Benidorm, en la época de Quinto Sertorio
Nuevas revelaciones permiten a los investigadores renombrar como fortines romanos varios yacimientos íberos de Alicante
Pocos años antes de que despuntase la carrera política, histórica y militar de Julio César, a Lucio Cornelio Sila Félix (Sila) el Senado romano le nombró dictador, y lo primero que hizo fue intentar acabar con Quinto Sertorio, un general (legatus) que era su enemigo y dominaba con sus legiones la estratégica Hispania en la década de los 70 antes de Cristo. Para ello, Sila envió a sus dos mejores comandantes, Metelo Pío (79 a. C.) y Pompeyo (76 a. C.), a matar al rebelde y a destruir sus ejércitos. Lo consiguieron, pero esta acción modificó para siempre la orografía y el urbanismo de la actual provincia de Alicante. La catedrática de Arqueología de la Universidad de Alicante Feliciana Sala Selles y su equipo lo han descubierto.
El Ministerio de Economía y el centro universitario levantino apostaron por dos proyectos de investigación arqueológica hace siete años. Numerosos poblados íberos se extendían por la costa norte de la provincia y no habían sido suficientemente estudiados. Las únicas acciones de investigación importantes se habían llevado a cabo en los años veinte, 1943, 1956 y 1986.
El equipo de Sala, antes de iniciar las prospecciones, revisó todos los museos arqueológicos de Alicante, archivos municipales e, incluso, antiguas tiendas de fotografía. Para su sorpresa, hallaron documentos y piezas que encajaban como un puzle. El resultado fue espectacular: lo que se creía hasta ahora yacimientos íberos no eran otra cosa que castellum o castella (fuertes) romanos y que estos, a su vez, habían dado lugar a asentamientos que coincidían con lugares tan conocidos como Benidorm, Denia, Calpe o Moraira. Ya lo había dicho el arqueólogo padre José Belda a principios del siglo pasado (“Hay unas enormes piedras ciclópeas en Benidorm”, afirmaba), pero nadie le creyó. Hasta ahora.
Cortar los suministros de Roma
A finales del primer siglo antes de Cristo, el mundo ibérico se diluía por la presión romana que dominaba la Península. Los romanos, a su vez, estaban divididos por la guerra civil entre Sila y Sertorio, fundamentalmente en Lusitania y en los valles del Ebro y Duero. Los estudios de Sala han demostrado que también la guerra se extendió por la actual provincia de Alicante, donde Sertorio decidió levantar una hilera de castellums frente a las costas de Ibiza. ¿Para qué si el conflicto se desarrollaba en el interior? Para impedir que los suministros de Roma llegasen a los generales de Sila. Como las naves cargadas de armas y alimentos tenían que pasar entre Alicante y la isla, allí les esperaban las tropas de Sertorio.
Bien es verdad que Sertorio no disponía de naves, por lo que llegó a un acuerdo con los piratas cilicios (que se habían asentado en Denia) para que capturaran cualquier galera romana que avistasen en la lontananza. Gracias a este pacto, sus castellum se llenaban día tras día de vasijas de aceite, vino o vajillas que iban, en principio, destinadas a sus enemigos.
“No tenía sentido”, explica Sala, “que hallásemos tantos restos romanos en los asentamientos que siempre se pensó que eran íberos (en Moraira, por ejemplo, hasta 40 ánforas). Hasta que descubrimos que nunca lo habían sido. Eran totalmente romanos”. Estos se levantaban siempre en calas y en las desembocaduras de barrancos y tenían todos la misma extensión: media hectárea. Además, todos podían conectarse visualmente mediante hogueras, con lo que la información pasaba de un punto a otro de la cosa en muy poco tiempo.
Uno de los más notables fue el que se levantaba sobre un promontorio de 104 metros de altitud (Tossal de Cala) –aún existe aunque rodeado de rascacielos entre los actuales Benidorm y Finestrat. Ahí fue donde el padre Belda aseguraba haber hallado los grandes bloques de piedra. Las excavaciones de la Universidad de Alicante han demostrado que tenía razón: desenterró un auténtico cuartel romano, con sus habitaciones para los soldados y oficiales, y su muralla defensiva de casi un metro de anchura.
Al final, los cilicios quisieron más de lo que Sartorio les ofrecía. Una embajada de su rey Mitriades VI atracó en Denia en el 75 antes de Cristo. Reclamó la mitad de las tierras en manos romanas. Pero Sertorio, que en el fondo era hijo de Roma, se negó. Eso hizo que, poco a poco, su poder disminuyera y que perdiera uno a uno sus fortines. Hasta que solo le quedó el de Peña del Águila. Allí sus legiones esperaban ser rescatadas por algún barco fiel, pero este nunca llegó, por lo que fueron aniquiladas por los soldados de Pompeyo.
Hace unos quince años, un joven holandés se apoyó en una de las murallas defensivas que Sertorio había levantado en el monte Mongó, en Denia. Las piedras se derrumbaron y aparecieron tres piezas de oro, que pronto fueron calificadas de una gargantilla y dos torques (brazaletes) de un ajuar íbero. Pero los expertos se equivocaron: eran las condecoraciones en oro que recibieron los últimos soldados de Sertorio por su defensa del castellum. Las habían escondido porque sabían que iban a morir. Hoy se pueden ver en el Museo MARQ de Alicante.
Babelia
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