ministerio de Planificación para el Desarrollo en 2019, una (sino la única vez) que el cine de Bolivia ha tenido apoyo estatal.
Ante la carencia de este impulso económico, Boulocq, a lo largo de su carrera, ha sido siempre un defensor de lo que denomina como cine de guerrilla, por las condiciones de producción, pero sobre todo, matiza, por su espíritu combativo frente al cine comercial, sus formas, ideología y mirada colonial. “El espíritu no cambia por tener un poco más de recursos y poder pagar a tus colaboradores, sigo filmando igual. El PIU fue un fondo único que desapareció. Estamos en un momento importante para el cine boliviano, necesitamos ese impulso con políticas públicas. No pretendemos imitar a Hollywood, queremos contar nuestras historias a nuestra manera”, finaliza.
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