‘El hombre del norte’: mucho ruido, cantidad de sangre

Borges, el hombre que sabía todo de los libros, aunque confesara haber cometido el mayor de los pecados, o sea, no haber sido feliz, declaró muchas veces su amor y admiración incondicionales a las leyendas escandinavas y a las sagas islandesas. Imperdonablemente las desconozco. Imagino que el coguionista y el director de El hombre del norte las han devorado. Y, por supuesto, han leído a un tal Shakespeare, la persona que mejor ha descrito con palabras lo que ocurre en el cerebro y en el corazón de la gente. En esta película existe eco no solo de personajes como Hamlet. También de Macbeth y Ricardo III. Al servicio de una historia con pretensiones de espectáculo, de llevar a los cines al gran público, algo que solo consigue últimamente ese cine tan vacuo, bobo, clónico, fabricado por computadora, que lleva el sello de la factoría Marvel.

Lleva la firma del director estadounidense Robert Eggers, avalado con prestigio crítico, aunque no entienda los motivos, ya que su aclamada El faro me pareció una tontería pretenciosa, inútilmente retorcida, complacientemente violenta, insoportable. En El hombre del norte la violencia no es psicológica, sino ante todo física, incluyendo más de una imagen de gente con los intestinos colgando. La venganza obsesiva protagoniza su temática. La que planea un hombre, cuyo padre, rey de Islandia, fue asesinado por su felón y traidor hermano cuando él era un crío. Y también se casó con la viuda. A lo largo de dos horas, que no me resultan aburridas, pero tampoco apasionantes, este ser prematuramente destrozado sobrevive duramente como esclavo, con el único fin de matar al que causó su desdicha. También aspira a liberar a su madre de la persona que destrozó a su familia. Pero habrá sorpresas con poder alucinatorio para el vengador. El pasado está lleno de aristas. Y se agradece el giro perverso del guion. La sórdida realidad huye de lo que podría ser adecuado o convencional.

El hombre del norte posee cierta fuerza visual, también un ritmo adecuado a la brutalidad que están describiendo. Puedes acabar saturado de tantas peleas, del desparrame de vísceras, de enfrentamientos feroces. Todo es primitivo y salvaje. Miembros cercenados, sangre interminable, gritos y aullidos. Con el alivio de una historia de amor con presente tan crudo como pocas esperanzas de futuro. Al sombrío protagonista lo encarna el chico de moda, Alexander Skarsgård, hijo de ese actor modélico y sobrio llamado Stellan Skarsgård. Por ahora, prefiero al padre. Y aunque resulten inicialmente irreconocibles, también aparecen secundarios de lujo, como Willem Dafoe, Ethan Hawke y la enigmática Björk, haciendo lógicamente de bruja. Pero el trabajo que más me convence es el de la siempre creíble actriz Nicole Kidman. Su careto lleva mucho tiempo alterado o tieso por el comprensible terror al envejecimiento, pero su talento permanece intacto, haciendo de buena o de mala.

Al llegar a mi casa vuelvo a ver, después de mucho tiempo, la deliciosa La princesa prometida. No es casual. Como El hombre del norte, habla de una venganza, plagada de duelos entre espadachines, peleas, personajes pintorescos, una historia de amor que el destino no pudo quebrar. Todo es de broma, con el humor y la ironía protagonizando situaciones graciosas y delirantes, con capacidad para captar la atención y la pasión de un crío enfermo al que su abuelo le lee un libro. Todo es imaginativo e inteligente en esta preciosa película, empezando por el extraordinario guion de William Goldman. Me duermo pensando en ella. No en El hombre del norte.