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Cecilia Vicuña: “La revolución de los jóvenes de hoy no es ideológica, es ontológica”

La artista visual, galardonada con el León de Oro a la Trayectoria en la Bienal de Venecia, llega de sopetón a la cumbre de su carrera tras cincuenta años de trabajo

La artista visual chilena Cecilia Vicuña, en 2021.
La artista visual chilena Cecilia Vicuña, en 2021.William Jess Laird
Antonia Laborde

A la artista y poeta Cecilia Vicuña (Santiago de Chile, 1948) le tomó medio siglo de trabajo sacarse la idea de que su obra era “absolutamente invisible”. La veterana del ecofeminismo pasó de ese cuasi anonimato a colocarse en el exquisito ojo de los principales museos del mundo. Recién galardonada con el León de Oro a la Trayectoria en la Bienal de Venecia —la primera chilena en recibir el premio—, y próxima a exponer en el Guggenheim de Nueva York y en el Tate Modern de Londres, Vicuña le atribuye su momentum en gran parte a la nueva ola feminista, que descubrió en sus poemas, pinturas, libros y performances una resonancia a la bandera de lucha del movimiento. “Las mujeres de mi generación nunca se interesaron en lo que yo hacía”, comenta por teléfono desde la pequeña isla de Siro, en Grecia.

Hija de artistas y revoluciones, vive en el exilio desde la dictadura chilena. El golpe militar de Augusto Pinochet en 1973 la encontró en Londres y no volvió. Desde hace cuatro décadas reside en Nueva York y, durante todo este tiempo, su poesía ha buscado distintos escaparates para reivindicar a los pueblos indígenas, el feminismo y el ecologismo. La prematura toma de conciencia no se la achaca a los libros ni a un mentor, sino a “la enseñanza del suelo”, la que entra por la planta de los pies. Ese contacto directo con la naturaleza la moldeó. Ahora es la crisis climática la que está moldeando a los jóvenes:“Hay un deseo muy fuerte de ser lo que cada uno siente que debe y quiere ser que tiene que ver con la amenaza ecológica”.

Pregunta: ¿En qué momento vital recibe el León de Oro?

Respuesta: Me pilla en un momento absolutamente increíble. De pronto, desde la feria Documenta 14 [2017, Atenas], se ha generado una capacidad de sentir y ver lo que ha sido mi obra durante más de medio siglo, siendo que hasta ese momento era absolutamente invisible. Es como si la invisibilidad se hubiera convertido en visible de un minuto para otro. En los 80 escribí un poema en inglés en el lenguaje de palabrarmas [uno de sus trabajos que consiste en resignificar el léxico en su propia morfología]: ‘Lo visible está dentro de lo invisible y lo invisible está dentro de lo visible’. Eso es lo que estoy viviendo.

P: Lo recibe en la primera Bienal de Venecia dominada por artistas mujeres.

R: Es como estar en medio de un cambio histórico y de paradigma. No solo nunca había habido una curadora italiana mujer -Cecilia Alemani-, sino que desde que comencé, que mi primera exposición individual fue en 1971, jamás se ha visto una bienal en ningún país de la cultural occidental donde el 80% fuera artistas mujeres. Es un cambio, es un momento decisivo.

P: En 1972, de hecho, pintó el Frente Cultural, donde había un puesto de periódicos con titulares sobre la lucha mapuche y el derecho al aborto en Chile. Los mismos titulares que se ven hoy.

R: Exactamente. Una de las razones por las que me dieron el premio fue para dar visibilidad a artistas cuyas obras fueron anticipatorias y que cuando las crearon no tuvieron llegada. Sin embargo, ahora, sobre todo la gente joven, vibra con esas cosas porque están usando ese lenguaje. Un lenguaje que viene de mucho antes, secuencialmente olvidado. Los poetas y artistas tienen que recordar lo que ha sido borrado y transformarlo en un lenguaje nuevo para que otra vez active las transformaciones. No podemos seguir viviendo en esta violencia contra la tierra y contra los seres vivos. Yo siento que la revolución de los jóvenes ya no es ideológica, es una revolución ontológica, filosófica, ética y de la sensibilidad. El deseo de justicia es tan fundamental porque el abuso ha llegado a ser demasiado.

P: ¿En qué se caracteriza esta revolución ontológica?

R: El valor principal de esta revolución es el derecho a ser como ellos quieren ser. No se quieren definir como hombres ni como mujeres, sino como un estado no definido. Eso es indudablemente una revolución ontológica. En muchos países se ha aceptado el matrimonio entre personas del mismo sexo. La definición de lo que es sexo, de lo que es sexualidad, de lo que es sensibilidad, todo eso está cambiando. Esto es una revolución de la sensibilidad del ser, ontológico, un deseo de ser lo que cada uno siente que debe y quiere ser, y creo que es una respuesta a la amenaza ecológica y de los estados autoritarios.

P: ¿Esta revolución la ha ayudado a acercarse a Chile?

R: Siempre he tenido una cercanía muy profunda con la tierra de Chile y con las personas que tienen una afinidad con mi sentir, pero esa afectividad y esa participación ha sido invisible. Nadie sabía que yo estaba haciendo obras en las cordilleras, en las calles, en los mares con otras comunidades. Todo era como si no sucediera. De pronto, los jóvenes, y sobre todo las jóvenes, empezaron a discutir esto y eso empezó a intensificarse con la revolución pingüina [de los estudiantes, 2006]. Las mujeres de mi generación nunca se interesaron en lo que yo hacía. En cambio las que tienen 20, 30, 40 años menos que yo sí se han interesado. Hay un cambio de perspectiva, no solo generacional.

P: ¿Con qué ojos ve los procesos de cambio que está viviendo Chile?

R: Me parece una oportunidad extraordinaria la de escribir una Constitución colectivamente. No creo que haya muchos lugares en el mundo que se estén dando a sí mismos ese derecho. Ese es un derecho precioso y frágil, increíblemente frágil, porque está siempre sujeto a las distorsiones y a la violencia lingüística: el discurso del odio, del miedo, del desprecio. Esa fragilidad es para mí lo fundamental del ser vivo, por eso creé el arte precario [pequeñas obras escultóricas hechas a partir de desechos]. Hay una precariedad que nos hace infinitamente vulnerables e infinitamente poderosos. Creo que este es un momento de inmensa vulnerabilidad de la creatividad del pueblo chileno y, a la vez, si decide proteger y cuidar la oportunidad que tenemos de hacer una Constitución justa, eso abriría unas puertas a una nueva realidad.

P: ¿Cómo se relaciona esa vulnerabilidad con el lenguaje?

R: Tiene que ver con el lenguaje en el sentido de que el derecho a saber la verdad ya ha sido vulnerado porque hay un dominio del discurso falso con las llamadas fake news. Todo el poder del dinero está orientado a ocultar la verdad. Con eso, el lenguaje ya está vulnerado. También está vulnerada la capacidad de Chile de autosustentarse porque se han robado el agua, la privatizaron, entonces el país se está secando. Está vulnerada la tierra por el cambio climático, por la contaminación, por las prácticas destructivas como la salmoneras o las minas que lo destruyen todo. Los científicos de todo el mundo han declarado la alerta final, que implica que la habitabilidad del planeta para los seres humanos se está terminando. Esa es la vulnerabilidad.

P: Usted ha dicho que la educó la tierra.

R: Yo no formé mi consciencia ni por los libros ni por algo que me dijeron. Yo tuve la fortuna de crecer a pata pelá en el campo chileno y que nadie me controlara. Tenía zapatos, pero prefería andar descalza porque sentía el suelo y lo que el suelo te comunica es infinito. No había nadie distorsionando ni mandando. Mis padres eran jóvenes, libres y no se fijaban. Para ellos no había mucha diferencia entre los niños y los pollos, dicho como algo positivo. Esa libertad que tuve para pensar mis propios pensamientos, para sentir mis propios sentimientos, es lo que me hizo la artista que soy. Cuando en la adolescencia me empecé a encontrar con que pensar o sentir así no estaba bien, a mí ya no se me podía parar.

P: En un momento la sacan de ese campo.

R: Mi primer exilio fue a los 9 años, cuando me sacaron de esos bosques y me llevaron a vivir al barrio alto de Santiago. Me pusieron en un colegio inglés donde a los niños los obligaban a comer jabón gringo si decían una palabra de español. Yo obviamente no sabía nada así que pasaba con la boca llena de burbujas.

P: ¿A los 9 años ya no se la podía parar?

R: Absolutamente. Ahí inicié mi primera revolución infantil. Me ponía un traje inventado por mí y les decía a los niños que si fuéramos indígenas andaríamos en pelota por los bosques y no en una escuela encerrados y obligados a escuchar cosas que no nos importaban. Yo he creado un sistema educacional basado en los pensamientos de esa niñita.

P: Esa niñita tiene hoy 74 años y varias exposiciones en carpeta.

R: En mayo se abre una muestra unipersonal en el Guggenheim de Nueva York. La muestra, que ocupa la mitad del museo, consiste en muchas de mis obras simbólicas desde los sesenta hasta ahora, es una perspectiva de mi trabajo. Habrá pinturas, instalaciones, palabrarmas, cine y performances. Tambíen está una retrospectiva de mi obra llamada Veroir: el fracaso iluminado en Bogotá, tras su paso por Holanda, México y España. Y en octubre expondré en la Tate Modern de Londres.

P: ¿Está cansada?

R: No estoy cansada, estoy agotada a morir y a la misma vez llena de energía. Es un estado paradojal porque esto sucede cuando soy una viejita, en vez de cuando era joven. ¿Es algo bueno o malo? No se sabe. Vamos a ver si todavía estoy viva al cabo de dos años y ahí podemos conversar.

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Sobre la firma

Antonia Laborde
Periodista en Chile desde 2022, antes estuvo cuatro años como corresponsal en la oficina de Washington. Ha trabajado en Telemundo (España), en el periódico económico Pulso (Chile) y en el medio online El Definido (Chile). Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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