El rey Fernando VII ilumina en Cádiz el monumento a las Cortes que reprimió
El Ayuntamiento instala farolas con el anagrama del monarca absolutista, conocido como “el Felón”, en el entorno de la construcción que homenajea a la Constitución de 1812, que él abolió
“Por la tarde a la azotea”. Todos los detalles con los que el rey Fernando VII se prodigó en su diario para narrar los insultos y gritos del pueblo que recibió en su viaje de Madrid a Cádiz en la primavera de 1823, se los ahorró para explicar el porqué echaba tantos ratos vespertinos volando cometas en la azotea del entonces palacio gaditano de la Aduana, en el que estaba retenido. Al otro lado de la Bahía estaban los Cien Mil Hijos de San Luis, que acabarían por imponer de nuevo el absolutismo en connivencia con un monarca que ya había derogado y traicionado años antes a la primera Constitución española, la de 1812. Ese palacete es hoy la sede de la Diputación Provincial y la plaza que lo acoge, la de España, el emplazamiento de un monumento en honor a las Cortes que promulgaron La Pepa (llamada así por haber sido promulgada el 19 de marzo, festividad de San José). Salvo una breve referencia en este último lugar, no había ni rastro de homenaje al soberano que pasó a la Historia como “el rey Felón”, hasta ahora, que el Ayuntamiento ha instalado en la plaza unas farolas fernandinas con su nombre y anagrama en la base.
La proliferación de estas luminarias dedicadas a Fernando VII en el entorno del Monumento a las Cortes de Cádiz no es ni un tributo deliberado al soberano, ni un error, según se puede interpretar de las explicaciones dadas por el Consistorio gaditano, gobernado por el alcalde José María González Santos, Kichi, de la coalición Adelante Cádiz y Ganar Cádiz, de izquierdas. Es, más bien, fruto de las modas en la elección del mobiliario urbano de las ciudades, cada vez más estandarizado y desposeído de identidad, justo en un momento en que el Ayuntamiento ha acometido una amplia reforma de la plaza para hacerla peatonal y accesible. Pero la contradicción resulta tan curiosa como evidente. “Es, cuanto menos, irónico que las farolas que iluminan el monumento a la primera Constitución española estén dedicadas justo a quien la tumbó”, razona Alberto Ramos, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Cádiz.
El inicio de las obras del gran monumento a las Cortes de Cádiz data de 1912, por su primer centenario, aunque ya en agosto de 1812 las Cortes decretaron que las plazas principales de todos los pueblos de España debían pasar a llamarse “de la Constitución”, con placa incluida. Pero el homenaje duró bien poco. En mayo de 1814, recién llegado de su confinamiento francés, Fernando VII planeó un golpe de Estado contra las Cortes y la Constitución y restauró el absolutismo en el Decreto de Valencia. De paso, la ola represiva se cebó con los nombres de todas aquellas vías llamadas como la primera ley fundamental española. Y eso fue solo la traslación al espacio público de la persecución que sufrieron diputados y políticos liberales. “Algunos acabaron encarcelados, confinados en poblaciones pequeñas y otros exiliados”, explica Ramos. Peor destino aguardó a los artífices de los pronunciamientos liberales posteriores, como el militar Rafael de Riego, responsable del levantamiento que dio paso al Trienio Liberal (1820-1823).
Todos esos golpes contrarrevolucionarios llevaron a los coetáneos de Fernando VII de renombrarlo como El Deseado —así le llamaban durante la Guerra de Independencia contra los franceses— a El Felón, por su carácter taimado y traidor. Hoy existe consenso en la historiografía española en que fue uno de los peores monarcas del país. “Es cierto que se encontró un contexto político y económico que era malo. La guerra provocó daños. La riqueza de América se perdió con las independencias, pero él era cerrado de mente, se negó a las reformas. Si la situación era mala, él no hizo nada para remediarlo. No fue un buen rey”, deja claro Ramos.
Eso quizás explique que el callejero español se acuerde más bien poco de Fernando VII, pero algo bien distinto ocurre con el mobiliario urbano. “El modelo de farola fernandina es muy demandado y comercial. Se vende con frecuencia”, explica Fernando Sosa, director comercial de Marvizón, la empresa de fundición y hierro forjado que ha surtido las controvertidas luminarias para la plaza de España de Cádiz. Aunque este tipo de pieza dista mucho de ser un diseño reciente y ni siquiera está solo dedicada al rey felón. Las primeras 100 se colocaron en Madrid en marzo de 1832 como prueba piloto de la iluminación con gas que se iba a desarrollar en los años venideros, tal y como recuerda el historiador del arte Javier Lucas Domingo en su web de divulgación Revive Madrid. Pese a que en la base represente un anagrama de Fernando VII —con dos efes contrapuestas y una corona—, se colocaron para celebrar el nacimiento de su segunda hija ese mismo año, María Luisa Fernanda de Borbón, sostiene este investigador.
Con los años, ese modelo fernandino se extendió por Madrid, se electrificó y conquistó nuevas ciudades, especialmente en los centros históricos, donde casa bien por su estilo neoclásico. A veces se colocan con el fuste que reproduce el anagrama de Fernando VII; en otras con bases sin este elemento, en las que solo es apreciable el estilo fernandino por la forma cónica del farol, rematado por una corona, como ocurre en calles y plazas de Cádiz. Aunque lo que más ha ayudado a su difusión es su bajo coste para las administraciones públicas. “Al final es el precio. Se ha estandarizado y abaratado. Al ser tan comunes, se hacen en serie y el coste es menor. Una farola fernandina de dos brazos [las que están en Cádiz] cuesta 755 euros”, apunta Sosa.
El desembolso es bajo si se tiene en cuenta que Marvizón —principal suministradora de la forja del alumbrado de la ciudad, a través de un intermediario que es el encargado de electrificarlas e instalarlas— tiene diseños exclusivos para Cádiz que, por su carácter único, pueden llegar a costar entre 7.000 y 8.000 euros cada una. El Ayuntamiento de Cádiz no ha explicado si, en su caso, ha sido lo pecuniario lo que más ha pesado. “En el proyecto se incluyó farolas tipo fernandinas y esas son las que el proveedor ha facilitado. Hay fabricantes que le colocan ese logo y en este caso el proveedor ha recurrido a ese fabricante. Las farolas cumplen con los requisitos, la aparición de ese logo no supone ningún incumplimiento”, se han limitado a puntualizar desde la Delegación de Urbanismo.
Nada parece indicar que las farolas con el anagrama de Fernando VII vayan a moverse del entorno del Monumento de las Cortes. “Salvo siniestro, con pintarlas te duran toda la vida”, presume Sosa. Lo irónico es que ahora la estandarización luminaria marca el sendero de una suerte de ruta fernandina que recuerda donde estuvo el monarca en 1823. Al otro lado de la Bahía, en las inmediaciones de lo que fue el muelle de El Puerto de Santa María, también están presentes desde hace años. Allí llegó Fernando VII el 1 de octubre de 1823 en una falúa, después de que un Gobierno liberal rendido le dejase marchar. El Felón solo tuvo que desembarcar en la localidad vecina para perpetrar una nueva traición. “¡Viva el rey absoluto!”, dicen que exclamó, antes de iniciar la persecución que justo había prometido no hacer un día antes.
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