El padre de Ana Frank censuró las reflexiones íntimas del "Diario" de su hija
El padre de Ana Frank, Otto Frank, fallecido en 1980, decidió suprimir los comentarios citados y que constituyen una gran parte del Diario original, «a fin de respetar las conveniencias de la época». Por ello, ocultó los más íntimos pensamientos de la joven. Desde 1946, fecha de la primera edición del Diario, traducido a 56 idiomas, se sabía que Otto Frank había tachado algún fragmento, pero no se sospechaba que fuera de tal importancia, tanto en la extensión como en los temas tratados.Ana Frank relató en su Diario su vida durante la ocupación nazi de Holanda, entre 1942 y 1944, y la angustia ante la proximidad de su detención por ser judía y su envío a un campo de concentración, donde, tal y como lo había imaginado, perdió la vida.
El Instituto Holandés de Documentación de Guerra ha anunciado que publicará la versión íntegra del Diario en 1982, cuando haya examinado las variantes de estilo introducidas por su padre. La edición estará acompañada por certificados de autenticidad de un equipo de grafólogos. Un grupo neonazi alemán ha acusado de falsos estos originales, por lo que ha sido necesario, según el presidente del Instituto Holandés, aportar las pruebas necesarias de su autenticidad.
En marzo de 1945, al comienzo de la primavera, la segunda guerra mundial entró en su etapa final. En Bergen-Belsen, uno de los campos de exterminio nazi con nombre de balneario o eslación estival, una niña judía agonizaba junto al cadáver de su hermana, que había muerto unos días antes. Su cuerpo consumido por la inanición y el sufrimiento era sólo un cuerpo más, mudo y anónimo, entre los seis millones de víctimas que cifró el holocausto judío.
Pocos años más tarde, la identidad y la historia de esta muchacha judía serían reveladas al mundo, convertida en un símbolo para la Europa convaleciente de la segunda guerra mundial. El contenido de su diario, donde relataba en el tono vivo y espontáneo de cualquier adolescente que escribe un diario íntimo su experiencia de persecución, ocultación y captura por parte de la Gestapo, se tradujo a varios idiomas, se reprodujo en largas tiradas editoriales e inspiró obras de teatro y varias películas. En el testimonio personal del dramático destino de una niña judía se reflejaba la tragedia de toda su raza y de uno de los episodios más sobrecogedores y terribles de la historia.
"¡Cuán maravilloso es escribir!"
Si Ana Frank viviera, hoy tendría poco más de cincuenta años. Una mujer en la plenitud de la madurez, posiblemente dedicada al oficio de pintar o escribir. «Quienes no escriben desconocen cuán maravilloso es; antes yo deploraba no saber dibujar, pero ahora me entusiasma poder, al menos, escribir. Y si no tengo bastante talento para ser periodista o para escribir libros, ¡bah!, siempre podré hacerlo para mí misma», escribe en su Diario.Ana Frank nació el 12 de junio de 1929, en Francfort, y era la segunda hija de Otto y Edith, un matrimonio de comerciantes judíos que, ante la amenaza del ascendente nazismo, se trasladó en 1933 a Amsterdam. La infancia de Ana transcurrió con absoluta normalidad hasta 1940, cuando los alemanes tomaron los Países Bajos y Amsterdam dejó de ofrecer seguro refugio. En julio de 1942, alarmados por una citación de la Gestapo, la familia Frank -los padres y dos niñas- decidieron ocultarse con otros cuatro judíos en los locales de la empresa donde trabajaba el padre. Ocuparon cuatro habitaciones en la buhardilla de un edificio situado junto al canal de la ciudad antigua. Allí pasaron a la sombra del miedo, de la ansiedad constante por ser descubiertos, dos largos años hasta que el 4 de agosto de 1944 un policía alemán y cuatro ayudantes holandeses localizaron su santuario o topera y todos ellos fueron deportados a diversos campos de concentración.
Durante tan prolongado enclaustramiento, el Diario fue la única distracción para Ana, que tenía entonces unos catorce años y proyecta en él el impulso creador de su imaginación. Escribía, en forma de cartas, a una amiga inventada, Kitty, a la que contaba sus sentimientos, impresiones, ideas y sueños de adolescente. «No me resigno a vivir como las mujeres que se dedican a las labores propias de su sexo», escribía. «Me niego a soportar esos gritos y palabras duras que estoy obligada a absorber poniendo buena cara».
Margita Petterson, una de las supervivientes de Bergen-Belsen, recuerda los últimos momentos de Ana. «Traté de ayudarla en lo que pude. Casi todos los días le llevaba algo de comida que robaba en la cocina, pero después de la muerte de su hermana, Margot, Ana ya no sentía deseos de vivir. Pensaba que era una chica muy agradable y muy dulce. Tenía unos ojos tan grandes, maravillosos ojos oscuros. Sentía mucha pena por ella. Pasaba el tiempo sentada junto al cadáver de su hermana».
Cuando el Diario de Ana, terminada la guerra, llegó a manos de Otto Frank -a través de unos amigos que lo habían encontrado en la topera de Amsterdam-, éste decidió publicarlo para cumplir así la voluntad de su hija, violentamente frustrada, de realizarse como escritora. «Estoy persuadida de que podré escribir. He escrito algunos cuentos que no están mal, y las descripciones de nuestra vida en las habitaciones del refugio tienen cierta gracia. En mi diario hay algún pasaje interesante, pero aún no sé si realmente tengo talento», reflexionaba Ana en su encierro. La vida no le iba a dar oportunidad de comprobarlo.
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