La burbuja se instala en los festivales de música en un mercado saturado
Mientras algunos certámenes de los históricos baten cifras de asistencia, otros se cancelan por falta de espectadores o problemas de producción debido a la escasez de especialistas tras la crisis de la pandemia
Nadie sin la pulsera de un festival en su muñeca. Tras dos años de silencio por la pandemia, 2022 ha supuesto el retorno de los grandes eventos musicales por toda la geografía española. Lo han hecho los de más tradición. BBK Live, Mad Cool, Primavera Sound o Benicàssim han vuelto por la puerta grande. También decenas de festivales de nueva creación, ya sea bajo impulso de las administraciones o de empresas que han visto una oportunidad de mercado. El sector confiaba en una demanda gigantesca y la oferta se ha desmadrado, creando una burbuja festivalera que ha causado las primeras bajas, como las cancelaciones recientes del Diversity Valencia o Madrid Puro Reggaeton Festival o el Benas Festival, que se iba a celebrar 29 y 30 de julio en Benasque (Huesca). Es un hecho que ha puesto en alerta a las citas que están por venir en lo que queda de temporada estival, que son muchas. Y, sin embargo, el optimismo se mantiene. La música en vivo facturó 382,5 millones de euros en 2019 —el doble que 2015— según los datos que maneja la Asociación de Promotores Musicales y la mayoría de grandes eventos tras el fin de las restricciones por la pandemia han registrado las mejores cifras de su historia.
Agustín Fuentes posee una de las trayectorias más longevas como promotor desde que fundara Contempopránea en Alburquerque (Badajoz) en el año 1996. El empresario recuerda la España de mediados de los noventa como “un erial de festivales”. Entonces apenas existían el Espárrago Rock en Granada, el Festival Internacional de Benicàssim, el Sónar en Barcelona o el Lemon Pop en Murcia. “Te podías hacer la ruta entera, pero no iba nadie: éramos los raros”, rememora Fuentes, sorprendido ahora por cómo “se ha pasado de la nada a lo exagerado”. “Se ha corrido la voz de que la gente quería fiesta. Ha habido un efecto llamada y el mercado se ha saturado: hay más eventos que público”, sostiene. Cree que el sector vive “una burbuja” de la que no se atreve a decir cuándo ni cómo explotará. Su festival —del 28 al 30 de julio— se ha trasladado a Olivenza por primera vez y espera vender unas 5.000 entradas, cifra pequeña comparada con las 115.000 personas que han acudido al BBK Live de Bilbao o el medio millón que acumuló el Primavera Sound en sus diez días. “Se creía que muchos desaparecerían por la pandemia, pero ha sido al revés: son más y duran más días”, explica David Saavedra, autor de la guía Festivales de España (Anaya Touring). “No tienen rival en el sector del ocio”, subraya quien relata en el libro tres décadas de festivales.
Los promotores consultados aseguran que levantar un festival este verano ha sido más complejo que nunca. Uno de los motivos es el descenso del número de empresas dedicadas al montaje de escenarios y todo el soporte que conlleva un festival
La agenda está repleta durante el verano. Basta ver cómo el fin de semana del 15 al 17 de julio coincidieron tres en la costa de Galicia: Atlantic Fest (Vilagarcía de Arousa), Vive Nigrán (Nigrán) y Morriña Fest (A Coruña). No es una excepción. Rara es la provincia donde la prensa local no ha escrito sobre el auge musical. Tampoco son extrañas ya las cancelaciones. El Fan Fan Fest cayó en junio con Black Eyed Peas como cabeza de cartel y solo a 24 horas de su celebración. También lo hizo, ya en julio, Diversity Valencia —con Christina Aguilera e Iggy Pop— cancelado diez días antes del inicio por falta de patrocinadores, según informó la organización; y a punto estuvo de caerse el Barcelona Beach Festival, desencallado a última hora. Hace unos días, las 40.000 personas con entrada para el Madrid Puro Reggaeton Festival se quedaron sin los conciertos de Daddy Yankee, Morad o Bad Gyal, porque, según la Comunidad de Madrid, existían problemas de seguridad en el evento. Este jueves, el Benas Festival se canceló por “la ausencia de infraestructuras en el mercado causadas por la falta de stock”.
El Metal Paradise de Fuengirola —uno de esos festivales previstos en 2020 y que, por la pandemia, acabaron en 2022— también se quedó en el camino. Sus impulsores enviaron un comunicado en junio que resumía las claves de lo que está ocurriendo en el sector: costes de producción “incrementados a niveles nunca vistos”, “falta de personal” y también de público. “La respuesta por parte de los asistentes ha sido limitada en comparación con otros años normales, algo que se está viendo en otros muchos eventos”, aseguraban los organizadores, las empresas Bring the Noise y The Music Republic. Estos últimos saben bien de qué hablan. Promueven citas como Arenal Sound, FIB o Viña Rock. A las grandes compañías con experiencia se han sumado ahora nuevas que no la tienen. “Hay quien se dedicaba a otra cosa y ha visto nicho de mercado, así que está invirtiendo en festivales porque se han puesto de moda”, afirma Rafael López, responsable de citas más humildes como Ojeando en Ojén (Málaga) o Etnosur en Alcalá la Real (Jaén), que el pasado fin de semana reunió a 16.000 personas.
Escasez material
Los promotores consultados aseguran que levantar un festival este verano ha sido más complejo que nunca. Hay diversos motivos para ello. Dos son técnicos. A un lado, el descenso del número de empresas dedicadas al montaje de escenarios y todo el soporte que conlleva un festival. Muchas entraron en concurso de acreedores durante la pandemia y desaparecieron y, otras, vendieron parte del material para sobrevivir y su capacidad quedó mermada. Al otro, la escasez de personal cualificado. La crisis del coronavirus acabó con la música en directo y muchos trabajadores del sector se fueron a otro para no volver. Las compañías que quedan no dan abasto porque hay excesivos eventos, carecen de mano de obra y, a veces, no pueden cumplir los tiempos de montaje comprometidos, como ha ocurrido en Benasque.
El crecimiento de festivales ha generado además una alta demanda de equipos de sonido, escenarios y material como cubiertas o vallas, que ha incrementado sus precios, como también lo ha hecho el caché de muchas bandas. A ello se suman los problemas para cuadrar horarios con los grupos debido a los conciertos que acumulan casi a diario. Por si fuera poco, hay que contar con huelgas aéreas o problemas con los aviones como el que impidió a los estadounidenses Korn acudir al Resurrection Fest de Viveiro (Lugo). Sin olvidar que los artistas pueden caerse a última hora del cartel por el covid. La pandemia sigue ahí.
La duda generalizada es si habrá público para tanto festival. Muchos han ido sobre seguro con el indie y continúan la tendencia de conformar carteles donde se repiten una y otra vez las mismas bandas. Otros mantienen su apuesta por músicas especializadas, como el Rototom Sunsplash (Benicàssim), Pirineos Sur (Huesca) o Puro Latino, que recibió a 63.000 personas en Torremolinos (Málaga) a ritmo de reguetón. Hay quien ha abierto el horizonte apuntando a bandas internacionales para atraer a público extranjero porque con el nacional no da. Así lo ha hecho el Andalucía Big Festival by Mad Cool, que consiguió una subvención de cuatro millones de euros de la Junta andaluza y que llevará a la capital malagueña a Muse, Rage Against the Machine o Jamiroquai del 7 al 9 de septiembre. Su anuncio llegó meses después de que Last Tour —que organiza festivales como BBK Live, Bime Live Bilbao— difundiese su aterrizaje en la Costa del Sol con Cala Mijas, del 1 al 3 del mismo mes y con Arctic Monkeys, Chemichal Brothers, Nick Cave y Liam Gallagher con principales bazas y un recinto de nueva construcción.
“Hay quien se dedicaba a otra cosa y ha visto nicho de mercado, así que está invirtiendo en festivales porque se han puesto de moda”, afirma Rafael López, responsable de citas como Ojeando en Ojén (Málaga) o Etnosur en Alcalá la Real (Jaén)
“Nosotros organizamos eventos para atraer el mayor número de personas posible”, subraya Eva Castillo, directora de comunicación de Last Tour, empresa que organiza Cala Mijas. “Los festivales que ya hemos celebrado han tenido cifras de 2019 y la venta de entradas va a buen ritmo en los que quedan. Somos optimistas y otros compañeros del sector nos dicen lo mismo”, apunta Castillo, que cree que la Costa del Sol demandaba un festival como Cala Mijas, que se suma a una oferta donde se habían asentado ya citas amplias como Starlite en Marbella y Mare Nostrum en Fuengirola, que sumaron casi 200.000 espectadores durante el verano de 2021. Otros promotores más pequeños, como Agustín Fuentes, no son tan optimistas. “Hay tanta oferta que este año estaremos todos por debajo de nuestras mejores expectativas”, afirma el director del Contempopránea.
“No es lo mismo vender entradas en la Costa del Sol que en Extremadura”, se resigna quien cree que la saturación del mercado, la inflación a causa de la invasión de Ucrania y la débil situación de la economía tras la crisis sanitaria hacen imposible que personas con sueldo medio puedan acudir a varios eventos durante el verano. En los grandes, las entradas de día rondan los 65 euros y los abonos llegan a 200 euros, a los que sumar bebidas, comida, traslados o alojamiento. Otros han amarrado precios, como Canela Party, un pequeño festival que ha dado el salto a un recinto junto la plaza de toros de Torremolinos. Su cartel cuenta con 40 bandas, muchas internacionales, y esperan unas 20.000 personas del 24 al 27 de agosto con entradas entre 35 y 55 euros el día o 79 las cuatro jornadas. “Nuestra principal motivación no es el negocio: siempre buscamos hacer el festival al que nos gustaría ir”, cuenta Álvaro Fernández. Más allá de bandas como King Gizzard & The Lizard Wizard, su principal singularidad es que el público acude disfrazado. “Cuanto más ridículo, mejor”, destaca Pérez, que cree que el próximo verano habrá muchos menos festivales que en el de 2022. “La burbuja explotará”, sentencia.
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