Cómo un cómic juvenil se convirtió en el libro más perseguido de Estados Unidos
‘Gender Queer’, de Maia Kobabe, dibujante de género no binario, encabeza la lista de títulos prohibidos en una creciente oleada de censura. “Hay un plan para silenciarnos”, dice en una entrevista
El domingo pasado empezó en Estados Unidos la Semana de los Libros Prohibidos, que cada septiembre desde 1982 sirve a libreros y bibliotecarios para denunciar una oleada de censura que no deja de crecer. Maia Kobabe lo celebró firmando ejemplares del título más perseguido del país, su tebeo autobiográfico Gender Queer (traducido al español como Género Queer). Fue en Small Press Expo, un salón de cómic independiente organizado en un hotel de las afueras de Washington. El día anterior había agotado los ejemplares que llevó a la feria y que pensó le durarían todo el fin de semana, así que Kobabe, de 33 años, firmaba al pie de pequeños dibujos y marcapáginas para un flujo constante de lectores, jóvenes en su mayor parte, que le agradecían su “valentía”. Algunos también le decían lo mucho que el libro había significado para ellos.
“Esto lo compensa todo”, dijo durante una entrevista con EL PAÍS, entre firma y firma. “Es lo mejor que he sacado en claro de la controversia; saber que a muchos mi esfuerzo les ha servido para sentirse más comprendidos, para provocar conversaciones familiares sobre género”.
La controversia de la que habla estalló un año y medio después de la publicación en 2020 de un tebeo que cuenta la historia de una niña nacida en el ambiente liberal de la bahía de San Francisco, arropada por padres y amigos comprensivos, que no se siente cómoda en las costuras del género que le “asignaron al nacer”. Vive atormentada, sueña con tener cáncer para perder sus pechos de vista (luego se arrepiente), tiene pesadillas con la regla, y escribe en su diario de 15 años: “No quiero ser una chica. Tampoco quiero ser un chico. Solo quiero ser yo”. Primero se declara bisexual y finalmente, como asexual, de género no binario y deja de identificarse como hombre o mujer.
Su editorial comercializó el cómic en busca de adolescentes tardíos y adultos, pero la concesión del premio Alex, de la Asociación Estadounidense de Bibliotecarios (ALA son sus siglas en inglés), que distingue títulos “con un reclamo atractivo para jóvenes adultos, de 12 a 18 años”, hizo que muchos bibliotecarios y profesores por todo el país lo empezaran a comprar y a recomendar para alumnos de middle school (entre 12 y 14 años) y high school (de 14 a 18). Y ahí comenzaron los problemas. “Las primeras señales llegaron en septiembre de 2021″, recuerda Kobabe, que considera que la edad idónea para leer Gender Queer es la que va del comienzo del instituto a la media veintena. “Al principio fueron un par de posts en redes sociales. No hice mucho caso, hasta que empezaron a censurarlo en Virginia, Texas, Florida, Pensilvania, Rhode Island, Alaska... Y ya perdí la cuenta. Cada día pienso que la cosa está a punto de pasar, pero no hay manera de apear la noticia de la actualidad”.
Hoy, Gender Queer, que empezó con una modesta tirada de 5.000 ejemplares que pocos confiaban en agotar y ya va por seis ediciones, está prohibido en 41 distritos escolares de al menos 11 Estados, a petición de padres, solos o constituidos en asociaciones como Moms for Liberty (Madres por la libertad), que denuncian que en él hay escenas de sexo, masturbaciones, un consolador y una felación, imágenes repartidas por un puñado de viñetas de un tebeo de línea clara sobre una exploración, entre la adolescencia y la madurez, de la sexualidad y la identidad. Para Pamela Macek, que cuestionó Gender Queer en un condado de la demócrata Nueva Jersey, esos libros deberían estar en una sección solo al alcance de los niños con supervisión paterna: “Lo que haga [Kobabe] en la cama no es mi asunto, tampoco el de mis hijos”, afirma.
Esa es una constante en las penúltimas cruzadas contra los libros en Estados Unidos: en lugar de atacar el tema que tratan (las dianas principales son los conflictos raciales, la homosexualidad o, como en este caso, la autodeterminación de género), los detractores buscan razones “objetivas”. Fue el caso reciente de Maus, novela gráfica sobre el Holocausto de Art Spiegelman, hijo de un superviviente de Auschwitz, que fue retirada del currículo de octavo (13 años) por orden de la junta escolar de un condado de Tennessee. ¿El motivo? Contenía un desnudo “y ocho palabrotas”. “Me parecen excusas”, considera Kobabe. “La desnudez, las palabras malsonantes, los besos entre personas del mismo sexo... son cosas que no les importan cuando las ven en las miles de películas, programas de la tele o libros que no están protagonizadas por personas queer, trans o de color. Me parece enormemente hipócrita. Todo es parte de un plan para silenciarnos y marginarnos de la vida pública”.
Maus es habitual en las listas de libros prohibidos que últimamente encabeza Gender Queer. Esta semana el PEN America, organización centenaria que trabaja en la intersección entre literatura y derechos civiles, ha publicado otra lista en la que el cómic de Kobabe repite en lo más alto. El informe denuncia que, en lo que va de año, se han prohibido 1.648 títulos en Estados Unidos, de los cuales el 41% tocaba temas o tenía personajes LGTBI y el 40% trataba de asuntos raciales o tenía protagonistas de color.
Según la ALA, el año pasado esa cifra ascendió a 1.597, la más alta desde que en 1990 empezaron a llevar la cuenta. El aumento tiene que ver tanto con la extremada polarización política como con la pandemia, durante la que muchos padres pudieron acompañar en sus estudios a sus hijos, reclusos en el hogar familiar, y vieron cosas en los programas educativos que no les gustaron. Uno de los eslóganes de Moms for Liberty dice: “¡No compartiremos la crianza con el Gobierno!”. “Durante el año escolar 2021-22″, alerta el informe del PEN, “lo que comenzó como una actividad modesta para cuestionar y retirar libros de los colegios se convirtió en un movimiento social y político de pleno derecho, impulsado por grupos locales, estatales y nacionales”.
En la última lista, el número dos lo ocupa All Boys Aren’t Blue (No todos los chicos son azules), un libro destinado al público juvenil sobre la experiencia formativa de su autor, George M. Johnson, como un chico negro gay. El tercero es Out of Darkness (Fuera de la oscuridad), novela histórica de Ashley Hope Pérez sobre el amor entre una latina y un afroamericano en Texas, en los años treinta, en el punto de mira por contener cierta escena de sexo anal. Y en el cuarto, Ojos azules, debut de la nobel Toni Morrison, se cuenta la durísima historia de una niña negra acomplejada por su fealdad que sueña con tener rasgos de blanca y es violada por su padre, que la deja embarazada. No es Morrison la única habitante del olimpo literario en estas listas: también se ha cuestionado Matar un ruiseñor, de Harper Lee; De ratones y hombres, de John Steinbeck, o Huckleberry Finn, de Mark Twain, por su “racismo”. En esos casos, los cuestionamientos llegaron del otro lado del espectro ideológico, en Estados demócratas como California.
También conviene matizar que hay algo de licencia en el término “prohibidos”. No es que se impida su venta; más bien, los libros se eliminan de los programas educativos, se arrumban en los anaqueles y no se prestan, lo que los invisibiliza (que es justo lo contrario a lo que han hecho librerías y bibliotecas durante esta semana, en la que se dedican a promocionar esos títulos, los colocan bien a la vista en los escaparates y organizan charlas sobre ellos). Pero con Gender Queer la cosa a punto estuvo de pasar a mayores, cuando dos políticos republicanos pidieron a un tribunal de Virginia que lo declarase obsceno e inapropiado para menores; querían prohibir que los libreros lo vendieran sin consentimiento paterno. Una jueza desestimó la demanda.
“Sentí un gran alivio al conocer la noticia. Pero mis abogados estaban convencidos desde el principio de que ganaríamos el caso”, dice Kobabe, quien, a los pocos días de la entrevista, envió a EL PAÍS una precisión por correo electrónico: “Entiendo que ya lo sabes, pero en inglés empleo los pronombres no binarios ‘e, em, eir’ [en lugar de los femeninos, ‘she, her, her’, o los masculinos, ‘he, his, him’]. Y en español, uso ‘elle’ y la ‘e’ para las terminaciones de las palabras: elle está cansade [en castellano en el original]”. A la pregunta de si le cansa pelear por que los demás acaten su decisión, respondió: “¡Hay de todo! Mi familia, amigos y compañeros de trabajo ya lo dominan, pues los llevo usando más de cinco años. Los extraños a menudo las pasan canutas. ¿En los medios? Depende. La revista Time usó los pronombres no binarios en una entrevista reciente [y recibió burlas en las redes sociales por ello], mientras que The New York Times los mencionó sin llegar a emplearlos”.
TIME spoke to "Gender Queer" author and illustrator Maia Kobabe on about eir work, the efforts to restrict access to eir writing, and what ey make of the current cultural moment https://t.co/JLdmgu5lCL
— TIME (@TIME) September 1, 2022
En español, los problemas llegan para quienes simpatizan al mismo tiempo con la causa de Kobabe y con las reglas de la Gramática española (o, como en el caso de este artículo, del Libro de estilo de EL PAÍS), no tanto con los pronombres posesivos, que carecen de género en nuestro idioma, como con los pronombres personales y los sustantivos, que, en cambio, son en inglés comunes en cuanto al género. Bien lo sabe Cristian Escudero, editor de Astronave, sello juvenil de Norma Editorial, que cuenta con Género Queer en su catálogo para lectores a partir de 14 años desde 2020, antes de la polémica. La traducción, de Alba Pagán, emplea moderadamente el lenguaje no binario. Escudero cuenta en una conversación telefónica desde Barcelona que el libro ha gozado de una “buena recepción”, y que acaban de reimprimirlo y estudian editarlo en catalán. Astronave, añade, “no es una editorial especializada en temáticas LGTBI”, pero una de sus líneas consiste en publicar “historias de representación”. Y entre ellas, cita Cheerleaders. Orgullo y pompones, que cuenta una historia de amor entre dos chicas, una de ellas en transición, y A-Okay. Todo saldrá bien, cuyo protagonista es asexual.
Para su segundo libro, Kobabe piensa seguir explorando ese camino. Lo hará en respuesta a la petición de padres de niños fuera de los roles tradicionales de género, que le pidieron una versión para lectores más jóvenes. También será una novela gráfica. “Por suerte”, reconoce, “ya tenía el 90% escrito cuando todo saltó por los aires, por lo que el resultado no estará influido por todo este ruido”.
Babelia
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