Tres poetas y un destino
Antonio Machado, Miguel Hernández y Vicent Andrés Estellés están muy presentes en la actualidad valenciana y no solo por su poesía inmortal

Antonio Machado. La casa de Antonio Machado en Rocafort, Villa Amparo, está abandonada, sin uso y allanada por unas personas que la han okupado. La noticia, leída el día mundial de la poesía, es una metáfora de este tiempo hostil a la cultura donde se codicia el poder y se hace de la extravagancia su estética para vaciar el espíritu y llenar las arcas de la indecencia.
Villa Amparo era la Casa dels Poetes. Una pequeña joya patrimonial que rescató la Generalitat para convertirla en un espacio de memoria, vivo, dinámico, compartido por todos los ecos de las poesías. Un lugar donde habita la digna huella de Machado y que permanece en esa casa en la que el poeta escribió, vivió y siguió soñando caminos –en los instantes más oscuros– hacia un país culto, libre, moderno.
Dos años lleva ya cerrada la casa. Ni se reforma, ni se conserva, ni se cuida su jardín. El abandono, premeditado por el desprecio, ha atraído a los okupas que son consecuencia de una causa y no al revés. Hablo con el Consejo Sectorial de Rocafort, ciudad machadiana. Compartimos desazón. Es triste –como un olmo viejo– que Machado sea así tratado justo cuando se cumplen 150 años de su nacimiento. Quizás sólo nos quede esperar, como el poeta con su olmo seco, otro milagro de la primavera.
Miguel Hernández. A Miguel lo dejaron morir en la cárcel de Alicante, que es como decir que lo mataron. Era el año 42, tal día como este viernes. Desde su muerte solo ha habido un culpable, y es kafkiano lo que hemos conocido: se condena al prestigioso profesor de Literatura de la Universidad de Alicante Juan Antonio Ríos Carratalá por ser leal con su compromiso científico y escribir en un libro el nombre de una de las personas que formaron parte del tribunal que sentenció al poeta de Orihuela y valorar su actuación.
Hablo con él, cara a cara. Es un hombre tranquilo, fuerte, sereno. Compartimos perplejidad. Es peligroso, como una garra suave detrás de la ventana, que el miedo pueda atenazar a los escritores, investigadores y profesores que buscan llenar los viejos silencios con la justicia poética. Sería letal que el miedo secuestrara a la ciudadanía de un Estado democrático y de Derecho.
El del 1942 era un Estado con unos órganos judiciales ilegales e ilegítimos. Aquella farsa franquista sentenció a Miguel. Hoy, al modo kafkiano de El Proceso, sentencian a un profesor por dar luz a la memoria. Incomprensible. Quizás sólo nos quede esperar, como el poeta, que nos dejen la esperanza.
Vicent Andrés Estellés. L’Any Estellés, centenario de su nacimiento, acaba este domingo en Burjassot con una gran cloenda. Me escribe su hija, Carmina. Nos conocemos desde ya no recuerdo cuándo; seguramente desde el día en que fui a entrevistar a su padre como periodista. Me envía la iniciativa de la Plataforma Cent d’Estellés: un goteo que recauda dinero para organizar esta fiesta de la cultura con música, tradición, poesía, bailes, muixerangues o dimonis.
Ya nos hemos acostumbrado a que no estén las instituciones valencianas en estos actos. El Consell –con la reputación bajo cero– denosta al poeta más relevante entre nosotros desde Ausiàs March y alienta rencor desde las vísceras. Compartimos indignación. Con las tijeras del odio andan cortando las rosas de papel para que el país de todos sea, cada vez más, un coto de caza privado de aquellos que no admiten la diversidad. Ansían hacer el país cada día más estrecho, uniforme, excluyente hasta que solo quepan ellos. Quizás sólo nos quede esperar que, com una consigna, circule secretament de mà en mà, per tot el poble, una rosa de paper.
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