La casa de Ana Frank: memoria del Holocausto, entre el comercio y la apropiación personal
Que los ciudadanos decidan mostrar y valorar a la famosa víctima es loable, demuestra interés y compromiso; pero no conduce automáticamente a entender mejor la compleja realidad en la que fue posible aquel genocidio
Curitiba, la mayor ciudad del sur de Brasil, a más de 10.000 kilómetros de Ámsterdam y Fráncfort, cuenta con un centro comercial llamado Shopping Anne Frank. Es un centro de dimensiones modestas, existe desde hace más de veinte años y está situado en la calle Anne Frank. De ahí el nombre, que también se refleja en el restaurante Anne Frank. Sin embargo, ninguno de los productos en venta aquí ni en las demás tiendas del centro —ropa, zapatos, porcelana— parece tener una relación directa con Ana Frank. Por pasar a una perspectiva holandesa, esto recuerda a la pequeña panadería que abrió en el verano de 2018 en la calle Raadhuisstraat de Ámsterdam, a la vuelta de la esquina de la Casa de Ana Frank, en el Prinsengracht. Su nombre, Bakery Anne & Frank, llamó enseguida la atención. El dueño de la panadería aseguró que su intención era rendir homenaje a la joven “heroína”, pero en las redes sociales se consideró inapropiado e hiriente poner su nombre a una tienda, aunque fuera con un guiño. Al cabo de unos pocos días, el nombre de la panadería había desaparecido.
Hay un acuerdo tácito en que nadie debe ganar dinero con el Holocausto. Pero el hecho de que en una panadería de Ámsterdam se reaccione de distinta forma que en un centro comercial brasileño hace pensar que ese acuerdo no es necesariamente universal. Eso nos ayuda a comprender que la cultura contemporánea de la memoria es más variada y dinámica y menos inequívoca de lo que pensamos, y también indica que no todo el mundo acepta las reglas del juego (casi todas implícitas).
Todos somos Ana Frank
Hay mucha gente que, con leer el diario de Ana Frank, de cuya publicación se cumplen 75 años el próximo 25 de junio, o visitar su casa, ve satisfecho su interés por la víctima más conocida del Holocausto; pero en el mundo actual eso no basta, ni mucho menos, para saciar la necesidad general de apropiarse de la historia de Ana. La oferta de objetos relacionados con la figura de Ana Frank es tan amplia que serviría para amueblar nuestra propia Casa de Ana Frank, en cuyo salón —dado que no es un sustituto del verdadero escondite sino un complemento— no desentonaría una versión en miniatura de la casa original. Esta casa en miniatura puede comprarse por menos de diez euros en varias tiendas de souvenirs de Ámsterdam, tanto en una versión de colores como en una versión de color azul de Delft de apenas 15 centímetros de altura. Como alternativa más tradicional, se vende un azulejo de ese mismo color con una imagen de la casa, pero sin ningún texto ni explicación.
En internet hay muchos objetos relacionados con Ana Frank para decorar esa casa alternativa. Hay todo tipo de pósteres: una fotografía en blanco y negro de la escalera secreta a la Casa de atrás, o citas del diario con un bello diseño y no demasiado polémicas, como “A pesar de todo, sigo creyendo que la gente, en el fondo, es buena”. En Etsy.com se vende una lámina de Ana Frank con la palabra Optimismo, que forma parte de una serie sobre “mujeres poderosas”. FineArtAmerica, un sitio web de la competencia, muestra a Ana vestida con los cuadros rojos y blancos de la portada de su diario. La joven también está disponible como una silueta negra “hermosa y sonriente” para colgar en la pared, un objeto capaz de “inspirar una conversación”. Y hay vinilos adhesivos para adornar la pared por encima del sofá con frases como “Quien es feliz, también hace felices a los demás”.
En la Casa alternativa de Ana Frank hay una amplia selección de tazas para la cocina. Por ejemplo, por algo menos de 20 euros se puede comprar una “taza de café con leche Ana Frank, hecha en cerámica”, con la inscripción “Piensa en toda la belleza que aún queda a tu alrededor y serás feliz”. Un alegre dibujo de Ana Frank adorna un juego de posavasos. Y también está el inevitable imán de nevera. Las tiendas de souvenirs de Ámsterdam venden imanes con fotos de varios edificios históricos, incluida la famosa fachada junto al Prinsengracht, y también “imanes con citas inspiradoras”, como “Qué maravilloso es que nadie tenga que esperar ni un solo momento para empezar a mejorar el mundo”. La ilustración muestra a una mujer colgando la ropa en la cuerda y un bebé a su lado, tumbado en la hierba: una situación idílica que a Ana Frank se le negó.
Por supuesto, en el estudio cabrá un ejemplar del diario. Además, la tienda del museo de la Casa de Ana Frank vende una libreta en blanco con un diseño que evoca de forma lúdica el diario original. En otros lugares se venden libretas vacías que parecen réplicas. En Alemania se puede comprar por 49 euros una copia hecha a mano con un cierre de igual al auténtico. Las reflexiones que no queramos encerrar en un diario podemos compartirlas en tarjetas postales, en las que Ana Frank figura representada por actrices de cine y estatuas. Si se está dispuesto a gastar algo más de dinero, para enviarlas se puede utilizar un sello holandés de correos con la efigie de Ana Frank. PostNL, el servicio de correos holandés, emitió el sello con motivo del 75º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, diseñado en oro de 24 quilates y con un precio de 50 euros.
El dormitorio ofrece una imagen de paz bajo una manta tela escocesa con el estampado de cuadros rojos y blancos que adornaba la portada del diario original, elaborada en homenaje a Ana por el sitio web estadounidense Spoonflower. Una pequeña empresa de Carolina del Norte produce una funda de edredón con la cita “Nadie se ha vuelto pobre por dar” y puede acompañarse de unos cojines procedentes de China, con una fotografía impresa de la lápida conmemorativa colocada en Bergen-Belsen en honor de Ana y su hermana, Margot.
Las habitaciones de los niños también ser lugares de recuerdo, como demuestra el hecho de que cada vez se publiquen más obras que cuentan la vida de Ana de forma accesible a los lectores más jóvenes. Entre los libros llenos de lujosas ilustraciones, cada vez hay más dedicados a los ayudantes de Ana Frank, su gato y su castaño. También se vende en el mercado una muñeca cabezona que representa a una alegre Ana Frank; según el fabricante, “el regalo perfecto para cualquiera”, aunque añade que evidentemente “Ana Frank es una víctima del Holocausto muy querida”.
Y, por último, el jardín, que alberga un recuerdo verde. El castaño del jardín interior de la Casa de atrás tenía un significado que quedó reflejado en el espíritu emprendedor holandés cuando una tormenta de verano lo derribó en 2010. Poco después de la caída del árbol, Marktplaats.nl, el equivalente holandés de Ebay.com, empezó a vender una amplia selección de castañas, ramas y brotes procedentes de él. Ahora, varios años después, se ofrecen “retoños sanos” del castaño de Indias de Ámsterdam, al que llaman el “árbol holandés de la esperanza”. Como alternativa más asequible, los centros de jardinería venden el rododendro de color rosa y rojo “Ana Frank” y la rosa anaranjada llamada “Souvenir de Ana Frank”.
¿Esto es todo? No, en absoluto. La memoria contemporánea de Ana Frank no se circunscribe a los artículos domésticos. También podemos tener un recuerdo portátil y llevarlo en el cuerpo. Una de las manifestaciones más comunes es la camiseta que, como la sudadera y el body para bebé, es una plataforma más en la que exhibir la imagen y los textos de Ana. Las pulseras y los collares también muestran citas suyas en inglés, y en los últimos tiempos, con el covid, se añadieron las mascarillas también decoradas con frases inspiradoras. Asimismo, se venden pegatinas para hacerse tatuajes temporales con el rostro de Ana, una colección con el lema “Diseña tu forma de ser”.
La trivialización de la memoria del Holocausto
Hace muchos años que se debate sobre el control de la figura de Ana Frank. En 1997, cuando la escritora estadounidense Cynthia Ozick publicó un artículo titulado ¿A quién pertenece Ana Frank?, estaba pensando sobre todo en varias traducciones del diario y en su adaptación para el teatro y se mostraba horrorizada ante las apropiaciones descaradas y constantes, que, en su opinión, habían empezado cuando Otto Frank presentó al mundo la obra de su hija menor como algo esperanzador, optimista e idealista.
En las últimas décadas, la cuestión de quién debe controlar el legado de Ana Frank ha enturbiado aún más la conflictiva relación entre la Casa de Ana Frank de Ámsterdam y el Fondo de Ana Frank de Basilea. Pero las fricciones legales entre estas dos instituciones ocultan un fenómeno más amplio, el de la democratización o, al menos, la individualización y la consiguiente comercialización de la cultura de la memoria. El sentido del que se reviste a Ana Frank no se lo dan solo las instituciones autorizadas a ser herederas y custodias de su legado. También se le atribuye cuando se lee el diario y se visita la Casa de atrás, cuando se ven películas, documentales, videoblogs y cómics sobre ella y, por supuesto, cuando se compran souvenirs de todo tipo.
El énfasis que se hace sobre los momentos y las expresiones de esperanza de Ana Frank en muchos artículos comerciales refuerza la impresión de que es más importante identificarse con Ana que conocer mejor el contexto histórico en el que vivió y fue asesinada. En una sociedad en la que el recuerdo de la persecución de los judíos recibe cada vez más atención, mientras que prevalece una visión ahistórica, la idea de que es totalmente imposible comprender el Holocausto, resulta preocupante la existencia de una cultura del recuerdo tan comercial y superficial.
Que los ciudadanos decidan mostrar y valorar a Ana es loable, demuestra interés y compromiso; pero no conduce automáticamente a entender mejor la compleja realidad en la que fue posible aquel genocidio. A la hora de la verdad, los únicos recuerdos que pueden acercarnos al pasado son los que crean fricción e incluso indignación y suscitan preguntas.
Una parte importante de los recuerdos materiales a los que me refiero ofrecen una imagen muy selectiva de las experiencias de Ana Frank y encarnan los tropos optimistas que tanto detesta Ozick. Este desequilibrio impregna la manera de recordar el Holocausto y, podríamos añadir, de sobrescribirlo y olvidarlo.
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