Muse monta un circo en Mad Cool y Uber irrita con sus precios
Lleno total (70.000) en el festival madrileño para disfrutar de un concierto poderoso y pirotécnico y prepararse para una azarosa vuelta a casa
“Mira, se mueve”, decía un cuarentón delgado y tatuado a su compañero de concierto, como si aquello fuera algo excepcional. Quizá sí era excepcional. Lo que se balanceaba era una cabeza enorme de estructura robótica de unos 15 metros que había emergido de las entrañas del escenario. Antes, los laterales escupieron llamaradas y la gente, entusiasmada, gritó: “Ooooooo”. Espera: el guitarrista, Matt Bellamy, está destrozando su instrumento a las bravas, golpeándolo contra los altavoces a lo Pete Townshend. Muse montado su circo en la tercera jornada del festival madrileño Mad Cool ante 70.000 personas (aforo agotado), después de que en el primer día triunfaran a base de oficio Metallica y de que en el segundo The Killers ofrecieran el concierto del festival. Todavía queda hoy sábado (Kings of Leon, Florence & The Machine o Pixies) y el domingo (Jack White, Nathy Peluso o La M.O.D.A.).
Lo de Muse es tremendo. Se han metido ellos solitos en un berenjenal importante. Cada gira debe superar a la anterior en espectacularidad escénica. Y el reto es colosal teniendo en cuenta que en una de ellas, en 2010, consiguieron hacer volar un platillo volante. Anoche se presentaron con unas gigantescas letras en llamas de fondo que reproducían las letras de la canción Will of the People. Ellos aparecieron vestidos de negro, con una capucha que les cubría la cabeza y con la cara tapada por una careta robótica plateada. Visto desde la distancia, aquello parecía un ritual de iniciación oficiado por un megalómano en alguna congregación con inquietantes intenciones. El concierto de Muse fue efectivo, a ratos poderoso y otras con innecesarios despliegues pirotécnicos escénicos. Muse produce grandes himnos que reciben una contundente visión en directo, pero estaría bien que dejaran de sacar efectos visuales a pasear. Suele soslayar su repertorio y le lima atención a lo principal, la música.
Está calando entre los festivaleros de Mad Cool una frase que podría resultar simpática si no englobara una pesadilla para muchas personas: “A Mad Cool se llega, pero no se sabe si se sale”. Efectivamente, hablamos del regreso a casa de los guerreros después de horas de música. La cosa pinta rara. A los ya insuficientes operativos del transporte público (¿por qué cierran el tren de Cercanías, pegado al recinto, a las 12 de la noche?) se ha sumado la política de precios de Uber, empresa de movilidad y compañera de viaje del festival en esta su quinta edición. El resumen: están haciendo el agosto cobrando hasta 100 euros por trasladarte al centro de la capital, cuando en un taxi cuesta bastante menos. El asunto es que, gracias al acuerdo con el festival, Uber ha montado su flota de vehículos a las puertas del recinto, y para coger un taxi hay que desplazarse unos 15 minutos andando. El festival está intentando reconducir la situación para que la excelente sensación (poco tiempo de espera para comer o beber, y buen sonido general) que se vive en el interior no se distorsione por lo que pase fuera. Anoche, sin embargo, no se había solucionado el problema. A eso de las 2 de la madrugada debías pagar 86 euros (más de lo que valía la entrada del día, 75 euros) si querías ir a la zona de Pirámides, norte de la ciudad. Veremos lo que pasa en las dos jornadas que quedan. Desde Uber apuntan: “Las tarifas dinámicas son la manera de que los conductores sepan en qué zonas hay más demanda. Es precisamente por las tarifas dinámicas que cientos de conductores acuden al Mad Cool para recoger a sus asistentes”. Y añaden: “El precio medio de los viajes desde el Mad Cool en las últimas dos noches ha sido de 32 euros y de 37 euros en la hora pico a la salida del festival, entre las 2 y las 3 de la madrugada”.
A todo esto, anoche actuó Muse. Matt Bellamy demostró que debe ser el único guitarrista al que no se le escapa una nota mientras trota por una pasarela de 100 metros. Uno intenta atisbar alguna gota de sudor en el rostro del líder de Muse cuando las grandes pantallas muestran su primer plano, pero nada de nada. Un caso a estudiar teniendo en cuenta el despliegue que realiza sobre el escenario. Él lleva buena parte del peso del espectáculo, aunque el bajista, Christopher Wolstenholme, reclame algún instante de gloria, como en Hysteria, segunda pieza de la noche, que inicia con su instrumento en el borde de la pasarela, metido entre el público. Enseguida el líder retomó el mando. No conoce la mesura este hombre: ejecutó tropecientos solos de guitarra, su falsete vocal se extendió a cada rincón del norte de Madrid (y más allá), tocó el piano y demostró una elasticidad física digna de un deportista. Está claro que se ganó el sueldo.
También se divirtió homenajeando a algunos clásicos al introducir pasajes con la guitarra entre las canciones: en Hysteria atacó Back In Black, de AC/DC; en Supermassive Black Hole se atrevió con Foxy Lady, de Jimi Hendrix; y en Plug In Baby dibujó el celebrado arpegio de Sweet Child O’ Mine, de Guns N’ Roses. Pero volvamos al busto gigante, número estrella del circo. Emergió en Won’t Stand Down y desde entonces nos acompañó durante la siguiente hora. A veces parecía deprimido, ya que no se movía. Alguien entre el público apuntó que quizá estuviera roque. ¿Fue aquello más impactante que el platillo volante? Esperen, que todavía quedaban más cachivaches: qué decir del guante a lo Darth Vader que se instaló el cantante en su brazo izquierdo y que emitía sonidos al presionarlo con la mano derecha a modo de teclado. Con ese artilugio concibió la introducción de Uprising, pieza que provocó la locura. Con tanta virguería tecnológica resultó anacrónico (y un cierto alivio) cuando se sentó a un piano normal para el preludio de Starlight.
El trío adelantó hasta cuatro canciones de su nuevo trabajo: Compliance, Won’t Stand Down, Kill or Be Killed y Will of the People, que dará título a un álbum que se publicará el 26 de agosto. Los temas más celebrados, sin embargo, fueron sus grandes clásicos, canciones de férreas estructuras y estribillos para vocearlos: Supermassive Black Hole, Plug In Baby, Stockholm Syndrome o Knights of Cydonia, con la que cerraron el concierto en una deriva de éxtasis y pogo del personal. Una buena descarga de adrenalina para afrontar con los nervios templados el lento y aventurero regreso a casa.
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