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Los artistas del hambre: el ayuno extremo como precursor de la ‘performance’

Un ensayo repasa la historia de célebres ayunadores en los siglos XIX y XX que sirvieron de nexo entre los antiguos místicos y los ‘performers’ más radicales que vendrían después

El artista del hambre Papus ayuna ante el público en Berlín, dentro de una vitrina de cristal sumergida en una piscina llena de agua.
El artista del hambre Papus ayuna ante el público en Berlín, dentro de una vitrina de cristal sumergida en una piscina llena de agua.Getty
Sergio C. Fanjul

Ahora lo que mola es comer. En Instagram abundan las cuentas sobre comida grasienta y los concursos de ingestión de hamburguesas. En los países ricos alimentarse no es solo una función vital sino una forma de ocio, o incluso una performance: se fotografían y comparten desayunos, almuerzos, meriendas y cenas. En según qué lugares, el sobrepeso es una epidemia. Pero hubo un tiempo, entre los siglos XIX y XX, en el que algunas personas practicaron el ayuno como una de las bellas artes. Lo que molaba era no comer.

El artista del hambre Jolly, nombre artístico de Siegfried Herz, era a finales de los años 20 una especie de estrella del rock: iba de gira por las grandes capitales y su figura servía como reclamo publicitario de productos como la cerveza. En una de sus actuaciones permaneció 44 días sin probar bocado en el restaurante Krokodil de Berlín, por lo que recaudó 135.000 marcos de la época (hoy, alrededor de medio millón de euros) y recibió la visita de 350.000 personas que pagaron entrada por ver al hungerkünstler (artista del hambre en alemán) encerrado en una celda de cristal. Personajes como este inspiraron el célebre relato corto Un artista del hambre, que Franz Kafka publicó en 1922.

El artista del hambre Jolly recibe un ramo de flores tras su "récord del hambre" en 1926 en Berlín.
El artista del hambre Jolly recibe un ramo de flores tras su "récord del hambre" en 1926 en Berlín.Willy Römer (CORTESÍA EDITORIAL EL PASEO)

“Me interesa mucho quién iba a ver a estos artistas, y por qué”, dice Fernando González Viñas, historiador, escritor, traductor y autor del reciente libro Los artistas del hambre (o los orígenes de la performance), publicado por El Paseo, un curioso volumen que une un ensayo sobre la historia de aquellos famélicos y una novela gráfica donde el autor imagina la vida y las motivaciones de un artista ficticio. “A partir de ahí”, continúa el autor, “mi tesis es que aquellos artistas del hambre fueron los precursores de la performance, incluso antes del Cabaret Voltaire de los dadaístas, que suele fijarse como inicio de la disciplina, y los conecta con formas de misticismo anteriores”.

Pasar hambre puede ser, en el peor de los casos, una condena. Pero también un espectáculo, un arte, una protesta (como en las huelgas de hambre) o una forma de santidad, como lo fue durante buena parte de la historia. Ese desprecio por el cuerpo terrenal que supone no alimentarse fue considerado en tiempos pretéritos como una forma sacrificial de acercarse a la divinidad. Un ejemplo notable es el de Simón el Estilita (el asceta cristiano a quien Luis Buñuel le dedicó la película Simón del desierto), que pasó 37 años subido a una columna en el siglo V, como una especie de performance antiquísima, con frecuentes periodos de ayuno. Durante la Edad Media cundió la moda piadosa de alimentarse solo de hostias sagradas, como si Dios fuera suficiente para sobrevivir, y durante la época vitoriana aparecieron las fasting girls, las mujeres que ayunaban religiosamente (y que a veces eran acusadas de fraude). Aunque, ¡ojo!, también se ha dicho que fueron la primera versión de las corrientes que ensalzan la anorexia en los tiempos actuales.

El artista del hambre Papus en el balneario de Pravia, Asturias, alrededor 1915.
El artista del hambre Papus en el balneario de Pravia, Asturias, alrededor 1915.CORTESÍA EDITORIAL EL PASEO

Una de aquelllas mujeres, Mollie Fancher, dio impulso al giro que llevaría al hambre a convertirse en arte. Fancher (1848-1916), conocida como el Enigma de Brooklyn, acabó, después de dos accidentes con caballos y calesas, postrada en la cama de por vida. Allí, en el lecho, su dispepsia le obligó a pasar largos periodos de ayuno y de trance (hasta de nueve años, según alguna crónica) que captaron la atención del público, que enviaba cartas por miles. Las críticas y la desconfianza arreciaron y llegó la ciencia: ¿era posible resistir tanto tiempo sin ingerir alimento? La ciencia, en este caso, era el doctor Henry Tanner. El “doctor hambre”.

De la ciencia al arte

Tanner, para demostrar que el largo ayuno era posible, permaneció 40 días sin comer en 1880, saliendo a dar una vuelta por el parque por las tardes (bajo vigilancia), y luego, después de miles de visitas, no pocos vómitos y la pérdida de 15 kilos de peso, rompió su ayuno con un trozo de melocotón y un melón. En 1893 Tanner se suicidó, reivindicando su derecho a disponer de su vida y quejándose de… haber pasado hambre. Pero más allá de lo científico, la primera persona que concibió el ayuno como arte, y como encierro, fue el italiano Giovanni Succi, que tenía un gran ego y logró tal celebridad que cuando asistió a la ópera en la Scala de Milán fue preciso detener la función del revuelo que provocó.

Giovanni Succi es examinado por los médicos tras 28 días de ayuno en Milán.
Giovanni Succi es examinado por los médicos tras 28 días de ayuno en Milán.CORTESÍA EDITORIAL EL PASEO

Inspirado por Tanner, en uno de sus ayunos, de 45 días, en 1890, acabó muy mal, pero acabó: “Casi agotado físicamente, sus nervios literalmente destrozados y sus músculos debilitados. Los médicos dicen que estaba al borde del colapso”, según publicó entonces The New York Times. El fin de fiesta también fue otra performance ante el público, la de ingerir “sopa de arroz, sardinas, pollo, codorniz asada, vino, café y fruta”. Luego vendrían otros artistas de renombre: Papus, Merlatti, Sacco, Nicky, Daisy, Wolly, Ventego, Garnié o el dúo ayunador Harry y Fastello, que, al final de sus actuaciones, posaba para la prensa en compañía de señores con sobrepeso, para que se notase el contraste.

Solo queda registrada, según confirma González Viñas, una muerte por ayuno, la de un tal Mass. El reto no era solo físico, sino también psicológico, como escribe el investigador: “Una mente encerrada durante días y noches en un espacio reducido, obligada a luchar contra los deseos de su cuerpo, se veía además trastornada, en ocasiones torturada, por los visitantes, que preguntaban, irritaban y llegaban a llevar comida con ellos con ánimo de fastidiar”. En uno de sus ayunos, el artista Wolly se levantó y rompió su jaula de cristal para salir, abandonando su “pose de caballero elegante”: la gota que colmó el vaso fue el ataque de risa de un espectador.

Henry Tanner, artista del hambre, durante uno de sus ayunos, retratado en una postal de la época.
Henry Tanner, artista del hambre, durante uno de sus ayunos, retratado en una postal de la época.CORTESÍA EDITORIAL EL PASEO

De ‘freaks’ a dandis

Los artistas del hambre ganaron gran notoriedad en su época, primero asociados brevemente a los circos de freaks (como la mujer barbuda, los siameses, el tragasables o el hombre tatuado, que entonces era raro y hoy es moda), pero luego actuando por libre e incluso trabajando cierta imagen de dandi elegante y displicente. Pero su popularidad no se ha mantenido a través de la historia: hoy casi nadie se acuerda de los hungerkünstler. ¿Qué llevaba al público a querer mirar a un tipo que no hace nada, ni siquiera comer? “Yo creo que a la gente le interesa presenciar la transformación, por eso muchos van varias veces a ver al que ayuna. Es una velocidad de cambio que no se suele apreciar en los cuerpos que se alimentan”, dice González Viñas, “también la atracción por el que sufre, por ver lo mal que lo está pasando otro para sentirte tú vivo y tranquilo”.

El arte del hambre pasa por varias etapas: una edad de oro, antes de la Primera Guerra Mundial, y un resurgir en forma de edad de plata hasta la Segunda, después de la cual los artistas del hambre desaparecen. En esas etapas de crisis, guerra y posguerra, cuando el hambre se generaliza y se convierte en colectiva, deja de tener interés en su faceta individual. En tiempos más recientes, algunos artistas como David Blaine o Cen Jianmin han imitado a los artistas del hambre. Ambos se colgaron de grúas en jaulas transparentes. El segundo, en China, alcanzó los 49 días de ayuno. El primero, en Londres, año 2003, aguantó 44 días y perdió 25 kilos. Generó cierta animadversión: la gente le enseñaba el culo o le lanzaba hamburguesas, huevos, pelotas de golf o botellas de cerveza. Un dj se dedicó a martirizarle con música todo volumen durante 24 horas seguidas.

Marina Abramovic (derecha) durante una performance en el MoMA de Nueva York en la que la artista se sentaba inmóvil ante los visitantes del museo.
Marina Abramovic (derecha) durante una performance en el MoMA de Nueva York en la que la artista se sentaba inmóvil ante los visitantes del museo.Scott Rudd (MoMA)

González Viñas ve en aquellos artistas del hambre a los precursores de buena parte de la performance que vino después, sobre todo de aquella que pone en jaque al cuerpo y busca experiencias extremas. “Eran artistas cuya sola presencia ya bastaba para hacer arte, lo mismo que propone Marina Abramovic en algunos de sus trabajos”, señala, “una presencia despojada de todo, hasta del alimento”. También busca conexiones con otros artistas como Joseph Beuys, que en 1974 se encerró en una galería durante tres días con un coyote; Chris Burden, que en 1971, además de pegarse un tiro en un brazo, pasó cinco días encerrado en la minúscula taquilla de un colegio, o el español Abel Azcona, que en 2013 pasó 42 dos días metido en un pequeño habitáculo a oscuras y alimentándose solo mediante una pajita (y acabó en urgencias). “De lo que tenían realmente ganas los artistas del hambre, más allá de ayunar o de ganar de dinero, era de trascender”, concluye al autor.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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