1975: año cero de la contracultura
Edi Clavo revisa el rock y fenómenos adyacentes que animaron la primera mitad de los años setenta
Por lo menos, Viva el rollo! (Silex Ediciones) servirá para corregir la cronología del underground español. El nuevo libro de Edi Clavo —recuerden, baterista de Gabinete Caligari— parte de la sombría comunicación del fallecimiento de Francisco Franco para a continuación rizar el rizo y establecer la notable variedad de oferta contracultural en la primera mitad de los años setenta, de los comix a las revistas tipo Ajoblanco. Cierto que se solapa con libros anteriores (Cómo acabar con la contracultura: Historia subterránea de España, de Jordi Costa) y que complementa los testimonios de protagonistas (Nosotros los malditos, de Pau Malvido Maragall).
Los que no vivieron aquellos años y aquellas clandestinidades se preguntaran legítimamente en qué consistía “el rollo”. Simplificando, equivalía al rock y todo lo que aceleraba a su alrededor en la España de la dictadura. Edi Clavo retrata el momento de la colisión: “La punta de lanza de una revuelta sorda, un misil imparable contra el búnker franquista que veía desaparecer, entre el estupor y la impotencia, la ética del ancien régime, el estado campamental y el influjo de las sotanas [….] por entre los poros y las grietas del sistema se iban introduciendo consignas y ruidos, gritos y distorsiones, humos, modos y maneras del rock & roll way of life, o de lo que por aquí se podía entender por todo aquello; una mudanza apresurada e incompleta de lo que era estar en el ajo…en definitiva, en el Rollo”.
Tendemos a retratar los años del franquismo como un páramo cultural, cuando la realidad es que —fuera de los canales oficiales— surgían iniciativas netamente subversivas, de forma más o menos silente. Edi Clavo recuerda que la obra gráfica de Andy Warhol se presentó en España por vez primera en la barcelonesa Galería G, en 1975-1976, ocho años antes de la aparatosa llegada a la madrileña galería Fernando Vijande. También añade un festival más, Marbella Rock, a las muy famosas reuniones masivas que se celebraron en Burgos y Canet en 1975.
A trancas y barrancas, se iban estrenando películas malditas como La naranja mecánica o Blow-Up. Igual ocurría con los libros y los discos, aunque era fácil disimular la intervención de la censura, recortando páginas y canciones (a veces, también se cambiaban las portadas, lo que hace que hoy sean costosos objetos de coleccionista en el mercado internacional).
Sin embargo, no se registran batallas culturales ni denuncias de conclaves de abogados cristianos: todo lo que se editaba se vendía en el Corte Inglés o Galerías Preciados (y lo que no pasaba la frontera, se servía en la trastienda de las librerías o, caso de los discos, en El Rastro o mercadillos similares). Aunque algún disparate sí que hubo. ETA emprendió una campaña —bombas incluidas— contra los Encuentros de Pamplona de 1972, que juntaron a Luis de Pablo y José Luis Alexanco con insignes figuras de la vanguardia sonora: John Cage, Steve Reich, David Tudor. Los etarras hasta difundieron un panfleto retratando aquello como “un evento enmascarado de progresismo vendido a la burguesía” (patrocinaba la familia Huarte).
La realidad es que, aparte de determinados cantautores, la música carecía entonces de connotaciones políticas y eso explica la relativa abundancia de programas de rock (y jazz y flamenco) que se podían ver en la Segunda Cadena de TVE. De la misma manera que funcionaban las radios privadas, obligadas a diferenciar la programación de la Onda Media de lo ofrecido en su Frecuencia Modulada: nada más barato que convocar para la FM a unos cuantos chavalitos que tenían una buena discoteca particular y un módico de caradura. Pero, atención, que desde el ministerio correspondiente escuchaban atentamente lo que se decía. En Onda 2 fue sancionado el locutor Luis Mario Quintana cuando dio paso al informativo del mediodía de Radio Nacional, de conexión obligatoria, con una frase inmortal: “Y ahora viene el rollo hablado.” No es ese el rollo al que se refiere Edi Clavo en su trepidante libro.
Babelia
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