Kenneth Branagh revive su convulsa infancia en la guerra de Belfast
El cineasta retrata el conflicto norirlandés en una película de tintes autobiográficos protagonizada por un niño con vecinos católicos y protestantes
Un disturbio es como el fuego, tiene vida propia. Se alimenta de los jóvenes con ánimo de gasolina que han tomado las calles en Belfast para desterrar a sus vecinos católicos. Es agosto de 1969 y un aire pegajoso aviva las llamas de la barricada. Aquel pelirrojo acelerado, ese que avanza cinco pasos al trote, lanza un artefacto que llevaba en su mano derecha y ahora surca el cielo ante la mirada de todos. Tapada con un paño prendido, la botella comienza a descender, dejando tras de sí una estela de humo hasta estallar contra el ladrillo oscuro de dos viviendas. La memoria le dicta al cineasta Kenneth Branagh (61 años) que, al otro lado de la ventana, una familia se agazapa bajo la mesa del comedor. Tan solo logran escuchar una lluvia de cristales haciéndose añicos contra su puerta cuando la brisa transporta hasta ellos el siguiente mensaje: “¡Republicanos, idos de aquí!”.
Branagh tenía nueve años al presenciar este y otros hechos que resuenan en Belfast, el filme con tintes autobiográficos que apunta al Oscar y llega a las salas españolas el próximo viernes. Esa es también la edad de Buddy, interpretado por Jude Hill, el menor de una familia obrera y protestante que atestigua en su misma calle el estallido de la penúltima guerra civil de Europa. En aquella manzana de mayoría unionista se fraguó un conflicto que duraría casi tres décadas y que Branagh relata desde el punto de vista del pequeño, colocando incluso la cámara a la altura de sus ojos. Por videoconferencia desde Londres, el cineasta se declara deudor de “la autoficción que hace Pedro Almodóvar”. De modo que su “experiencia personal constituye el punto de partida”, aunque la película discurra después por otros senderos narrativos. Los de un niño que percibe la realidad en base a sus anhelos, tan diminutos como él.
Esas ansias no son otras que las propias de su edad. El amor, la amistad, los cómics, el cine y la prosperidad de un microcosmos familiar que le dota de identidad. Buddy vive con una madre (Caitriona Balfe) que cuida de él ante las habituales ausencias del padre, que trabaja en Inglaterra y viste la piel del actor Jaime Dornan. Al menos el pequeño goza del apoyo de sus abuelos (Judi Dench y Ciarán Hinds), aunque como protestantes con vecinos católicos todos se convertirán en objetivo de las milicias unionistas que pretenden reclutarlos para sus filas. El debutante Hill fue seleccionado entre 300 niños que mandaron sus pruebas en vídeo al equipo de producción. Obtuvo el papel tras seis audiciones a través de videoconferencia. Cuando Branagh lo conoció en Belfast supo que “iba a absorber todo como una esponja, entendiendo que la trama estaría escrita en su cara” con gestos y emoción.
Como le sucede a Buddy, el director también perdió la inocencia al sentirse amenazado en su propio universo, el único que conocía. Hoy entre sus remembranzas halla la metáfora perfecta. “Una vez salí de casa después de la algarada. La multitud había levantado los adoquines de la calle. El suelo ya no estaba bajo mis pies, empecé a caminar sobre la arena que se movía y resbalaba. Esa es la mejor descripción que puedo hacer de unos años de gran inestabilidad”, rememora. Las primeras semanas de confinamiento le reintrodujeron de lleno en aquellos recuerdos, acaso incompletos, que logró desbloquear más tarde y plasmar en un guion. Encontraba así ciertos paralelismos entre dos épocas de incertidumbre. Si existe una unidad de magnitud que homogeneice sus aspiraciones en una y otra etapa, esa sería “la voluntad de vivir, de seguir adelante, aunque no siempre el optimismo esté disponible”.
La religión no parece insuflar semejantes energías. “Tuve una curiosa relación con la Iglesia, a la que acudía con mi hermano como representantes de la familia tras la escuela dominical. Escuchábamos a una clase de sacerdote muy, muy impetuoso que solo decía lo horrible que podría ser nuestra existencia tras la muerte si en vida no nos comportábamos debidamente”, concede Branagh. Los personajes de Belfast encuentran más inspiración en sus costumbres catódicas que católicas. La pequeña pantalla emite clásicos del wéstern como Solo ante el peligro (1952) o El hombre que mató a Liberty Valance (1962) y retransmite la llegada del hombre a la Luna, con la que alguno se muestra ya escéptico. Modelos de conducta que el más pequeño quiere trasladar a las aceras, donde operan escuadrones que fabrican cócteles molotov con botellas de leche. O se proveen de misiles en descampados con chatarra.
No exento de cierto sentido de la obviedad, Branagh parece haber dado con una exitosa fórmula para narrar este periodo dentro de los márgenes que Hollywood acostumbra. La mirada infantil le permite pergeñar un contexto sin trazas ideológicas y que este no resulte demasiado vago. A fin de cuentas, las percepciones de Buddy basculan entre el hecho y la fantasía. “La película no es abiertamente política, narra la política que pudo conocer un niño de nueve años”, sentencia el director. “Tampoco se trataba de extraer enseñanzas del conflicto entre protestantes y católicos. Nos centramos en una familia que vive en una calle donde ambos conviven, como fue mi experiencia entonces”, prosigue. Y agrega: “Estuve completamente desorientado. Aquel patio de recreo que era mi calle se había convertido en una fortaleza con barricadas en cada extremo”.
Caras tapadas con medias, tirachinas de bolas, artefactos explosivos, pequeños infiernos a los pies de la policía, cargas y dispersión. Detenciones contra la pared, mensajes secretos que los militantes hacen llegar a barrios acordonados por el ejército. La ciudad se llenaba así de controles que en ocasiones cortaban una misma calle a distintas alturas, pero no impedían fiestas y bailes a la intemperie. Un paisaje recogido en Belfast, cuyo blanco y negro bien podría nutrirse del acervo Magnum. Sus escenas traen a la memoria trabajos que aquella agencia fotográfica desplegó sobre el terreno. Hasta allí se trasladaron consagrados autores como Donovan Wylie, Stuart Franklin o Chris Steele-Perkins. Este último acaba de publicar Troubles (Bluecoat Press), donde recopila sus imágenes de aquellos sucesos cuando se cumple un siglo del tratado angloirlandés, aquel que fijó la actual frontera de Irlanda del Norte, línea divisoria de la unión desde el Brexit.
“No fue hasta que fui a la Sudáfrica del apartheid cuando sentí que entendía las dinámicas de Irlanda del Norte”, cuenta Steele-Perkins por videollamada. Sin ir tan lejos, Branagh rebusca en su fuero interno para advertir que lo vivido le ha pasado factura: “Me hizo ser cauteloso y poco optimista con respecto al futuro de Irlanda. Ahora he de reconocer que se ha operado un milagro, un milagro imperfecto, después de 30 años y 3.700 muertes, que vuelve a estar en peligro”, declara. Con su diseñador de producción recorrió de nuevo Belfast en bicicleta. Penetraron en el ambiente del pub, denso como la pintura ocre oscuro de sus paredes. Comieron, bebieron y contemplaron atónitos las grandes grúas del astillero que construyó el Titanic. Todo ello se replicó más tarde en un plató de Inglaterra, donde unas menores restricciones sanitarias facilitaban el rodaje.
—¿Qué pensó su familia al ver el resultado?
—Mi hermana Joyce y mi hermano Bill lloraron, igual que yo. Ambos se preguntaron qué habrían pensado nuestros padres. Y ella concluyó que con Caitriona Balfe y Jamie Dornan, habrían salido de la sala más que contentos.
Babelia
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