Miguel Ríos: volver a creer
El músico celebra en un emotivo concierto los 40 años de ‘Rock and Ríos’, el disco que marcó un antes y un después en rock español
Lo fácil sería tirar de tópicos. Si Miguel hace cuarenta años arrancaba el concierto que iba a grabar en vivo su Rock and Ríos, acaso el disco más icónico del rock español, con el célebre Bienvenidos interpelando a “los hijos del rock and roll”, lo suyo sería pergeñar un titular aludiendo ya a los nietos. Claro que el propio Ríos se adelantó. Anoche, con el Winzink hasta los topes, Miguel Ríos acabó su primera canción, la misma de entonces, variando la estrofa original final con mención expresa a esos hijos de los hijos: “los nietos del rock and roll”.
Puede que, sin embargo, no hubiera muchos de ellos allí. Daba la sensación de que los que ayer acudieron a la llamada del viejo rockero (78 años dentro de tres meses) eran los mismos que a primeros de marzo de 1982 y durante dos noches, se congregaron en el antiguo Pabellón de Deportes del Real Madrid para formar parte de ese ritual colectivo que quedó plasmado en un disco por el que no pasan los años, y que sigue pesando tanto en el bagaje del protagonista, Miguel Ríos, como en la historia de la música española. Los mismos, los del escenario y los de la pista, pero con 40 años más, aunque por el griterío, la pasión y la entrega que pusieron unos y otros, no pareciera.
A Miguel Ríos se le debe todo. Hace tiempo que ya ha dejado de decir que se retiraba, pues no sabe aguantar mucho sin volver a salir a la carretera, pero la idea ha quedado como un mantra. Todavía se hablaba hace días en redes de este concierto de anoche como “otra despedida de Miguel” con cierta guasa, cuando solo estaba anunciado como un homenaje a cuatro décadas justas de la grabación y publicación del Rock and Ríos. De hecho, Miguel está realizando ahora aparte con su nueva banda, Black Betty Trío, una gira más intimista de presentación de su último disco Un largo tiempo, publicado el año pasado. “Nos sigue gustando la utopía”, decía anoche el veterano rockero en una de las primeras ocasiones de dirigirse al público. “Os sabéis el playlist (lista de canciones) y el orden que lleva, así que ya sabéis cual toca ahora”.
Lo dijo al terminar Año 2000, la tercera, esa que 18 años antes del cambio del milenio, vaticinaba un mundo apocalíptico que no dista mucho del actual, aunque hayan pasado 22 más. Ucrania saltó a la palestra: “Sigo teniendo fe en el ser humano, y hay más gente buena que mala”, dijo Miguel, “pero los malos son más poderosos”. Ante lo que estamos viendo estos días en las televisiones, Miguel reconoció, no con cierta tristeza y resignación, que ni ahora ni en los tiempos de la de Irak, “conseguimos parar la guerra, pero salvamos la dignidad”. “No a la guerra, no a esta guerra, no a ninguna guerra” dijo antes de entonar esa estremecedora plegaría en la que pide a un dios en el que no cree, que pare tanto horror. Una canción no incluida en el original Rock and Ríos, pero a la que ha recurrido muchas veces en los últimos años.
Una enorme pantalla a espaldas de los músicos y dos laterales, más pequeñas pero más altas, escupían imágenes de las manifestaciones contra la participación de España en la guerra de Irak, con esas pancartas con el contundente “No a la Guerra” que ha vuelto a parecer recientemente. Imágenes que se tornaron como esas diapositivas que dicen que vemos un poco antes de morir resumiendo vertiginosamente nuestra vida, mientras cantaba Generación límite. La historia de España desde el 82 hasta hoy: el tour de Perico, los de Induráin, el primer Nadal mordiendo un trofeo, los trenes de Atocha, Bardem, Penélope Cruz, el Prestige, los desahucios, el 15M, la exhumación del dictador, las mascarillas, el volcán de La Palma…
Y empezaron a salir invitados: Annie B. Sweet la primera, para cantar con él Nueva ola, Javier Vargas para acompañar con su guitarra rasgada ese alegato contra la heroína que tanto estrago causó, y del que es coautor, Un caballo llamado muerte. Miguel quería parecerse al de hace 40 años, pero el cuerpo no es el mismo. “Se me han subido los gemelos al cuello, debe ser la edad”, dijo en un momento de fatiga, normal si no se ha parado de mover desde que salió al escenario: “Antes, era otra cosa lo que se me subía al cuello”. Y ese reconocimiento del cansancio le sirve para hacer referencia a su otra faceta actual de rockero intimista: “Estaba harto de dar tanto saltito, y ahora con la Black Betty Trío puedo actuar sentado”. Pero ayer no era el día para hacerlo.
Rock and Ríos es uno de los discos más trepidantes de nuestra historia, y se le estaba haciendo un homenaje, así que no había más remedio que dar saltitos. Hubo momentos de escasa nitidez del sonido, pero se puede perdonar, era una celebración, y los tiquismiquis sobran. Emocionaba ver a Miguel abrazado a Víctor Manuel cantando el Blues del autobús, un resumen de la propia vida del rockero, o a Eva Amaral reverenciando al maestro al interpretar juntos El río. Posiblemente fuera Santa Lucía la más coreada, y el baile bonito de tintes flamencos que se echó Lucia Rubial mientras Javier, su padre, cantaba con el anfitrión Al-Andalus lo más aplaudido antes de llegar al bis. Pucho y Guille Galván, de Vetusta Morla, le acompañaron en Extraños en el escaparate, Shuarma en Ciudad de Neón, Miguel Izal en Rock and roll bumerang, Carlos Tarque y Jorge Salam en Banzai, Ainoa Buitrago en Reina de la noche y todos, uno a una, le rindieron pleitesía con cariño y sin sobreactuaciones.
Pero como bien sabe Miguel, los viejos rockeros nunca mueren, o se pueden guardar el derecho a hacerlo con las botas puestas. La traca final después del bis fue acaso el momento más intenso de puro rock and roll. El Himno a la alegría, precedido de un alegato pacifista leído por Ríos, había puesto fin al concierto oficial, el de las emociones sin recurrir a la nostalgia ñoña. Pero esa traca final fue el delirio, un popurrí en el que de pronto se sucedieron en el escenario, sin solución de continuidad y encadenados, Ariel Rot y Alejo Stivel (Tequila), José Luis Jiménez y Lele Laina (Topo), Johnny Burnning para que fueran cayendo, como en el 82 (pero sin ellos entonces) Rockero de noche, Mueve tus caderas, Rock and roll en la plaza del pueblo, Mis amigos donde estarán…
Y, sobre todo ellos, la sorpresa de la noche: el viejo Rosendo, el que sí que de verdad dijo un día que se retiraba, y no había vuelto a un escenario hasta anoche. El rock and roll todavía es posible. Miguel hizo creer en él a muchas generaciones. Dicen que son malos tiempos, que el autotune y el reggeaton acabará con esta música nacida a mediados del siglo pasado para dar sentido a una juventud que acababa de pasar una guerra mundial. En vísperas de otra posible, anoche varias generaciones volvieron a creer en el rock and roll. No hay que darle más vueltas: Miguel y Rosendo lo cantaron juntos, son maneras de vivir.
Babelia
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