Muere a los 69 años Agustí Villaronga, director de ‘Pa negre’, un creador singular en el cine español
El cineasta mallorquín, que ha fallecido víctima de un cáncer en Barcelona, supo mezclar humanidad y oscuridad en títulos como ‘Tras el cristal’, ‘Incierta gloria’, ‘El vientre del mar’ o ‘Aro Tolbukhin’. Fue Premio Nacional de Cine y ganó tres premios Goya
El cineasta mallorquín Agustí Villaronga, director de Pa negre (2010), ha muerto en la madrugada de este domingo a los 69 años en Barcelona, tras una semana en cuidados paliativos. El cáncer, contra el que ha luchado sus dos últimos años de vida, ha acabado con un cineasta absolutamente singular, nacido fuera de tendencias dominantes en España, a contracorriente, a lo que además se le sumaba su profunda humanidad. Su mundo interior, a veces turbulento, a veces oscuro, siempre incandescente, encontró reflejo en la pantalla. “Aunque no encuentro gente muy cercana a mi estilo, hoy creo que no soy un bicho raro. Sencillamente, hago lo que puedo”, contaba a finales de 2021 revisando su filmografía.
Y de esos vericuetos y de esa humanidad salieron películas como Tras el cristal, El mar, Aro Tolbukhin (en la mente del asesino), Pa negre —que ganó nueve premios Goya en la gala en que la Academia de cine celebraba su 25º aniversario—, Incierta gloria o El vientre del mar. Villaronga, que empezó sus primeros pasos artísticos como actor, pronto se recondujo a la dirección. Y el cine ganó así un creador genial, que ha marcado a las siguientes generaciones de realizadores enseñándoles cómo contar con sencillez y poesía tramas emocionalmente complejas, a perder el miedo a ahondar en los pliegues de la historia.
La Acadèmia del Cinema Català anunciaba a primera hora del domingo su fallecimiento: “Esta madrugada nos ha dejado en Barcelona el director de cine Agustí Villaronga, acompañado de su querida familia y amigos. Su talento, su sensibilidad, su enorme capacidad de amar todo lo que tocaba y sus películas, quedarán para siempre”. Además de sus tres premios Goya (dos como guionista por El niño de la luna y Pa negre, y un tercero por la dirección de esta última), Villaronga fue Premio Nacional de Cinematografía en 2011; Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (que recogió el pasado 1 de diciembre); dos premios Ariel del cine mexicano, otros dos galardones de los Gaudí del cine catalán y cuatro trofeos Sant Jordi. “Supongo que soy un cineasta de culto”, bromeaba en 2011, tras recibir la llamada del Ministerio de Cultura anunciándole el premio nacional. Y apuntaba entonces: “Para mí es algo estupendo porque uno hace cine para comunicar y ver que eso que has hecho llega al público me produce una gran alegría”.
Ese eclecticismo y esas ganas de llegar al público explican varias de sus pasiones. Primero, porque por muy complejas que fueran las dinámicas emocionales que soterradamente movían a sus personajes, y por muy arriesgada que fuera su plasmación en pantalla, Villaronga nunca olvidó que su aspiración era que le viera cuanta más gente, mejor. Y segundo, su amor por Fernando Esteso, con el que contó en Incierta gloria como panadero, y en Loli Tormenta, la película que Villaronga ha dejado filmada: protagonizada por Susi Sánchez, cuenta la historia de una mujer que vive con sus nietos, de los que se hizo cargo cuando murió su hija, en una modesta casa del extrarradio de Barcelona. Cuando el alzhéimer avanza en Lola, los nietos empiezan a elaborar artimañas para que no les separen. Loli Tormenta se estrenará este 2023.
Al cine Villaronga llegó heredando la pasión de su padre, un cartero que procedía de una familia de titiriteros catalanes. Aquel hombre que sufrió como adolescente la Guerra Civil, y que se asentó en Palma de Mallorca a la búsqueda de un oficio que le mantuviera, coleccionaba cromos de actores, y le inoculó a su hijo el amor al cine. Tanto que Agustí hacía “proyecciones” caseras con dibujos, cajas de cerillas y linternas.
Y por ello, recordaba en la promoción de El vientre del mar, que de adolescente escribió una curiosa misiva. “Me ha dejado huella un cineasta que a algunos les parecerá antiguo, Ingmar Bergman, que siempre se metió a fondo en los temas”, reflexionaba sobre sus referentes. Pero a quien le escribió con 14 años una carta fue a Roberto Rossellini. “Yo quería ir a su escuela, es verdad. Me rechazaron por ser demasiado crío. Hoy su cine no me gusta tanto. Ahora quien me apasiona es Pasolini, al que cuando yo era joven no fui capaz de apreciar. Me parece un artista completo”.
Inicios como escenógrafo
Tras licenciarse en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Barcelona, entró en el Institut del Teatre, la escuela oficial de artes escénicas de Barcelona, donde cursó escenografía, un arte que mantuvo presente en todo su cine (no hay más que recuperar su último filme estrenado, El vientre del mar). Como actor incluso participó en una gira de la compañía de Núria Espert con Yerma. De ahí pasó al cine, en papeles en El fin de la inocencia (1977), El último guateque (1978) o Perros callejeros II (1979). Sin embargo, fue el productor Pepón Corominas quien le cambió el paso y lo recondujo al vestuario, labor en la que trabajó en La plaza del diamante (1982). De paso, ya estaba dirigiendo cortos como Anta mujer (1975), Al Mayurka (1976) y Laberinto (1980).
Villaronga se estrenó como director de largometrajes con Tras el cristal (1986), protagonizada por Marisa Paredes y Günter Meisner, un drama marcado por el terror psicológico que palpitaba en el guion, que se centraba en el final de un viejo nazi que había abusado de decenas de niños en sus años de poder, y que se proyectó en el festival de Berlín. Capaz de mutar de registro, en 1989 participó con El niño de la luna en Cannes (Goya a guion original y candidatura a dirección), un salto al género fantástico con Maribel Martín —que la producía— y Lucía Bosé. La acogida tibia que recibió le llevó a trabajar en una pastelería, como recordaba hace poco más de un año: “Ya ni sabría cómo hacer pasteles... Estuve siete años fuera de circulación, y dudé, dudé mucho sobre si dirigiría de nuevo”.
El cineasta luchó durante un tiempo por adaptar la novela de Mercè Rodoreda La mort de primavera; al no lograr productor, acepta un encargo: llevar al cine otro libro, este de Georges Simenon, El pasajero clandestino, que además supuso el inicio de su relación profesional y de amistad con la productora Isona Passola. Después llegarían 99.9, en 1997, Mélies de Plata a la mejor película fantástica europea en el festival de Sitges; El mar (2000), un drama sobre la homosexualidad premio Manfred Salzberger al cine independiente y de nueva creación en el festival de Berlín; y el falso documental Aro Tolbukhin (en la mente del asesino) (2002), un filme que sorprendió en el certamen de San Sebastián y que ha ido ganando adeptos con el tiempo.
‘Pa negre’ cambió las reglas
Sin embargo, la popularidad y el reconocimiento generalizado, tras décadas de aprecio crítico, no le llegaron hasta Pa negre. Fue la primera película que ganó el Goya a mejor filme en un idioma oficial que no fuera el español —curiosamente, este galardón sí lo habían obtenido antes títulos rodados en inglés— y el drama que cambió las reglas de la Academia de Cine, que desde el triunfo de los dos actores infantiles de Pa negre prohibió que compitieran en los apartados a mejor interpretación revelación menores de 16 años. Basada en dos novelas de Emili Teixidor, la película cuenta el clima claustrofóbico que vive un pequeño pueblo de Cataluña en la posguerra a causa de unos misteriosos asesinatos. Andreu, el niño protagonista, descubre, en su búsqueda de la verdad, cómo los fantasmas del pasado marcan el devenir de los adultos con los que se cruza.
A aquella Guerra Civil supurante de amargura volvió en Incierta gloria (2017), que adapta la novela de Joan Sales sobre el frente de Aragón. Antes había dirigido para TVE la miniserie Carta a Eva (2013), sobre la gira de Eva Perón por Europa; y El rey de La Habana (2015), plasmación de la irreverente novela de Pedro Juan Gutiérrez, en la que Villaronga no logró concretar el desencanto y la sordidez de ciertos ambientes en la capital cubana. En teatro debutó en la dirección en 2014 con El testamento de María, de Colm Tóibín, con Blanca Portillo como protagonista. Y siempre estuvo abierto a nuevos formatos y apuestas, como El testament de la Rosa (2016), la película que mostraba a la actriz Rosa Novell ciega y poco antes de morir de cáncer ensayando ante la cámara el que debía ser su último trabajo escénico y que nunca llegó a realizarse; o a sumarse a la Caravana negra, una iniciativa ideada por el escritor Gabi Martínez, en la que ocho creadores en 2018 pastorearon durante tres días unas 800 ovejas por 60 kilómetros de pastos de La Serena y La Siberia extremeñas. Otra curiosidad: su aparición como un frío mafioso en la película rumana La Gomera (2019), de Corneliu Porumboiu, que le devolvió al festival de Cannes, esta vez como intérprete.
En 2019 se estrenó Nacido rey, el biopic de Faisal, el gran monarca de Arabia Saudí, que produjo Andrés Vicente Gómez. “Quiero mucho el cine, no me puedo sentir mercenario. Nacido rey tenía alicientes añadidos además del económico, como rodar en países árabes. No me he involucrado en algunos otros encargos porque no me he visto en ello, la verdad”, aseguraba.
Con El vientre del mar (2021) salió reforzado creativamente del confinamiento. Y premiado: se llevó seis Biznagas del festival de Málaga. Adaptación en blanco y negro de un capítulo de Océano mar, de Alessandro Baricco, con la que dibujaba un paralelismo entre la historia del naufragio en 1816 de la fragata La medusa, y los 13 días que vagaron por el mar los 151 supervivientes iniciales en una balsa, de los que solo quedaron 15 cuando fueron rescatados, y las travesías actuales de pateras en el Mediterráneo. “Llevo casi dos décadas con esta historia, y primero la intenté estrenar como obra de teatro con dos personajes” contaba en su estreno. “Durante el confinamiento pensé que ahí había una película. La rodé en Mallorca al acabar la cuarentena, con un presupuesto exiguo, y con una libertad creativa total, gracias a un equipo muy unido”.
De su obra, Villaronga tenía una sabia reflexión que hoy suena premonitoria, a definición de su síntesis entre lo humano y lo artístico: “Mirando para atrás, reconozco que me atrae cómo las situaciones difíciles marcan la infancia de la gente, cómo el destino deja a muchas personas tiradas en la cuneta. Nunca he sido capaz de hacer películas amables, tiendo al cariz trágico”.
Babelia
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