Jorge Nuño, grafitero: “Cuando veo un vagón de metro nuevo me dan palpitaciones”
El artista urbano compagina su trabajo como abogado con la pintura callejera. Y asume las contradicciones.
Jorge Nuño (Madrid, 39 años) pide que la entrevista sea después de las 19.00, cuando sale del despacho de abogados en el que trabaja. A esa hora cuelga la toga de letrado y se endosa una mochila llena de esprays, acrílicos, rodillos o brochas, según vaya a estampar su firma de grafitero o a pintar un mural feminista como el que luce en un polideportivo del distrito madrileño de Ciudad Lineal, que fue vandalizado después de que Vox lo señalara y repintado por sus autores, el colectivo de arte urbano Unlogic Crew, con ayuda de los vecinos del barrio.
Pregunta. Legalista de día, ilegal de noche.
Respuesta. Totalmente. Empecé a pintar a los 13 o 14 años, antes de decidir estudiar Derecho.
P. La ciudad es el lienzo del grafitero, pero es un espacio público.
R. La ciudad es un lienzo, literalmente. En ese sentido el grafiti es, entre comillas, violento. Yo impongo a los demás lo que quiero hacer, me apropio de la ciudad.
P. ¿Es una apropiación indebida?
R. No puedo entender que haya manifestaciones en espacios públicos que sean admisibles y otras no. No sabría decir cuántos espacios publicitarios en la vía pública he visto en el trayecto del trabajo hasta aquí.
P. La diferencia es que uno es legal y otro no.
R. Están privatizando el espacio público. ¿Por qué va a tener más legitimidad la publicidad que una intervención artística? Hace años, Suso33 dijo en una entrevista que a quien no le guste el grafiti que se vaya de la ciudad, porque no le gustarán los chicles en el suelo, los atascos…. Eso forma parte del hábitat de la ciudad. Es arte urbano.
P. ¿Por qué no es también rural?
R. La ciudad garantiza algo esencial en este arte, que es el anonimato.
P. Sin embargo, la firma es su motivo esencial.
R. Pero es una firma anónima, no firmo con mi nombre. En mi caso, es un anonimato doble, con mi firma y con el colectivo, tras el cual me escudo para hacer lo que me interesa.
P. Cuando pinta un espacio público deja de ser dueño de su obra.
R. No hay jurisprudencia consolidada sobre la propiedad intelectual de la obra. Artísticamente, asumimos la temporalidad de nuestro trabajo. Yo pinto, me llevo mi foto y mañana puede no estar por mil circunstancias y me da igual que la pared se tumbe o que alguien pinte encima, es la calle.
P. ¿Por qué la intervención de la ultraderecha sobre su mural de Ciudad Lineal es un acto vandálico y no una expresión callejera?
R. Debemos distinguir entre una manifestación artística y un atentado contra un valor fundamental. El mural de Ciudad Lineal reivindicaba la aportación histórica de la mujer. Si un niño pinta encima “Marta te quiero” a mí no me importa, no se habría generado alarma social. Pero no creo que podamos tener una libertad absoluta hasta atentar contra principios fundamentales. Y si un señor de Vox tapa con pintura negra un mural con la cara de 16 mujeres no está teniendo una expresión artística libre, está atentando contra un principio democrático y social en el cual queremos poner en valor a la mujer.
P. Ese mural se ha cubierto de barniz antivandalismo. ¿No es una contradicción proteger el arte callejero contra el vandalismo?
R. Absolutamente. Atenta contra los principios del grafiti, que es callejero y temporal. Su preservación tiene que ver más con el sentir social sobre unos valores y no respecto a una obra. Son esos valores los que están barnizados, no la pintura en sí.
P. ¿Qué misión cumple el arte en la calle?
R. Conozco a mil grafiteros y mil razones por las que pintan.
P. ¿Cuál es la suya?
R. Las sensaciones que experimento. Puede pasar cualquier cosa a mi alrededor, que a mí solo me importa lo que estoy pintando. Esa sensación no la tengo con nada más.
P. ¿Eso no pasaría si pintara en la pared de su casa?
R. Es innegable que hay un componente de egocentrismo y de imposición. Lo interesante no es el egocentrismo, que con los años se pasa, sino la imposición del mensaje que quiere lanzar cada uno al entorno público.
P. Pero el grafiti es, en origen y básicamente, un nombre pintado.
R. Desarrollar un estilo definido y característico de letra, uno propio, lleva décadas. A veces estoy pintando un mural, viene uno y dice “esto es una maravilla, y no eso de allí”, y resulta que eso lo había pintado el día antes, eran letras, grafiti tradicional, y esa letra me ha llevado mucho más esfuerzo que el mural porque es un desarrollo de 23 años de actividad, y el mural al final es solo una técnica.
P. ¿Qué siente cuando ve un vagón de metro nuevecito?
R. Palpitaciones. Es el entorno por antonomasia, es el origen del grafiti en EE UU a finales de los 70, esos trenes que no se limpiaban, que atravesaban la ciudad. Artísticamente merece muchísimo respeto, aunque entiendo que el público no lo conciba.
P. Es ilegal. ¿Vale la pena?
R. El grafitero asume las consecuencias de lo que hace y, aun así, lo hace por tener esas sensaciones. Pinta bajo unas dificultades tremendas: meterse por un respiradero, llegar a las cocheras y dejar tu obra allí… Es algo muy intenso, y aunque para el público general sea difícil de entender, merece reconocimiento. Además, ¿por qué tengo que aceptar que un vagón lleve la publicidad de Netflix? ¿Por qué no la letra de algún artista?
P. ¿Ve belleza en un muro viejo? ¿La decadencia, la ruina, no son bellas?
R. Sí, son bellísimas, pero un grafitero considera que un muro decadente es más bonito con su firma.
P. ¿No es muy individualista eso?
R. Creo que tiene más que ver con la imposición que con el individualismo, que es una forma de cómo percibimos el espacio público. Si yo veo un soporte que me gusta tal cual está, no voy a pintar en él. Si veo que es adecuado para recoger mi obra, lo intervengo.
P. ¿Por qué en los barrios ricos no hay grafitis?
R. En primer lugar, porque creo que lo más fácil para un artista urbano es intervenir en su entorno; y esto no significa que no haya grafiteros de todos los estratos sociales, pero en 23 años que llevo pintando no me he encontrado mucha gente con alto poder adquisitivo que pinte de forma continuada.
P. Lo dice un abogado
R. Pero lo dice un abogado que empezó a pintar con 14 años en su barrio y que vive en Moratalaz [barrio madrileño de clase trabajadora], y prefiero pintar allí que en el barrio de Salamanca.
P. ¿Por qué?
R. Por la pertenencia al entorno. Y porque en un barrio de más poder adquisitivo las obras son más efímeras, allí se limpia más, va a durar dos tardes. Creo que en otros entornos sociales voy a encontrar a personas con mayor sensibilidad ante mi obra, o al menos más apertura de mente.
P. El grafiti nació en el Bronx, Harlem… dentro del hip hop, de entornos raciales, marginados. ¿Estamos ante una apropiación cultural?
R. Es una apropiación cultural de manual. Pero un mundo globalizado permite que cualquiera coja un espray con independencia de su raza, condición social o económica.
P. ¿Hacen arte o vandalismo?
R. Es un arte vandálico, pero asumimos las consecuencias. Lo definiría como un arte de rebelión.
P. ¿Qué pared no pintaría nunca?
R. Una protegida, una artística... No se interviene en inmuebles que tengan un valor.
P. ¿Por qué es incoherente que un grafitero gane dinero y en otros artistas se ve normal?
R. Por el origen. El grafiti está asociado a una idea de libertad y rebeldía incompatibles con una actividad regulada. Vender una obra es salirse de la concepción clásica del grafiti.
P. ¿Entienden las instituciones el grafiti o se aprovechan de él?
R. Las instituciones y las empresas se están aprovechando del grafiti. Que un Ayuntamiento como el de Madrid saque un concurso para pintar en la colonia Marconi con precios entre los 8.000 y los 15.000 euros, y el mismo mes suba las multas por pintar en la esquina de al lado es incongruente, es una forma de apropiarse de un movimiento.
P. ¿Por qué contrata un Ayuntamiento a un grafitero, qué aporta?
R. Revalorización de espacios. No hay inquietud artística, solo urbanística. Si hubiera algún proyecto de rebeldía o contestatario no sería elegido. Quieren color, un mensaje amable.
P. ¿No existe el grafiti amable?
R. Cuando quieres un grafiti amable estás enterrando su idea original. Un grafitero cuya obra sea de calle, ilegal, jamás va a prestarse a eso. Un artista que utiliza medios plásticos en entornos urbanos, sí lo hace. Y se lleva los 15.000 euros.
P. ¿El arte puede cambiar la sociedad?
R. ¿En algún momento no lo ha hecho? El arte es contestatario, y el grafiti es un ejemplo más.
P. ¿Cuál es la causa, en estos tiempos convulsos, por la que lucha un grafitero?
R. El artista debe desarrollar sus inquietudes con independencia del momento. No se puede pintar a golpe de periódico.
P. ¿Cuántas multas lleva?
R. No sé, sobrepasan la quincena. Son 600 euros y, si eres reincidente, más. Pero cuando cargo por la noche mi mochila con los botes de espray asumo las consecuencias. Si me multan, lo pago y ya está.
Babelia
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