Un equipo de investigadores afirma haber descubierto en Navarra la primera inscripción en euskera de hace 2.100 años
La Mano de Irulegi, hallada en 2021 cerca de Pamplona, es una plancha de bronce que contiene un texto del siglo I a. C. con 40 signos y los investigadores creen haber traducido su primer vocablo: buena suerte
Entre los años 82 y 72 a. C., los ejércitos de Quinto Sertorio y de los generales Quinto Cecilio Metelo y Cneo Pompeyo Magno Pío habían convertido Hispania en el principal campo de batalla por el control de Roma. Los pueblos indígenas que apoyaban a una u otra facción sufrían inmediatamente las represalias de la contraria. Eso fue exactamente lo que les ocurrió a los habitantes del poblado vascón que se asentaba sobre el monte Irulegi (Valle de Aranguren, Navarra), a unos ocho kilómetros de la actual Pamplona. Las tropas de Pompeyo lo atacaron, lo destruyeron y le prendieron fuego.
En 2018, el alcalde, Manolo Romero, pidió la colaboración de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y del Gobierno de Navarra para excavar el otero, sobre el que también se levantan los muros de un castillo medieval. A los pies de la fortificación se descubrieron entonces los restos del asentamiento bimilenario. En 2021, en el umbral de una de las viviendas arrasadas en las llamadas Guerras Sertorianas se halló una plancha de bronce, con forma de mano, de unos de 14,5 centímetros de longitud. Solo en el laboratorio se contrastó que en sus dedos aparecían grabadas unas extrañas inscripciones, en concreto 40 signos distribuidos en cuatro líneas.
Javier Velaza, catedrático de Filología Latina de la Universidad de Barcelona y uno de los epigrafistas prerromanos más reputados del mundo, no salía de su asombro cuando analizó la pieza en abril: correspondía al primer texto de la historia escrito en vasco (siglo I a. C.) y se podía traducir su primera palabra, sorioneku (buena suerte). “La Mano de Irulegi constituye el primer documento indudablemente escrito en lengua vasca y en un signario [alfabeto que incluye letras y sílabas] específicamente vascónico, además de ser el texto más extenso conocido hasta el momento”, dice.
Los vascones eran un pueblo prerromano cuyo territorio se situaba principalmente en la actual Navarra, aunque algunas de sus ciudades se ubicaban también en Gipuzkoa (Oiasso), La Rioja (Calagorri y Gracchurris), Zaragoza (Alauona y Segia) y Huesca (Iacca). Las características básicas de ese territorio, que no coincide con el actual País Vasco, son su carácter pirenaico, su prolongación hacia el sur en la zona del Ebro y la salida al Cantábrico por el río Bidasoa. Las primeras noticias sobre ellos las dan los historiadores Cayo Plinio y Claudio Ptolomeo en el siglo I d. C., que elaboraron un listado de ciudades vasconas, a partir de un mapa encargado por César Augusto, entre las que se encontraban Oyaso (Irun), Calahorra (La Rioja), Ejea de los Caballeros (Zaragoza) o Jaca (Huesca). Poco más se sabe de ellos, ya que, hasta ahora, no se habían encontrado textos escritos, más allá de algunas monedas cuyos lugares de acuñación se desconocen. Sus habitantes hablaban una lengua denominada protovasco o vascónico, un antecedente milenario del actual euskera y con fuertes semejanzas, lo que permite a los expertos afirmar que se trata, a la postre, de la misma lengua, pero evolucionada.
Los testimonios epigráficos que hasta el momento se conocían en la región son, además de escasos, muy discutidos. Escritas en signario paleohispánico, solo han llegado unas pocas inscripciones cuya atribución e interpretación lingüística han generado un debate todavía abierto, y hay que esperar a la época imperial romana para encontrar un corpus epigráfico más abundante. En este contexto, el hallazgo de una inscripción vascónica como la encontrada en la Mano de Irulegi constituye una novedad excepcional, según los expertos.
El asentamiento fortificado
El yacimiento arqueológico de Irulegi se alza sobre un monte aislado entre los Pirineos y el valle del Ebro. La orografía permitía que este asentamiento fortificado ―de unas 14 hectáreas de extensión, de las que dos correspondían a su núcleo urbano― disfrutase de una visión periférica de todo su alrededor, incluida Pamplona. Se irguió con fines defensivos y para controlar el territorio circundante en la Edad del Bronce, entre los siglos XV y XI a. C. Desapareció en el I a. C.
La fase de ocupación final del poblado se ha conservado de forma intacta y excepcional gracias al incendio que sufrió, ya que los desplomes sellaron las viviendas y los objetos de su interior. Todos los edificios excavados son rectangulares y orientados de sur a norte. Tenían zócalos de piedra, paredes de ladrillos de adobe y contaban con postes intercalados para mantener las techumbres de madera y la cubierta vegetal. Las viviendas medían unos 70 metros cuadrados y estaban separadas por calles o espacios entre ellas. Los especialistas consideran que el poblado tuvo un “significativo protagonismo a escala local y comarcal”.
El 18 de junio de 2021, la arqueóloga Leire Malkorra halló en el vestíbulo de una de estas viviendas (Edificio 6.000) la mano de bronce. La localizó bajo restos de carbones y adobes quemados ocasionados por el incendio. Junto a ella, también se distinguían cerámicas etruscas y negras, así como elementos numismáticos y restos óseos de animales domésticos. La Universidad de Upsala (Suecia) los ha fechado, con una probabilidad del 95,4%, en el primer cuarto del I a. C.
Al extraerla no se apreció ninguna inscripción ni ornamento grabado, por lo que se pensó que era el aplique de un casco. Se trataba de una lámina de bronce con una aleación del 53,19% de estaño, un 40,87% de cobre y un 2,16% plomo, algo habitual en aleaciones antiguas, según los análisis y pruebas del químico Pablo Pujol y del profesor Julián José Garrido de la Universidad Pública de Navarra. Había sido recortada para representar la forma de una mano derecha de tamaño natural. Es lisa en el lado de la palma, pero en el dorso presenta la forma de las uñas, aunque no se han conservado las correspondientes a los dedos anular, corazón e índice. En el centro del extremo cercano a la muñeca, presenta una perforación de 6,51 milímetros para clavarla en una madera. Sus medidas son 143,1 milímetros de altura, tiene un grosor de 1,09 mm, una anchura de 127,9 y un peso de 35,9 gramos.
Entre marzo y abril de 2022, los epigrafistas Javier Velaza y Joaquín Gorrochategui, catedrático de Lingüística Indoeuropea en la Universidad del País Vasco, llevaron a cabo la autopsia de la pieza. La inscripción ―cuatro líneas y 40 signos― había sido practicada sobre la cara que representa el dorso de la mano. El texto que incluye se lee colocando los dedos orientados hacia abajo. “El signario empleado para escribir el texto pertenece a la familia de los semisilabarios paleohispánicos [como el íbero o el celtíbero], pero presenta algunas características que invitan a pensar que se trata de un subsistema especial”, dicen los expertos, lo que significa que no coincide con el resto de los signarios conocidos de la península Ibérica.
Por ejemplo, la inscripción incluye el signo T, ya conocido en dos monedas, lo que avala la existencia de un subsistema gráfico particular al que se le puede denominar “signario vascón”, ya que en el resto de signarios hispánicos tal signo no existe. Además, este sistema de letras y semisilabario de Irulegi incluye dos signos vibrantes, lo que hace posible que sea una adaptación del ibérico, ya que el celtibérico carecía de uno de ellos. Cómo, cuándo y dónde los vascones adaptaron el signario ibérico se desconoce, pero sí se descarta así por completo que los vascones fueran anepígrafos, como se pensaba, sino que “conocían la escritura y habían hecho de ella un uso, si no extensivo, sí al menos no despreciable”.
Las frases escritas en la Mano están separadas por puntos o marcas (interpunciones), pero ninguna de las palabras identificadas se corresponde aparentemente con nombres personales vascones, y dado que los expertos apenas conocen denominaciones de dioses o lugares paleo hispánicos, consideran que algunos vocablos pueden referirse a divinidades o lugares vascones.
La que sí han distinguido los epigrafistas es la primera palabra del texto: sorioneku, de gran parecido con el vocablo en euskera zorioneko, formado por la secuencia zori (fortuna) y on (bueno), que podría traducirse por “de buena fortuna o de buen agüero”. El resto de la inscripción plantea más interrogantes, admiten los investigadores, que creen haber detectado algunos vocablos reconocibles como es (ez en euskera actual), adverbio de negación, y quizás también una forma relacionable con el verbo egin (hacer).
“Es incuestionable”, concluyen Velaza y Gorrochategui, “que la nueva y excepcional inscripción de Irulegi garantiza que los vascones utilizaban su lengua en ese territorio en el siglo I a. C. Teniendo en cuenta la escasez de testimonios firmes para el establecimiento del mapa lingüístico de la zona y de la protohistoria de la lengua vasca, su hallazgo origina una base ineludible para cualquier debate sobre la cuestión. La Mano de Irulegi constituye el primer documento indudablemente escrito en lengua vasca”, sostienen ambos especialistas.
Babelia
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