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Vikingos ‘queer’, transculturales y bastante inclusivos

Neil Price ofrece una iluminadora y sugerente nueva historia de los antiguos escandinavos que desmonta estereotipos

La reconstrucción del barco vikingo Skuldevev 2, 'Corcel de los mares',  navegando de Dinamarca a Dublín en 2007
La reconstrucción del barco vikingo Skuldevev 2, 'Corcel de los mares', navegando de Dinamarca a Dublín en 2007
Jacinto Antón

Las ideas sobre los vikingos han cambiado mucho en los últimos años, sobre todo gracias a los hallazgos arqueológicos, que han permitido reescribir en buena medida su historia. Pero seguramente nadie es tan radical, estimulante e iluminador como el arqueólogo e historiador británico Neil Price (Londres, 55 años), que acaba de publicar en castellano Vikingos, la historia definitiva de los pueblos del norte (Ático de los libros), una síntesis extraordinaria llamada a marcar época en la imagen que tenemos de los antiguos escandinavos y cuya publicación original data de este mismo año. La mirada de este especialista de la universidad de Upsala (Suecia), que lleva 30 años investigando, no sólo desmonta definitivamente estereotipos arraigados, como el de bárbaros poco sofisticados, y abre áreas de estudio inesperadas (la complejísima mente vikinga), sino que aplica conceptos nuevos a los vikingos y los muestra de una manera increíblemente vívida, desde dentro. “He intentado no juzgarlos, sino tratar de verlos como eran de verdad”, explica Price a este diario. “Encuentro a los vikingos infinitamente fascinantes, pero interesantes no es lo mismo que admirables”, matiza. ¿Se puede reconciliar lo luminoso y lo violento en los vikingos, la poesía y la espada? “No me parece un problema, la gente, incluso ahora, puede ser muchas cosas al mismo tiempo. Los incursores vikingos eran asesinos, violadores, esclavistas, pero a la vez crearon arte y poesía hermosos. Una cosa no excluye la otra, nunca; debemos tratar de ver sus vidas como una totalidad. Y recordar que la mayoría de la gente escandinava de la Edad Vikinga se quedó en casa, en la granja, sin ir a ningún sitio y jamás hizo daño a nadie”.

Price observa en los vikingos (¡esos hirsutos guerreros tan machos del cliché!), casos de identidad queer, empezando por el propio dios Odín, que escapan a la definición tradicional de género. “No me parece chocante, creo que quizá es que estamos poco acostumbrados a pensar en el pasado en términos modernos. Por supuesto que debemos ser muy cuidadosos y no transferir simplemente conceptos de hoy a culturas antiguas. Pero mi punto principal es que la gente de la Edad Vikinga eran individuos tan complicados como nosotros. Seguramente sería más chocante sugerir que no lo eran.”.

El investigador utiliza, más allá del de invasión, el concepto de “diáspora” para la movilidad geográfica de los vikingos, los califica de “transnacionalistas” y “relativamente inclusivos” -como probaría, dice, el éxito militar de un minusválido como el histórico Ivar Sin Huesos-. También compara de manera muy estimulante sus correrías marinas con la piratería del Atlántico del XVII y utiliza el término de “hidrarquía”, donde no hay una cabeza visible con la que negociar como sucedía con las hermandades de bucaneros. Asimismo, compara a los rus, los vikingos que desarrollaron las vías fluviales del Este, con los métis, los tramperos del Canadá. En el mundo descrito por el autor, Björn Costado de Hierro podría haber manejado, además de muy diestramente la espada, letras de cambio. Y te podían partir en dos, los vikingos, pero no eran nada racistas.

Armas y mandíbula de vikingo en la exposición que les dedicó a los antiguos escandinavos el British Museum.
Armas y mandíbula de vikingo en la exposición que les dedicó a los antiguos escandinavos el British Museum.

Price apunta que pudieron visitar Alejandría y que un ratón que viajaba en sus barcos prueba que estuvieron en Madeira. El autor de Vikingos excava en el alma vikinga para encontrar un pueblo que percibía vivamente la presencia del Otro Mundo en el nuestro. Recalca las conexiones con los seminómadas y chamánicos sami con los que compartían espacio en la península escandinava. “Hubo mucha interrelación, en términos de comercio, matrimonios mixtos, y mucho más”, considera. Rastrea muy atrás, en el siglo V y sus catástrofes naturales y sociales (un verdadero Ragnarök inicial), los orígenes del fenómeno vikingo; destaca la importancia del desequilibrio sexual provocado por la poliginia y probablemente el infanticidio selectivo de niñas (había menos mujeres disponibles que hombres) como una de las causas de la expansión escandinava: hacerse a la mar era también ir a por ellas. Subraya que había más de un Valhalla, y que las valkirias (conocemos los nombres de 52) no eran guapas, sino que causaban espanto (“mirarlas era como contemplar las llamas”). En cuanto a las runas, observa que no son una escritura sagrada y que se pueden encontrar textos tan profanos como “las cosas me han ido mal, socio” o “ingibjörg se acostó conmigo cuando estuve en Stavanger”.

En Vikingos, el primer ataque que marca el inicio de las incursiones no es el tradicional de noruegos a Lindisfarne de 793 sino el de suecos a Salme, en una isla báltica frente a la costa de Estonia, 40 años antes (en 2008 y 2012 se hallaron y excavaron dos barcos funerarios llenos de guerreros muertos enterrados en la orilla). Los ataques no eran un calentón (aparte del impulso de algunos vikingos de buscar sexo) sino que estaban minuciosamente planificados, requerían un esfuerzo económico enorme (se calcula que las flotas escandinavas precisaban para sus velas, de lana burda, la producción anual de dos millones de ovejas) y los combatientes no eran unos descerebrados que empleaban la fuerza bruta: estaban cuidadosamente entrenados en el uso de sus armas, y resultaban unos verdaderos artistas con ellas. Los grandes ejércitos vikingos del siglo IX eran en realidad, para Price, “comunidades migratorias en constante evolución” y su composición era multiétnica, no solo escandinava.

El personaje ambiguo del hechicero en la serie 'Vikingos'.

“No debemos buscar una explicación simple para el inicio de las incursiones y la gradual expansión escandinava por el mundo”, subraya “. Son varias razones en combinación: economía, antecedentes históricos, ethos guerrero, ventana de oportunidad, indefensión en el otro lado…”. Algunas expresiones que usa el estudioso son curiosas, como decir que los vikingos vivían en un “capitalismo de agresión” o que los berserkir, los guerreros desnudos e intoxicados eran “una especie de fuerzas especiales vikingas”. Entre lo más sorprendente, al analizar las creencias, el que los vikingos creyeran que una de las cuatro partes del alma, la fylgja, era femenina y por tanto, subvirtiendo el estereotipo de machos, todos los hombres vikingos llevaran en su interior, literalmente, un espíritu femenino. También el que, contraviniendo de igual forma el cliché del salvaje melenudo, los guerreros vikingos fueran bien aseados, cuidaran su apariencia hasta casi el exceso, se maquillaran los ojos y llevaran siempre además de la espada, la lanza o el hacha, un peine. Los vikingos incluso tenían una cocina “diversa y sofisticada”.

La obvia pasión que siente Price por los vikingos, su creatividad, su apertura a nuevas ideas y experiencias, su hálito poético “de sabor a hierro frío”, no significa, recalca, que no vea sus terribles defectos: la agresión, las violaciones, las masacres y la esclavización de poblaciones (revisada al alza: era una de las bases de su sociedad), los sacrificios humanos, el maltrato a las mujeres… Pero el autor nos lleva con ellos: nos mete en las grandes salas de los señores nórdicos, nos sube a sus barcos, nos invita a presenciar un funeral vikingo, y hasta nos hace descender a sus letrinas. Él lo ha hecho físicamente: pasó una muy desagradable semana investigando una en York; al parecer el contenido se mantiene “húmedo y con su color y textura originales”; ¡eso sí que es sumergirse en la historia!

Fluidez de género

Price considera irónico que bajo la caricatura de la masculinidad de guerreros muy viriles, la realidad de la época vikinga abarcase “una verdadera fluidez de géneros”. El patriarcado, anota, “era una norma que se subvertía cada dos por tres, a menudo de formas fascinantes”. Los vikingos, dice, además estaban familiarizados con lo que hoy denominamos identidades queer. Estas se extendían “a lo largo de un amplio espectro que iba mucho más allá de la lógica binaria del sexo biológico, e incluso más allá de lo que uno llamaría humano” -en referencia a la frontera porosa que veían los vikingos entre la naturaleza humana y animal y la facilidad con que uno podía transformarse, por ejemplo, en lobo u oso-. El estudioso señala que se han encontrado restos de cuerpos masculinos enterrados con vestidos femeninos o accesorios de su sexo y que hasta 2011 se creyó que la después denominada “guerrera de Birka”, quizá “una persona transgénero o no binaria o de género fluido”, era un hombre por la forma en que había sido enterrada (también había, por supuesto, las doncellas escuderas, mujeres que combatían como hombres). Aunque era una época de homofobia, en ámbitos como la hechicería, que solo se aceptaba que practicaran mujeres, algunas völva, brujas o magas, “eran hombres travestidos, mujeres trans o personas que se veían a sí mismas de formas muy diversas”.

La serie

Parece inexcusable preguntarle por último a Neil Price sobre la serie Vikingos, que está a punto de llegar a su fin. “Aunque contiene muchos detalles criticables, y la narración histórica es inexacta en cantidad de aspectos, la sensación de conjunto de la serie es bastante buena”, afirma. “Muestra un mundo real, poblado por gente que vive en su propio presente, no simplemente vestida de vikingo. Se toma a los vikingos con seriedad más que como bárbaros estereotipados. Y, sobre todo, trata de ir al interior de sus mentes, algo que aprecio especialmente. En suma, ¡me gusta!”.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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