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La chilena Cecilia Vicuña, premio Velázquez de artes plásticas

El galardón, concedido por el Ministerio de Cultura, reconoce su "obra como poeta, artista visual y activista"

Estrella de Diego
La artista Cecilia Vicuña en la Documenta de Kassel (Alemania), en 2017.
La artista Cecilia Vicuña en la Documenta de Kassel (Alemania), en 2017.THOMAS LOHNES

Cecilia Vicuña Ramírez (Santiago de Chile, 71 años) explicaba, en una entrevista en 2018, que ser una artista en el Chile de los sesenta conllevaba todo menos imaginar que el producto de su imaginación acabaría algún día en una galería, aunque su impresión podría ser extrapolable a cualquier otro lugar o cualquier otro artista de aquel momento: todos creían que vivirían hasta los 20 años o hasta la eternidad, lo que llegara antes. La creadora fue distinguida ayer con el prestigioso Premio Velázquez que, dotado con 100.000 euros, concede el Ministerio de Cultura a la carrera de un artista iberoamericano. El jurado destacó su “arte multidimensional, en el que interactúa con la tierra, el lenguaje y los tejidos”.

La pequeña Cecilia, inspirada por los numerosos libros que llenaban su casa, empezó muy pronto, según continuaba en la mencionada entrevista, a pensar en poemas. Y se enfrentó muy pronto también con la experiencia del exilio, cuando su familia decidió dejar el campo, instalarse en la ciudad y meterla en una escuela inglesa donde se sentía extranjera. Aquel sería el primer exilio interior de los muchos a los que se ha visto empujada a lo largo de su vida.

Su primera decisión fue asumir el disfraz de “india” como el papel esencial que iba a gobernar desde entonces ese trabajo frágil y perecedero —palos, telas, ramas…—. Autora de esculturas a punto siempre de desaparecer, que llamaba “basuritas” para enfatizar la naturaleza vulnerable de las cosas, su obra aspira a reunirse con el cosmos, a formar parte del todo a la manera indígena, una comunión con la naturaleza que, sin que ella supiera siquiera su nombre, la situaría, mucho después, entre los “ecofeministas”.

La naturaleza

Allí en Santiago, los Andes vigilaban el tiempo y el sueño con su poder y omnipresencia; montañas y océano constituyen la esencia misma de Chile, así como la naturaleza de ese “arte precario”, que disputaba a cada rato el paso de las estaciones. No en vano, su primera muestra en el museo de la ciudad abierto a los jóvenes tras la llegada de Salvador Allende fue una instalación que llenaba la sala de hojas secas. Llamó a la propuesta Otoño. Fueron años creativos, acuciados por la necesidad de colmar el mundo de nuevas propuestas. La artista, que ha desarrollado su trabajo en numerosos medios —performance, instalaciones, pintura, poesía, cine, objetos…— creó un colectivo, Tribu No, que compartió poemas, manifiestos y acciones.

Era una especie de búsqueda de preguntas más que de respuestas lo que movía a la joven Vicuña. La misma que al llegar a Nueva York en 1969, tras la traducción de sus poemas y viendo el arte abstracto que gobernaba la ciudad, decidió abandonar su propio lenguaje y volver los ojos hacia el tipo de pintura que ha cultivado desde entonces, cierto arte vernáculo avant la lettre —ahora muy a la moda— que, bajo la apariencia de simplicidad, escondía el complejo juego del “arte colonial” mismo: romper las reglas espaciales europeas era una forma sofisticada de subversión. Los lienzos se llenaban de personajes descarados que tomaban el lugar de los santos y vírgenes de la pintura cusqueña. Era su forma de restaurar la revolución.

Luego la dictadura militar llegó a Chile y las cosas se sucedieron rápidas y tremendas. Empezaría para Vicuña un exilio menos metafórico que le sorprendía en Londres y la llevaría más tarde hasta Nueva York, en 1980, donde participó del colectivo Heresies junto a la escritora y activista Lucy Lippard. A su manera una poeta visual, Vicuña ha sabido como nadie monumentalizar las fragilidades de los quipus (nudos) de la tradición indígena y enfrentar esa monumentalidad con lo perecedero, lo que, precario, debe volver al cosmos, como en la tradición indígena y desaparece para dar la vida. Algunos lo llaman ahora “ecofeminismo”.

Anteriores premiados

Los anteriores galardonados han sido: Ramón Gaya (2002), Antonio Tapies (2003), Pablo Palazuelo (2004), Juan Soriano (2005), Antonio López (2006), Luis Gordillo (2007), Cildo Meireles (2008), Antoni Muntadas (2009), Doris Salcedo (2010), Artur Barrio (2011); en 2012 no se falló. En 2013 fue para Jaume Plensa, Esther Ferrer (2014), Isidoro Valcárcel Medina (2015), Marta Minujín (2016), Concha Jerez (2017) y Antoni Miralda i Bou (2018).

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